Una “ola” de jóvenes que pasó por Roma

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté

 

Recuerdo aquellos días del verano del 2000, que tuvimos ocasión de estar en el gran Jubileo de los jóvenes en Roma, con el Papa, junto a más de 2 millones de “compañeros de acampada”. Jornadas emotivas y de grandes cosas, que necesitan tiempo para digerirse... cuando sólo habían pasado unos días, escribí algunas impresiones que dejo tal como las viví, aunque fueron difíciles de transmitir con la fuerza de allí, en Tor Vergata, que así se llama la zona de Roma que ocupamos, uno de los campus universitarios.

¿Qué ha quedado después de aquella “revolución”? Por cierto, que la policía encontró en el “campo de batalla” dinero (30.000 dólares, tarjetas de crédito), documentos de todo tipo, un billete de avión... que intentó devolver a sus dueños. Es sintomático que no hubiera vandalismo ni robos. Me decían unas chicas que dejaron todo por el suelo (máquinas de fotos, dinero...), en la zona que ocupaban, y fueron corriendo mucho más adelante, para ver al Papa de cerca, y que en ningún momento se les pasó por la cabeza que no lo encontrarían a la vuelta, cuando ya había pasado bastante rato... era el clima de confianza del momento, había sensación de estar en familia.

¿Qué quedó al acabar todo? Más bien yo diría que aquello no ha acabado sino que ha empezado, que ha aparecido una cara de juventud distinta de la que intentan hacernos ver continuamente de delincuencia, droga y accidentes de fin de semana... otro rostro de la juventud, que no está marcado por una imagen triste y sin futuro... apareció una nueva ola, una generación que floreció en Tor Vergata, hija de la del 68 y que es rebelde en otro sentido: no le bastan las mentiras de promesas de felicidad fáciles, sino que quiere luchar por la verdadera felicidad, una generación que busca a Jesús. Un cambio en la orientación del curso de la historia, un mundo lleno de esperanza, que sabe a dónde ir. 

Uno de los asistentes me decía: “parece mentira que un anciano de 80 años, enfermo, que nos convoca para una Misa (que no parece tan divertido como una de las fiestas musicales de esas tantas que se organizan), tenga tanto éxito y nos reúna a dos millones. Y que lo que nos dice –las palabras de un solo hombre- vayan a cambiar el mundo”. Lo decía convencido de que el compromiso que tomábamos de llevar a término esos retos que nos proponía el Papa, lo íbamos a llevar adelante hasta el final. Y no era un entusiasmo sensiblero. Las lágrimas de emoción del Papa en su ingreso al encuentro se trasladaban a las caras emocionadas de los jóvenes que le veían de cerca, y eran los mismos jóvenes que se habían preparado en el Circo Máximo con el sacramento de la confesión, pues hacía falta una conversión del corazón para entender ese “laboratorio de la fe” que lleva a una opción de vida de fe y de encuentro con Jesús que interpela y provoca seguimiento entusiasta.

“Roma no olvidará este clamor”, comentaba Juan Pablo II con humor. Unos millares de fanáticos de fútbol pueden desbaratar una ciudad entera y dejarla hecha un desastre, en cambio ahí dos millones de jóvenes que asaltaron pacíficamente Roma dejaron un regusto de dulzura y de paz. Yo tuve que hacer gestiones por la ciudad y comprobé ese apoyo entusiasta. Yendo en coche, pregunté a uno cómo entrar en una avenida y me indicó que le siguiera. Me puse detrás de su coche y al rato, al llegar al punto donde iba, bastantes minutos más tarde, me dijo que se volvía atrás por donde había venido. Le dije que no tenía porqué haberse molestado... y me contestó con alegría: “por este Papa es necesario hacer todo lo posible”. 

Mientras pasaban los peregrinos hacia Tor Vergata, los romanos, que tienen fama de impasibles ante los visitantes extranjeros, salían para ofrecer agua o regar a los jóvenes acalorados. Los voluntarios se portaron de maravilla: al llegar un sacerdote con un grupo, cargado de problemas debido a que el lugar de recepción donde los acreditaban ya estaba cerrado, fue a otro punto de voluntariado y la chica le dijo sonriendo, quitando hierro al asunto: “le resuelvo todo a cambio de que me celebre una misa”... todo era fácil, había aquel punto de locura necesario para que no existieran los nervios en medio de una marea de problemas que no se veían como tales. Cuando nos íbamos, al lado de la caravana de peregrinos saliendo de Tor Vergata iban saludando esos voluntarios, dando la mano sonriendo felices, muchos con lágrimas en los ojos.

Al final del segundo milenio, hubo algo grande en este encuentro de la juventud, algo que algunos no captaron. Basta ver la poca información que dedicó la televisión en las diversas cadenas españolas (a excepción de “la 2”, que retransmitió la misa del domingo). En Italia se portaron mejor, con más elegancia y más apertura mental a un evento de tanta trascendencia. En medio de aquel calor espiritual, del clima de oración y recogimiento, los periodistas iban preguntando cosas, a veces inoportunas como me decían unos que contestaron a los periodistas preguntones: “mirad, no os enteráis porque se necesita un poco de fe para entender esto, dejadnos gozar en paz de esta fiesta y no metáis la política en todo...” Otros periodistas entendían perfectamente la sinceridad de esos jóvenes, esa búsqueda de verdad sin componendas, seguir a Jesús.

“¿Qué habéis venido a buscar aquí? ¿A quién?” preguntó el Papa, haciéndonos pensar, mientras le llegaba a cada uno la traducción en su idioma, siguiendo la frecuencia oportuna en la radio. “Veo en vosotros los centinelas de este nuevo milenio”, seguía diciendo. Y recordaba este siglo lleno de mentiras y de guerras, intentos de sustituir la esperanza cristiana con ideologías que se demostraron un verdadero infierno (el comunismo por ejemplo), y nos decía: “estáis aquí para decir que en este siglo nuevo no os dejaréis engañar para ser instrumentos de violencia y de destrucción, defenderéis la paz aunque sea pagando con la vida...” Éramos conscientes de que este encuentro configuraba un compromiso de lucha por vivir según el mensaje de Jesús y según un encuentro personal que a su vez cada uno de nosotros tenía con Jesús, dentro del encuentro general de las Jornadas: éste era el “laboratorio de la fe” que nos sugería, una experiencia de Cristo: “es Jesús a quien buscáis cuando soñáis deseos de felicidad, es aquel a quien esperáis cuando nada os satisface de todo aquello que encontráis”, y mientras consideraba la dificultad de creer en un mundo como el de hoy, nos preguntaba: “¿es difícil creer en un mundo así? ¿en el 2000 es difícil creer? Sí, es difícil, no hemos de esconderlo. Pero con la ayuda de la gracia es posible”. Era el reto, y todos aplaudíamos haciéndolo nuestro, en diálogo con el Papa, pues íbamos interrumpiéndolo con aplausos, cantos, subrayando aquellas cosas que más nos gustaban.

Aquella vigilia nos dejó un recuerdo del Papa, un Evangelio dedicado, que nos cambiamos con el que teníamos al lado, en señal de ese compromiso de transmitir la fe; un polaco me ofreció el suyo, y –sin que pudiéramos entendernos más que por señas, por el muro infranqueable del idioma- yo le di el mío, intercambiándonos una sonrisa que era otra forma de comunicación.
A media noche, ya acabado el acto y los fuegos artificiales, fuimos allá lejos, de donde salía una luz de focos que surcaban el cielo, donde había una exposición al Santísimo, y muchos jóvenes postrados o arrodillados adoraban a Jesús mientras algunos sacerdotes seguían confesando, al mismo tiempo que otros jóvenes dormían, pues era “su territorio” donde también les tocaba descansar. Aquello era una noche mágica, en la que algunos no querían dormir hasta muy tarde, les parecía un desperdicio. 

Me decía otro: “esto es un milagro. Yo estaba acobardado, con miedo de mostrar mi fe. Estoy reconfortado viendo tanta gente que piensa como yo, tanta gente contenta y no como la que veo en otros ambientes alejados de Dios, con una alegría más superficial, vacía”. Resonaba el grito de guerra del Papa al comienzo de aquellos días inolvidables: “¡no tengáis miedo! ¡Abrid de par en par vuestros corazones, vuestra vida a Cristo! Cada uno de vosotros es precioso para Cristo, él os conoce personalmente y os ama tiernamente, incluso cuando no os deis cuenta... incluso cuando lo decepcionamos”. El Papa habló de entrega a Jesús, que llama, de seguirle de cerca. Muchos se sintieron llamados en aquellos momentos.