Un minuto con Dios

Autor: Luis Céspedes Soto 

 

 

Señor, de nuevo te bajas de la cruz, para venir hasta todos y cada uno de nosotros, porque ?, que hace Señor que tu amor, tan incondicional, no se quede trabado en las dudas de nosotros los humanos ?, que hace Señor que tu amor fresco y mañanero, no se quede en la tibieza que nos caracteriza a nosotros, tus hijos, y por el contrario, cada día se refresca en nosotros, tu inefable presencia que a pesar de los obstáculos, a pesar de..., siempre llegas hasta nosotros para darte, para donarte, para entregarte de una manera que debe ser ejemplo a nuestros ojos.
Solo ese amor sin límites, sin prejuicios, sin falsos protagonismos, puede hacer que día a día, noche a noche, momento a momento, minuto a minuto, las puertas y ventanas de los cielos se abran para que Tu, con tu dolor, con tu misericordia con tu vehemencia, alumbres cada uno de los caminos de la tierra que nos conduzcan hasta tu Padre, que es el anhelo que hace que tu esfuerzo sea perenne.
Señor cuando en la Eucaristía te haces uno de nosotros, cuando tomas cada célula nuestra y la transformas en una parte de ti mismo, cuando tomas nuestra sangre y la mezclas con tu divinidad, cuanto tomas en la Eucaristía nuestra calidad humana y pecadora, es cuando en realidad vivimos el cielo, es cuando en realidad las campanas de la gloria vienen a tañir para nosotros, esa canción que nos eleva y nos saca de este mundo que nos produce adormecimiento espiritual.
Como no venir hasta Ti, Señor, a recibirte, a entregarte mi dolor, mi sufrimiento, mis alegrías también, porque escapar al gozo eterno de tu infinita presencia en ese pedacito de pan que se convierte dentro de nosotros, en el reino de Dios.
Gracias Jesús, porque en cada encuentro Eucarístico te nos das, incondicional, enamorado, lleno de presencia Santa, que es obsequio de Tu mismo Padre Dios, gracias Jesús, porque en cada Eucaristía, vivimos el momento cruel de tu  entrega por nosotros y compartimos, parte de esos episodios de dolor, pero que con inmensa alegría, fuiste dejando tu vida esparcida por la tierra, misma que nosotros pisoteamos, tantas veces, sin percatarnos como en aquellos días, de lo que estamos haciendo.
Señor Jesús, hoy venimos hasta ti, llenos de amor, paz y esperanza, para pedirte por todos nosotros, por nuestra conversión, por nuestra calidad humana y pecadora que absorta en sus majaderías, no atina a mirar a lo alto y mirar como el cielo se abre y se desparrama en bendiciones para todos nosotros, y que en cada encuentro contigo, venimos a recibir.
Gracias Señor, porque a pesar de todo, no nos olvidas, a pesar de nuestra testarudez, sigues fiel, a nuestro lado, en busca del mejor momento para hacer que nuestra alma se abra al influjo Santo de tu querida presencia.

Por todos nosotros, por nuestra respuesta a ti, te pedimos, óyenos.

Amén.
Paz y bien.