El viaje del Papa a Kazajstán, una luz para el diálogo con el Islam

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté

 

El Papa realizó, sin miedo a las implicaciones que tiene ir a un país vecino a Afganistán, su viaje apostólico a Kazajstán, donde hay gente que ha hecho estos días mil trescientos kilómetros para verle en Astana. Para la minoría católica de Kazajstán, la visita del Papa era una ocasión única y valía la pena hacer un esfuerzo extraordinario para encontrar a Juan Pablo II. Un sacerdote español que vive en Almaty contaba su experiencia. “De Almaty salimos 800 personas en un tren especial a Astana, la nueva capital. El tren partió el sábado, 22, a las diez de la mañana y llegó 20 horas después, tras cubrir un trayecto de 1.300 kilómetros. En la estación nos esperaban muchos autobuses y la policía, que fue abriendo paso y escoltando a la caravana hasta llegar a la plaza donde celebraría la Misa el Papa. Allí hubo un control policial serio, cosa inevitable después de los atentados terroristas del 11 de septiembre. Desde las 8 ya estábamos esperando al Papa, con bastante frío. A las 10.15 llegó Juan Pablo II en el papamóvil, que recorrió todos los sectores de la plaza. La capacidad de la plaza es de 50.000 personas, y estaba llena, con un 90% de los asistentes musulmanes y el resto cristianos. El cielo, que antes amenazaba lluvia, se fue despejando al llegar el Papa, y en pocos minutos tuvimos una mañana soleada muy hermosa. Así se nos fue el frío del cuerpo. Mucha gente lloraba al ver al Papa, otros reían de emoción, y hasta los musulmanes gritaban "Papa, Papa", a pesar de no saber nada de él. Se le veía muy anciano, y que hacía un gran esfuerzo, con lo que sus palabras sonaban aún más verdaderas. Nos habló de cómo las distintas religiones pueden convivir, y del deseo de los católicos de contribuir a la paz. La gente sabe tan poco del cristianismo que alguno preguntó –refiriéndose a la comunión– si los sacerdotes dábamos vitaminas a los católicos... 
El lunes por la mañana, los sacerdotes que trabajamos en Asia Central celebramos la Misa con el Papa en la nueva catedral de Astana. Somos unos 60 en Kazajstán, y otros pocos en los demás países. Las monjas eran algo más numerosas, incluidas monjas de clausura. Al terminar la Misa, saludamos uno a uno al Papa, y recibimos un rosario”. 
El viaje papal a Kazakistán y Armenia realizado a finales de setiembre de 2001 fue una bocanada de paz dentro de los preparativos para la guerra. Estos países están en un enclave de diálogo entre las civilizaciones occidental y musulmana. Son países de minoría cristiana (Kazakistán, de los 16.320.000 habitantes, un 47 por ciento son musulmanes, un 44 por ciento ortodoxos y el 1,8 católicos. Armenia, de los 3.540.000 habitantes, 147 mil son católicos, es decir, el 4,1 por ciento del total)
En su conversación con el Presidente de la República de Kazajstán, Nursultan Abishevich Nazarbayev, el Pontífice señaló brevemente que los “trágicos eventos ocurridos en Estados Unidos” no le llevaron a desistir de su viaje, y añadió: “estoy contento que mi visita coincida con el décimo aniversario de vuestra independencia, porque estoy convencido –y lo está también la Iglesia– que toda nación tiene el derecho a ser soberana”; y expresó su deseo por que la libertad de Kazajstán sea “duradera, fructífera, siempre más plena, alcanzando a todos los campos de la vida nacional: económico, político, cultural”. En su encuentro con los católicos, les animó a que aunque minoría vivificarán todo: “antes que proclamadores, hay que ser testigos creíbles del Evangelio”; hizo también hincapié en la importancia de que todos los discípulos de Cristo sean luz del mundo y sal de la tierra, y afirmó: “esta necesidad es aún más urgente a causa de la devastación espiritual dejada en herencia por el ateísmo militante, como también a causa de los peligros presentes en el hedonismo y en el consumismo”. En este país de “encuentro” entre religiones, resaltó el Papa la autenticidad del cristiano, y animaba que “a la fuerza del testimonio, unid la dulzura del diálogo”, pues “la Iglesia no quiere imponer la propia fe a los demás”. “Sin embargo, está claro que esto no exime a los discípulos del Señor de comunicar a los demás el gran don del que son partícipes: la vida en Cristo”. El Papa concluyó exhortando a los sacerdotes, religiosos y seminaristas a que frente a las dificultades en la labor apostólica pensaran en “el bien que el Señor realiza por vuestras manos, vuestra palabra, vuestro corazón”. “El os ha puesto aquí como don para el prójimo. Sabed estar a la altura de esta misión”. Al final de aquella celebración, Juan Pablo II confió Kazakistán a la protección de la Bienaventurada Virgen María, Reina de la Paz.
Visitó el Papa la Universidad Eurasia, donde explicó el cristianismo a jóvenes ateos y musulmanes. Ponía en boca de los estudiantes las preguntas claves de la existencia: “¿Quién soy yo, desde tu punto de vista, Papa Juan Pablo II, según el Evangelio que tú anuncias? ¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿Cuál es mi destino?”. “Mi respuesta es sencilla, queridos jóvenes, pero de un alcance enorme”, contestó. “Tú eres un pensamiento de Dios, tú eres un latido del corazón de Dios. Afirmar esto es como decir que tienes un valor en cierto sentido infinito, que tú cuentas para Dios en tu individualidad irrepetible”. En esa universidad los kazajos desean acercarse culturalmente a Europa y detener también el avance del integrismo islámico procedente de Pakistán y Afganistán. El Papa se refirió al sufrimiento que ha tenido este pueblo a causa del comunismo y su trágica herencia. Pero les advertía a no sustituir la ideología por “la nada”: “¡Qué vacío asfixiante se siente si en la vida no hay nada que cuente, si ya no se cree en nada!”, exclamó. “La nada es la negación del infinito, evocado con fuerza por vuestra inmensa estepa, ese Infinito al que aspira de manera irresistible el corazón del hombre”. Explicando la fe de Jesús y la verdad del hombre a unos jóvenes de mayoría no cristiana, Juan Pablo II decía: “Jesús de Nazaret, Hijo de Dios, hecho hombre hace dos mil años, vino a revelarnos esta verdad con su persona y enseñanza. Sólo en el encuentro con él, el Verbo encarnado, el hombre encuentra la plena autorrealización y la felicidad”. Sin religión, no hay una verdad sobre el hombre sino simplemente unos principios que se van difuminando como también se va esfumando la imagen real de la dignidad humana.