Como en Cristo, nuestro valor esta en amar

Autor: Padre Luis de Moya

Sitios Web: Fluvium.org, muertedigna.org, luisdemoya.org

 

 

Los amó hasta el fin. Es la conclusión que hace san Juan (Jn 13, 1-15) de aquella larga tarde en la que Nuestro Señor, por así decir, condensa ante los apóstoles toda su vida corporal en este mundo. Como es sabido, no narra este evangelista la institución de la Sagrada Eucaristía, Sacramento de los sacramentos, en el que se nos entrega, Dios y hombre verdadero, cumpliendo en Sí mismo el colmo de la caridad: no hay mayor amor que dar la vida por los amigos. Jesús anticipaba en este sacramento su entrega en la Cruz para redimir a los hombres.

Acabamos de recordar, sin embargo, la escena de Jesús que lava los pies a sus Apóstoles. Viene a ser como un anticipo de ese amor hasta el fin que es la Pasión, que se adelantó sacramentalmente con la Eucaristía. El lavatorio de los pies --Jesús que se inclina y sirve procurando el bien del amado-- es prototipo de todo verdadero amor. Hasta tal punto, que basta observar con cierto detalle esta escena para captar todas las manifestaciones del verdadero amor.

Jesús presta un servicio al menos conveniente. Aunque no lo tuvieran previsto, el gesto del Señor resultaba muy oportuno y digno de agradecer en sí mismo, también si no lo hubiera hecho el propio Cristo. El Señor quiere de verdad a sus Apóstoles y se vuelca con ellos. Jesús se excede, haciendo lo que a Pedro le parece desproporcionado, en algo que podía no parecer necesario, al menos en ese momento. Pero, ¿acaso está el amor en ofrecer lo imprescindible o en servir al de más categoría? Quien ama sólo piensa en el amado, en cómo favorecerle más. Lo propio lo considera secundario y al servicio de aquel.

Si no dejamos de contemplar, como telón de fondo, a Jesús lavando los pies a los discípulos, podremos considerar en oración la calidad del amor nuestro a los demás. ¿Habitualmente me preocupa ayudar a los que me rodean, me adelanto a que me pidan? ¿Siento que debo actuar: rezar, animar, aconsejar, ayudar, corregir..., también cuando aún no es grave la necesidad? ¿Considero a todos --da igual su categoría, su nivel social, su condición moral--, objeto de mi interés, de mi preocupación por que sean mejores, más felices?

Sin duda podemos mejorar, debemos mejorar. Amar es la gran tarea humana. En nuestro amor está nuestro valor. No olvidemos que Quien es el hombre perfecto dijo: no he venido a ser servido sino a servir. Porque en servir a los demás está el amor que les tenemos, y en el servicio, por tanto, nuestra categoría. El Señor quiso decirlo expresamente a los Apóstoles, después de lavarles los pies, además de enseñárselo con su ejemplo: ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? (...) Os he dado ejemplo para que como yo he hecho con vosotros, así hagáis vosotros. Que no queramos conformarnos con respetar a los demás, con no hacerles mal. Dios mismo, misteriosa pero realmente presente en sus hijos, es quién espera nuestro amor; y es Él mismo quién se entrega por cada uno hasta la muerte: así nos quiere.

Pensemos si deseamos, siguiendo el mandamiento del amor, amarnos unos a otros como El nos ha amado, sólo así, además, podemos ser sus discípulos. Ama y practica la caridad, sin límites y sin discriminaciones --aconseja el beato Josemaría--, porque es la virtud que nos caracteriza a los discípulos del Maestro.

--Sin embargo, esa caridad no puede llevarte --dejaría de ser virtud-- a amortiguar la fe, a quitar las aristas que la definen, a dulcificarla hasta convertirla, como algunos pretenden, en algo amorfo que no tiene la fuerza y el poder de Dios.

La caridad no puede sino ser exigente con nosotros mismos, que deseamos dar lo mejor en beneficio de otros. Por lo mismo, para que otros la vivan es necesario con frecuencia exigirles, aunque sea, desde luego, amablemente, animando, ayudando y, siempre, respetando su libertad.

Amaos (...) como Yo os he amado, es el mandato del Señor. Y nos ha amado a cada uno con el amor exclusivo y ardiente de su corazón de Dios; de ahí que, sólo con su Gracia, siendo otros cristos, llegamos a querer a los demás como Dios espera. Como nos quiere nuestra Madre del Cielo, porque hizo en Ella cosas grandes el Todopoderoso.

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