Un minuto con Dios

Autor: Luis Céspedes Soto 

 

 

Señor, sabemos que todo el interés que pongamos día a día, minuto a minuto por tratar de hacer las cosas cada vez mejor esta visto con mucha complacencia de tu parte y que contamos en esa misión con tu incondicional ayuda.
Cuantas veces el fragor del mundo hace que nuestro caminar sea por senderos oscuros y de dolor, porque nosotros mismos tomamos la iniciativa y por nuestra libertad, la cual tu respetas, hace que tortuosamente naveguemos en un mar de situaciones que Tu no provocas, como creen muchos hermanos (as), solo dejas que transcurran los acontecimientos a los cuales nosotros mismos nos hemos expuesto.
Tu Señor nuestro anhelas de cada uno de nosotros, que hagamos ese alto en nuestras vidas, al cual siempre nos llamas, para que en tu Santo Espíritu, nos cuestionemos y pongamos nuestro camino recorrido en una balanza y de ahí saquemos el fruto, ese fruto que debe crecer y producir abundantes cosechas de reconciliación, arrepentimiento y conversión.
Tu vives llamando al hermano caído, vives insistiendo en todos y cada uno de nosotros, haciéndonos ver todo lo malo que venimos arrastrando, el desinterés por el creador de nuestros días, desinterés del pecado, creyendo que viviremos eternamente o pero aun que nuestros días terminaran cuando ya no caminemos hacia nuestro destino, sino que seamos llevados por otros hacia el.
Los caminos pedrosos, escabrosos, nuestras lagrimas vertidas en el tiempo, lagrimas derramadas con pesar, deben guiarnos incondicionalmente hacia tus brazos amorosos querido Jesús, solo contemplar y vivir tu paso por este mundo y nos podremos dar cuenta de que fuiste al calvario y a la cruz, solo y simplemente por amor, por abnegación a nosotros que tan mal pago damos pues con los brazos abiertos quedaste crucificado, y así con los brazos abiertos y señal de acogernos, siempre estas, pero ingenuamente de nuestra parte, la mayoría de las veces así, con los brazos abiertos te dejamos, o si no, miremos los sagrarios cuantas veces acudimos may, a ese recinto santo, en la entrega personal tuya que nos haces por medio de la Eucaristía, y cuantas
veces te dejamos plantado, porque aunque viniste a recibirnos, con dolor miras la ausencia del mundo que no teme, del mundo que tiene puestos sus ojos en fantasías, de las cuales no nos llevaremos nada para el encuentro final contigo.
Pero Señor debe ser un consuelo para todos nosotros, el contar con algo inmensamente grande que tu tienes para con nosotros y es tu misericordia, solo te pedimos Señor que nunca te canses de buscarnos y cuando al fin decidamos encontrarnos contigo no encontremos la puerta cerrada, como les paso a la mujeres de las lámparas de aceite, que estuvieron preparadas, para recibirte.
Amen.
Paz y bien.