Amando desde la Cruz (Jn 18, 1-19, 42)

Autor: Padre Luis de Moya

Sitios Web: Fluvium.org, muertedigna.org, luisdemoya.org

 

 

 

La larga lectura de la Pasión del Señor según san Juan , es ocasión inmejorable para meditar en la maldad humana y en la bondad divina. Es ocasión, al mismo tiempo, para alentar más aún nuestra gratitud, el reconocimiento de la misericordia sin límite de Dios con el hombre. La meditación pausada de las escenas "cumbre" de nuestra Redención nos remite necesariamente a la vida cotidiana del hombre de este siglo y de siempre, a la vida personal de cada uno. Los pecados de los que condujeron a Cristo a la muerte, por exagerado me parezca, se parecen a los nuestros; y el amor de Dios que se entrega perdonando es también siempre actual.

        No podemos detenernos ahora en todas las circunstancias de flojera, cobardía, orgullo, falsedad, desconsideración, crueldad, desprecio, etc. de la maldad humana que, porque Cristo no hizo alarde de su condición divina –según la expresión de san Pablo–, le condujeron a la muerte. Son las mismas que tantas veces ahora nos llevan a pecar. ¿Acaso no caemos en la pereza como los discípulos que se durmieron; en la cobardía y los repetos humanos como Pedro, Príncipe de los Apóstoles; no queremos quedar bien con todos como Pilato; no nos burlamos a veces irónicamente de algunos, como los que apresaron a Jesús y más tarde soldados; acaso no nos engañamos a nosotros mismos y engañamos a otros, para disculpar nuestros errores, como se engañaban y engañaron los que mintiendo acusaron a Cristo?

        ¡Qué bueno es contemplar la Pasión de Nuestro Señor para tener verdadero dolor de los pecados...! No son, sin embargo, las ofensas que Cristo recibió lo más relevante de la Pasión. Mucho más trascendente que acción humana es la correspondencia divina a la ofensa de la criatura, con la que se nos muestra hasta qué punto ha querido Dios valorar al hombre: pues tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo único, para que todo el que crea en El no perezca sino que tenga la vida eterna. Dios nos quiere; y, conocedor de que le perdemos al pecar y solos no podemos volver a El –en Quien está nuestro bien completo–, se pone de nuevo al alcance de cada uno, después de reparar el pecado. Para ello se hace hombre.

        Se pone a nuestro alcance quedándose en el mundo realmente presente en los sacramentos, que son otro fruto de la Cruz. Cuando los recibe dignamente, el hombre se llena de Gracia, que es participar de la misma divinidad: del Bautismo a la Unción de los Enfermos, los siete sacramentos son cauces instituídos por Jesucristo para llegarnos eficazmente la vida divina. En la Eucaristía, memorial de la Pasión, el cristiano se alimenta del cuerpo, sangre, alma y divinidad del Señor: comemos al mismo Dios. Hasta tal punto necesita el hombre este alimento y de tal modo es el sentido , la razón de ser, de su vida la vida de Dios, que si no coméis de la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su Sangre, no tenéis vida en vosotros, nos dice Jesucristo.

        En este día, cuando la Iglesia contempla a Jesús muerto en la Cruz, cuando los fieles adoramos esa Cruz redentora y procuramos amarla más porque está en Ella nuestra salvación, fomentemos desde nuestro interior –sinceramente y con fuerza– afectos de agradecimiento, de correspondencia, propósitos de mejora para que por nosotros no quede sin sentido tanto amor, tanta riqueza, generosamente derramada. Pedimos, por tanto, al Señor que nos aumente la fe: para que todo el que crea en El no perezca sino que tenga la vida eterna, nos ha dicho. Y en este día le pedimos fe en su Cruz, y en la que a cada uno le corresponde si quiere vivir dignamente en su presencia en medio de los afanes de un mundo que tantas veces ignora a Dios.

        No está de moda la Cruz. Lo que cuesta, a ser posible se evita. Entusiasman en cambio los planes fáciles y agradables –llenos de amor propio–, aunque estén vacíos de fruto, de un bien verdaderamente enriquecedor. La Madre de Dios, mientras la mayoría se burlan de su Hijo o simplemente no se enteran..., permanece junto a la Cruz sufriendo, pero fiel por consolar al Hijo. Allí recibe obediente el encargo de ser nuestra Madre. No queramos aumentar su dolor.