Relativizando los problemas

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté 

 

 

“Debo conquistar la paciencia que tanto necesito”, me decía una persona que daba vueltas a las cosas, y con los ojos pegados al muro, veía aquel problema –el que tenía en aquel momento- muy grande, irresoluble... Cuando de un problema hacemos una montaña estamos absolutizando unos aspectos de la realidad; hay que tomar distancia, y una buena manera de hacerlo es el sentido de humor, no tomarnos demasiado en serio y saber tener tiempo para escuchar buena música o charlar con un amigo que nos haga sentir valorados y nos anime. Anotar las cosas y rumiarlas durante unos días –comentarlas también con alguien- nos ayuda a adquirir la visión de conjunto. Quien es emotivo lo vive todo intensamente, y al no tomar distancia de los sentimientos, se pierde, se desgasta... es como si uno quiere correr demasiado rápido en bici en una subida, lleno de euforia, y se “quema” al poco rato. Y cuando se trata de una emoción negativa, la cosa empeora: se entra en una dinámica de trepidación y se cae como en un remolino que chupa, y la manera de evitarlo es no caer en la trampa de pensar en negativo, como de un precipicio, pues hay quienes no solo se tiran de cabeza al río y se hunden, sino que se ponen a excarbar en el fondo del río, para hundirse aún más... Hay que tener disciplina mental para no dejarse llevar por estas emociones, y domar el “potro salvaje” que tenemos dentro, estar centrados, y ganar en profundidad: por ejemplo, no leer muchos libros y deprisa sino uno, y con calma, meditando; hacer una cosa a la vez, y asimilar cada paso, no querer correr... La vida es como una caja de cerillas y quien las quema todas de golpe hace un gran fuego y se le acaban: hay que “gestionar” bien la vida, administrar bien las cerillas.

"Me importa sólo este momento, me es igual lo que pase después o mañana"... dice la gente irreflexiva con espíritu de novela romántica (donde el protagonista suele morir por sus imprudencias): las precipitaciones son motivo de arrepentimientos futuros, mejor actuar con responsabilidad, que quiere decir con esfuerzo y sacrificio –no caer en decir: "yo soy así, no le puedo hacer nada"- y superar el “sólo ahora”: no se ha de dar la vida en un momento de entusiasmo y morir después, dar la vida de verdad es vivirla día a día luchando hoy en un aspecto, mañana en otro, la armonía y le equilibrio interior –la madurez- se adquieren cuando sabemos priorizar en cada momento lo importante, y por tanto renunciar a otras cosas. Pienso que hay como tres reglas de oro para ello:

 1) Gozar de cada día como si fuera un pastel, y no pensar en lo que falta (lo que nos hemos comido ya, el tiempo que hemos gastado, etc.) sino en lo que queda, para aprovecharlo. “No me arrepiento tanto de lo que he hecho, sino sobre todo de lo que no he hecho en la vida”, decimos a veces, pero si volviésemos a vivir volveríamos a hacer lo mismo, es ahora que con la experiencia adquirida –también con los errores- podemos ver qué hacer, antes no podíamos apreciar las cosas que ahora vemos, sin la ciencia que da la experiencia.

2) Pensar en positivo, fijarse –y agradecer- el 90% de cosas buenas que tenemos en la vida (dones como simpatía o capacidad intelectual, la familia y los amigos, facilidades que nos da el progreso...) y alegrarnos no solo de las luces sino también de las sombras, de aquello que podemos mejorar: ver las cosas es ya tener media faena hecha... Pero si no da paz, mejor no pensar: si un día todo es gris, no pensar aquel día, esperar que pase. Si las cosas se pueden solucionar, no preocuparse; y no se pueden arreglar, qué arreglamos con preocuparnos? por qué amargarse la vida?, hay que esperar...

3) No decidir ni decir las cosas enfadado, pensamos que quedamos "desahogados" pero quedamos peor, porque la palabra que se escapa nos hace esclavos suyos. Cuando -serenos- tengamos visión de conjunto, con los pros y los contras, ya decidiremos y hablaremos. Además, no hay que cambiar aquello que ya se ha decidido, a menos que haya circunstancias nuevas, que hagan replantéarselo. Le esperanza es fruto de este esfuerzo de crecimiento interior, de cultivar el silencio creador, pensando que lo mejor siempre está por llegar, porque Dios nos acompaña y va abriendo nuevos caminos según la que hoy hacemos, va rescribiendo el guión de la historia reconduciendolo todo hacia nuestro bien.