Se vive sólo en el presente

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté

 

La noche de fin de año en Italia solía ser escenario de una cosa insólita: la gente tiraba por la ventana las cosas viejas, en esa noche de san Silvestre llovían las calles los trastos inútiles; eran las cosas que sobraban aquella noche de alegría y optimismo. Era una noche de mirar el pasado con despego, quemar las naves, para estar libres de cara al futuro. 

Sin embargo, es también tiempo de hacer balance, y hay quien se deja llevar por las angustias del "hay, ¿y si hubiera estudiado esta otra cosa?" "¿y si en lugar de casarme...?" todos podemos sentir en algún momento la comezón del remordimiento o de los miedos (el que quiere preocuparse siempre encontrará motivos...) pero ante todo, hay que convencerse de que el pasado ya no existe, sólo ha quedado en la memoria como experiencia. 

Y el futuro tampoco existe, y por tanto tampoco caben esos miedos de "¿y si pierdo el trabajo, o no saco esta oposición, o cojo la enfermedad de las vacas locas, y si se cae la casa...?" Entre los miedos del pasado y del futuro muchos no viven, pues la vida sólo existe en presente, sólo se nos ha sido dado el presente, y éste es el que hemos de vivir sin perdernos en quimeras. Sólo existe el "aquí y ahora", como dice Nowen en uno de sus libros; lo demás es previsión del futuro o recuerdo del pasado, pero lo que de aprender es disfrutar del momento presente. Los días parecen iguales, pero cada uno es único, irrepetible. Las grandes cosas y las pequeñas suceden un día y a una hora concreta, cada momento es especial. No dejemos pasar la oportunidad.

Se cuenta de un hombre que se hallaba en el tejado de su casa durante una inundación y el agua le llegaba hasta los pies. Pasó un individuo en una canoa y le dijo: "-¿quieres que te lleve a un sitio más algo?" -"No, gracias -replicó el hombre-. He rezado a mi Dios y él me salvará". Pasó el tiempo y el agua le llegaba a la cintura. Entonces llegó una lancha a motor. -"¿Quieres que te lleve a un sitio más alto?" -"No, gracias -volvió a decir-. Tengo fe en Dios y él me salvará". -"Tú te lo pierdes", dijo el de la lancha, y se fue. Más tarde, cuando el agua le llegaba al cuello, pasó por encima un helicóptero y con un altavoz oyó que le decían: "-¡Agárrate a la cuerda, que te subiré!" -"No gracias, tengo fe en el Señor y él me salvará". Desconcertado, el piloto dejó en el tejado a aquel hombre, que poco después moría ahogado y fue a recibir su recompensa y al presentarse ante Dios le dijo: -"Señor, yo tenía total fe en que Tú me salvarías y me abandonaste. ¿Por qué?" A lo cual Dios respondió: -"¿Qué más querías? Fuiste tú que no quisiste salvarte, pues yo te mandé una canoa, una lancha a motor y un helicóptero!".

A veces estamos ahogados u obsesionados por un problema y la solución está al alcance de la mano, no nos enteramos y buscamos la felicidad de modos equivocados, en lugar de disfrutar con lo que se nos da, acomodarnos a ello.
Por ejemplo, hoy se valora en exceso la juventud en cuanto a no tener más de un número de años, y es un error pues las edades de la vida van perfeccionando la persona, si ésta crece interiormente. Y entonces, la juventud no es una etapa que pasa, sino es un estado del espíritu que puede perfeccionarse cada día más, y no dejar de tener las características de ser joven: voluntad de victoria, calidad de la imaginación, intensidad emotiva y capacidad de admiración, gusto por el riesgo -controlado- y la aventura, primacía del amor sobre la comodidad... 
¿Cuál es la edad de una persona? Los calendarios, los relojes, las armas, las burbujas de champán de cada Nochevieja tejen cronologías extrañas que no coinciden con las fechas del alma. Hay personas que no maduran, a quienes les sorprende la vejez embriagados aún por el vértigo de su frivolidad; tratan entonces de apurar la vida a grandes sorbos, a la búsqueda de lo que ya nunca más volverá. En cambio, otros no pierden nunca la ilusión y la sonrisa de un niño, y se enriquece con las etapas sucesivas de la vida; hay gente siempre joven, y otros que con pocos años ya son viejos. En definitiva, es necesario aprovechar aquel "tesoro que no envejece", aprovechar el tiempo para amar.