Defender la verdad
Autor: Padre Llucià Pou Sabaté
La verdad está hoy atacada por las
“verdades” a medias, y la libertad por un afán de “igualdad” que esconde la
envidia y una agresividad que rezuma bajo formas educadas, y por eso los niños
están tan violentos. Así por ejemplo, se culpa a las religiones de promover esta
violencia, cuando han sido los regímenes ateos los causantes de los mayores
holocaustos. Las mentes pueden ser envenenadas por la cultura dominante, que
impone con miedo sus ideas, y a muchos les cuesta desentonar de “lo que se
lleva” por ese miedo a quemarse. Esta tendencia a la demagogia ya fue tratada en
la “Apología de Sócrates”, compuesta por Platón entre 393 y 389 a. C., que nos
transmite la defensa del sabio tras ser acusado de corromper a los jóvenes y
despreciar a los dioses, frente al jurado de la ciudad de Atenas que lo acusa de
“investigar” donde no debe. Y dice así: “No sé, atenienses, la sensación que
habéis experimentado por las palabras de mis acusadores. Ciertamente, bajo su
efecto, incluso yo mismo he estado a punto de no reconocerme; tan
persuasivamente hablaban. Sin embargo, por así decirlo, no han dicho nada
verdadero”… A sus setenta años, ¿por qué tenía tantos acusadores el sabio,
incluso algún comediógrafo? Él así lo expone al jurado: “Los que, sirviéndose de
la envidia y la tergiversación, trataban de persuadiros y los que, convencidos
ellos mismos, intentaban convencer a otros”… y es difícil defenderse porque es
algo anónimo, “es necesario que yo me defienda sin medios, como si combatiera
sombras”. Aparece ahí la necesidad de defender la verdad, como algo divino: “que
vaya esto por donde al dios le sea grato, debo obedecer a la ley y hacer mi
defensa”.
Cuando se ataca la libertad, muchos se acomodan, pero no todos: él acomete la
defensa de la acusación más grave que se le imputa, el corromper a los jóvenes
enseñándoles a pensar en contra del sistema, y con su lógica demuestra lo
absurdo de que gente maleducada y que busca sus intereses intente castigar a
quien procura educar en la verdad, ayudando a pensar. Sócrates afirma –en su
humildad, que es estar en la verdad- que no ha habido mayor bien para Atenas que
su preocupación por sus compañeros ciudadanos, que si él hubiera hecho daño a
tantos jóvenes que han estado a su lado, éstos o sus familias se habrían
quejado, y no sólo una minoría. Se define para una sociedad conformista como un
tábano que pica al gran caballo perezoso, que necesita ser despertado: “dicen
que un tal Sócrates es malvado y corrompe a los jóvenes… (se dirige al
acusador): Meleto, has mostrado suficientemente que jamás te has interesado por
los jóvenes y has descubierto de modo claro tu despreocupación, esto es, que no
te has cuidado de nada de esto por lo que tú me traes aquí”. Como hoy, que
ciertos políticos poco educados quieren enseñar educación, la ideología lleva a
la mentira y a la sospecha sobre el justo… “Y es esto lo que me va a condenar,
si me condena, no Meleto ni Ánito sino la calumnia y la envidia de muchos. Es lo
que ya ha condenado a otros muchos hombres buenos y los seguirá condenando. No
hay que esperar que se detenga en mí”. No quiere agradar y que le dejen en paz a
costa de renunciar a su afán de verdad, y por eso no se doblega: si “me dejarais
libre con esta condición, yo os diría: «Yo, atenienses, os aprecio y os quiero,
pero voy a obedecer al dios más que a vosotros y, mientras aliente y sea capaz,
es seguro que no dejaré de filosofar, de exhortaros… Pues, esto lo manda el
dios, sabedlo bien, y yo creo que todavía no os ha surgido mayor bien en la
ciudad que mi servicio al dios” (en realidad, el "demonio bueno" o "eudaimon"
que todos llevamos dentro es la propia conciencia).
La historia se hace así, con esos apóstoles
de la verdad: «No sale de las riquezas la virtud para los hombres, sino de la
virtud, las riquezas y todos los otros bienes, tanto los privados como los
públicos. Sabed bien que si me condenáis a muerte, siendo yo cual digo que soy,
no me dañaréis a mí más que a vosotros mismos… creo que es un mal mucho mayor
hacer lo que éste hace ahora: intentar condenar a muerte a un hombre
injustamente… Pues bien, he sido condenado por falta no ciertamente de palabras,
sino de osadía y desvergüenza, y por no querer deciros lo que os habría sido más
agradable oír: lamentarme, llorar o hacer y decir otras muchas cosas- indignas
de mí, como digo, y que vosotros tenéis costumbre de oír a otros”, aunque intuye
que habrá una razón de bien: “Quizá era necesario que esto fuera así y creo que
está adecuadamente”. De hecho, las mentiras acaban cayendo, y esos valientes
indican el camino del respeto para que haya una sociedad justa: “Pues, si
pensáis que matando a la gente vais a impedir que se os reproche que no vivís
rectamente, no pensáis bien. Este medio de evitarlo ni es muy eficaz, ni es
honrado. El más honrado y el más sencillo no es reprimir a los demás, sino
prepararse para ser lo mejor posible”. Este “adiós” del gran genio permanece
como un icono de dignidad y defensa de la verdad aún a costa de padecer la
injusticia.