El amor a todos, que Dios espera

Autor: Padre Luis de Moya

Sitios Web: Fluvium.org, muertedigna.org, luisdemoya.org

 

 

Posiblemente pueda sonarnos muy a sabido lo que hoy nos recuerda la Iglesia con estas palabras de Nuestro Señor, que recoge el Evangelio según san Lucas ( Lc 6, 27-38) de este domingo. El amor, incluso a los enemigos es, en efecto, una de las enseñanzas más significativas del cristianismo. La rotundidad de esta doctrina se muestra en los términos bien precisos de Jesús cuando la expone. A los que nos odian, hemos de tratarlos bien; y si hablan mal de nosotros, no les responderemos con la misma moneda. El colmo --bien gráficamente lo explica Jesús-- está en presentar la otra mejilla al que nos pega.

Por más conocida que sea esta enseñanza del Señor, reconocemos que se trata de un deber con frecuencia pendiente. Nos cuesta no quedarnos en la queja interior, en la protesta y en la rebeldía..., cuando recibimos ofensas. Nos cuesta cambiar ese impulso a la venganza, que puede parecernos natural --tan espontáneo nos sale--, por ver en quien nos ofende a otro destinatario de nuestro interés, de nuestro trabajo, de nuestro cariño, aunque haya tal vez que corregirle. No pensamos quizá que ese que nos molesta es otra criatura muy querida por Dios, por quien Jesucristo dio su vida.

Debemos y queremos aprender de la vida de Nuestro Señor. Deseamos ir por el mundo con esa actitud que nos enseña, mientras nuestra vida discurre entre los hombres, ocupados en actividades diversas: familiares, profesionales, sociales de todo tipo. ¡Que nos encomendemos por eso al Espíritu Santo!, para descubrir con su Luz en cada persona, también si es desagradable, equivocada o simplemente ignorante, alguien que debe ser objeto de nuestro amor. Posiblemente, se trate de un hijo de Dios que, si mejora en su conducta, agradará más a ese Padre que tenemos en común.

Considerando así las cosas, las ofensas que recibimos y nos molestan quedan, en ese sentido, muy en segundo término. Valoramos primero lo que pueda haber en ellas de pecado, de ofensa a Dios y luego el defecto de aquel, que desdice de un hijo de Dios, y le impide ser feliz de verdad. Se trata de amar; ante todo a Dios que es nuestro Padre, y no queremos que sea ofendido, sino amado más y más. Por muchos buenos cristianos que pueden y deben ser mejores, y también por tantos que no lo son, a juzgar por sus obras. A unos y a otros los amamos de verdad procurando que vivan más según Dios. Vivir según Dios, Creador nuestro, es el sentido de la vida humana: que se cumpla en cada uno la voluntad de Dios Creador.

Ciertamente es una difícil tarea. Dios nos creó libres y, por el pecado, tendemos a constituirnos --prescindiendo de Dios-- en centro y criterio de nuestra vida. Es por soberbia, por egoismo, por un afán desordenado --sin El-- de grandeza personal, que es el origen de los demás defectos. Pero no es excesiva la dificultad de vivir para Dios, ni un motivo para no proponer la santidad, esa vida que Nuestro Señor espera de los hombres, a los que nos rodean.

¿Que vemos bastantes deficiencias en muchos? También ellos contemplan las nuestras, porque tenemos defectos aunque tratemos de superarlos. Esas imperfecciones, que reconocemos bien, no nos quitan, o no nos deben quitar, la ilusión por mejorar y por agradar a Dios. Animemos también a nuestros amigos y conocidos --que no son peores que nosotros-- a encararse ilusionados con eso que les criticamos. Hemos de dar ese paso más en favor de ellos, a costa de olvidar el rechazo interior que acaba en la crítica. Como consecuencia, los defectos de los demás se convierten así en ocasiones que encontramos de ayudarles a ser mejores y de verdad felices.

Queremos ser en esto como Nuestro Padre Dios, que es bueno con los ingratos y con los malos. Como anima el Señor, amemos a los enemigos y hagamos el bien sin esperar nada a cambio. Con más razón ayudaremos a los demás, si no son propiamente enemigos aunque nos hayan herido, si tal vez sólo son diferentes y tienen otros puntos de vista.

Mirando a María, recordamos que para Dios todos somos hermanos, hijos de esa Madre nos quiere mucho a todos.