Desvelo de padre

Autor: Padre Luis de Moya

Sitios Web: Fluvium.org, muertedigna.org, luisdemoya.org

 

 

Celebramos hoy con toda la Iglesia la solemnidad de san José, esposo de la Madre de Dios y padre según la ley del Hijo de Dios encarnado. Acabamos de recordar de la mano de san Lucas ( Lc 2, 41-51a) los momentos, angustiosos primero y luego gozosos, de los padres de Jesús, cuando lo tuvieron perdido en Jerusalén a la edad de doce años. En aquellas circunstancias José sufriría especialmente, siendo el cabeza de familia, responsable por ello de la seguridad de los suyos. Es natural, por tanto, que emprendiera inmediatamente, junto con María, la búsqueda de Jesús. Bien consciente del tesoro que le había sido entregado, aunque no fuera su hijo según la carne, y sin entrar en disquisiciones sobre hasta qué punto era culpa suya la desaparición de Jesús, asumió con plena responsabilidad la búsqueda del Niño. Suponiendo que iba en la caravana --nos dice el Evangelista--, hicieron un día de camino buscándolo entre los parientes y conocidos, y como no lo encontrasen, retornaron a Jerusalén en busca suya. Y ocurrió que, al cabo de tres días, lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles.

        Hijos de Dios, hermanos de Jesucristo, podemos también sentirnos igualmente hijos del mismo Padre que tuvo Jesús en la tierra. Podemos, en efecto, llamar a san José, como tenía por devoción el beato Josemaría, 'nuestro Padre y Señor'. Con toda confianza le han tratado así los santos. Recordemos también, por ejemplo, a santa Teresa de Jesús, que recomendaba tomarlo como maestro de oración. Habiendo sido un hombre con un excepcional trato en su vida terrena con el Hijo de Dios, y de delicada obediencia para que fueran eficaces los designios salvadores que el Creador proyectaba sobre el mundo, muy bien puede interceder por nosotros, para que comprendamos que es importante contemplar la vida y el mundo a través de la voluntad divina: el Omnipotente quiere servirse de los cristianos, sus hijos, para acoger a toda la humanidad en el seno de su amor.

        Es un buen día éste para sentir como José la responsabilidad de hijos maduros, sin dejar por ello de sentirnos niños, hijos pequeños de Dios, y acogidos también bajo la especial protección de nuestro Padre y Señor san José. Ambas consideraciones se reclaman entre sí. La filiación divina y la infancia espiritual nos llevan a pedir a Nuestro Padre Dios, con la confianza propia de los hijos pequeños, lo que vemos nos falta para ser apóstoles eficaces de Jesucristo en las circunstancias propias de cada uno. Notaremos, si somos perseverantes en la súplica, que Dios no se resiste a la oración que el Señor ha puesto en nuestros labios: Padre Nuestro...; hágase tu voluntad...; perdona nuestras ofensas...; no nos dejes caer en la tentación...

        Pero José es también maestro de madurez responsable ante un encargo divino, y debemos aprender de él, pues Dios espera de nosotros que le acerquemos, haciendo fuerza con la oración, el sacrificio y la acción apostólica, tantas almas que, a nuestro alrededor, intentan la felicidad torpemente, sin llegar a lograrla porque la buscan donde no está: buscando egoístamente tan sólo el propio bien. Somos, cada uno, esos instrumentos que Dios Nuestro Padre ha previsto en su providencia para que muchos otros le reconozcan como fuente inagotable de felicidad y consuelo. Como dependieron de José tantos dones divinos que hoy disfrutamos, por su santa fidelidad a los planes divinos, también, de cada uno, depende la felicidad honda de nuestros amigos, familiares y conocidos. A nuestro alcance está trasmitirles la ilusión que colma nuestra vida. Así manifestamos a Dios, Padre Nuestro, que le dejamos apoyarse en nuestra madurez para hacerse querer de otros hijos, que son suyos aunque tal vez no lo crean.

        ¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre? Lección de Jesús Niño que procuraremos retener, ya que, como Él, para esas "cosas" estamos los humanos en el mundo. Supliquemos a san José, de la mano de nuestra Madre, que nos haga conscientes del honor que supone esta tarea y de la confianza que Dios deposita en sus hijos los hombres.