Integración e Islam

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté

 

 

Recuerdo cómo el 22 de julio 2001 estalló una bomba en una iglesia católica de Yakarta, capital de Indonesia, que dejó decenas de heridos: fue en la iglesia católica de Santa Ana, cuando el sacerdote comenzaba la homilía, durante la celebración de la primera misa dominical, en la que participaban unos 800 católicos. Hubo heridos a los que la metralla les arrancó las piernas de cuajo. El techo se desplomó mientras la gente corría horrorizada... episodios como este se podrían explicar a montones. Los cristianos en países islámicos pasan por diversas penalidades: casos dramáticos de discriminación de la mujer en Afganistán, ablaciones, asesinatos en Indonesia y intolerancia religiosa salvaje en Argelia... que me parece se pueden resumir en que el Islam no conoce la palabra ‘persona’, no hay dignidad basada en la persona sino que la fuente de los derechos es la comunidad islámica, como dice un reciente documento que alerta a los italianos sobre la difícil integración de los inmigrantes de esos países. Pero ojo, no es fácil criticarlos desde nuestra óptica de Estado pues para nosotros la fuente de los derechos no está tampoco en la persona (en una verdad sobre la persona, que no cambia) sino en la ley hecha por la voluntad de la mayoría. 
Nuestro pensamiento entiende mejor que el fundamentalismo es algo “medieval”, pensamos que habría de dejar paso a un pluralismo no fácil de resolver pues hay un choque cultural que está en diversos frentes. En el ámbito social, el Islam no tiene la idea de Estado laico, y, por tanto, el Corán no es sólo un código religioso, sino también político. En las mezquitas se recibe sólo una catequesis espiritual, puesto que el Islam es política, economía, cultura y sociedad. Y como las mezquitas son un lugar sagrado en sentido fuerte, no deja de serlo aunque se les deje por un tiempo, pues para ellos una mezquita lo será ya siempre jamás. En el ámbito religioso, se dejan llevar por un “manual de instrucciones” que es el libro sagrado. Una vez encontré un musulmán apenado, y pensé en animarle pensando que Dios es Padre, pero reaccionó con lo que luego supe que era enseñanza de su religión: que el hombre no puede llamar a Dios Padre, sino que ha sido creado para ser siervo. Pensé que efectivamente podía estar apenado, pero por este motivo. Y en los países islámicos, los cristianos son considerados a menudo ciudadanos de segunda categoría. 
Pienso que nuestra apertura al inmigrante ha de ser total, pues “todos somos inmigrantes”, en las raíces históricas se ve que ha habido –y no es malo- movimientos de poblaciones, y pienso que están en su derecho, cosa que no aceptan nuestros gobiernos y con hipocresía se preocupan más de los que entran en “pateras” que de los que mueren por el camino (hace poco decían, al encontrar asesinadas dos extranjeras, que la policía investigaba “si tenían los papeles en regla”, cosa curiosa pues pienso que lo normal sería decir que la policía investiga quién las mató). Pero no vivimos en un desierto, y por esto, debemos pedir a los que llegan de estos países una integración y un respeto a nuestras formas de vida. No deja de haber problemas como el peculiar derecho familiar islámico, su concepción de la mujer, la poligamia, la identificación de la religión con la política que son difíciles de compaginar con nuestras costumbres. Pero también es cierto que si hay por nuestra parte una apertura a las distintas formas culturales, ellos no tendrán necesidad de encerrarse ni proclamar un “afán de conquista” a través de los hijos hasta que voten en Catalunya sus alcaldes porque pasarán a ser mayoría en determinadas poblaciones. Hace poco me decía un amigo con dificultades económicas para sacar adelante su familia, que si su cónyuge fuera musulmana la apuntaría a estudiar catalán para beneficiarse de las 30.000 pesetas al mes que les dan por asistir a esos cursos. Bien por la política de favorecer la integración, y mucho mejor si cuidáramos además la política de protección a la familia.