Libertad, el arte de decidir

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté

 

 

A la muerte de Stalin, por primera vez se denunció en el Partido la crueldad del dictador: el secretario general del partido comunista, Nikita Kruschev, dijo en el Congreso como se había encarcelado y torturado a millares de opositores, se había deportado a tantos y tantos, muchos de por vida, en las prisiones de la helada Siberia. De pronto, una voz lo increpó:

“-¿Y tú dónde eras, camarada, mientras sucedía todo esto?” Todos entendieron que aquello le cortaba a Kruschev la hierba bajo los pies, ya que era conocido que había trabajado mucho junto a Stalin, y ahora le estaban culpando de complicidad. Se hizo silencio, pero el Secretario preguntó con firmeza:

-“¿Quien ha dicho esto?” No respondió nadie. Tras preguntarlo otra vez, añadió:

-“Te contestaré. Sabes dónde estaba yo, en aquel momento? Exactamente en el lugar y posición qué tú te encuentras ahora”, queriendo decir que así sobrevivieron también ellos, escondiéndose por miedo.

Es difícil ser totalmente libre, se ha de medir también si vale la pena sufrir las consecuencias de un acto, tanto para bien como para mal, y para valorar todo esto hace falta ir dentro del corazón. Me decía una chica: “muy poca gente piensa y va al interior de un mismo, con ‘interior’ me refiero al espíritu, la mayoría sólo piensa en sacar el máximo de beneficio de las cosas sin ni siquiera pensar en las consecuencias”. La libertad debe estar como “aliñada” con unos ingredientes que son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, es decir por las virtudes (de “vis”, que en latín quiere decir fuerza): vigor, que da perfección a la persona, el mérito de decidir correctamente, y esto va creando un hábito, facilidad para actuar, y unas disposiciones estables. Los actos de libertad dejan así rastro en la persona, la modifican en el sentido que la perfeccionan, le dan un orden de disponer las cosas por conseguir el fin que pretende, el que es bueno. Esto es necesario para todos: por ejemplo, la gente apasionada que vive intensamente las emociones, son artistas que pintan la realidad como Monet la catedral de Rouen: viven lo que ven, aunque sepan que las cosas no son siempre como las captan, pero transmiten la impresión profunda con el color que le da a las cosas la luz que incide sobre ellas, que marca una apariencia –real- según los tiempos, momentos del día... son ánimos que suben allá arriba al mismo cielo iluminados por sentimientos altísimos, como también bajan a hundirse en los abismos, apesumbrados por los dolores ajenos, o el mal en el mundo… viven las realidades, pero les falta “visión de conjunto”, tomar distancia de los problemas; y es oportuno que “hagan la media” de aquellas variaciones, por establecer una actuación que no los haga decidir en medio de las penas (cuando hay tormenta, no se pueden hacer cambios) ni de la euforia (también suele haber en aquellos momentos carece de realismo).

La libertad de la persona se enriquece con la armonía de tener una dirección y no es más libre quien cada día y en cada momento decide una cosa diferente (la que “quiere” en aquel momento) que aquel quien opta de manera habitual (no digo siempre, porque no se fácil siempre y en todo momento escoger bien) por los actos que lo hacen adelantar decididamente hacia a su fin.

Hay quien dice que actuar según la razón nos ata y quita libertad... la virtud ata y condiciona la libertad si al obedecer la conciencia somos esclavos de las normas... pero una conciencia virtuosa actúa bien porque le da la gana, no anula la decisión libre, sino que le es compañera de camino. Libertad es capacidad de decisión para lo mejor, que es el amor que compromete toda la vida. La máxima decisión es darse a un mismo, ahí está la realización de la persona... por ejemplo en la familia, puesto que la persona reclama encontrarse “en casa”, anhela una seguridad y un amor “por siempre jamás”. Cierto que la libertad en el comprometerse en un proyecto es atarse en lo que se ha escogido, pero si falta eso hay inseguridad y vacío interior, y cuando está –sobre todo potenciado por la fe, esperanza en la eternidad, amor auténtico que viene de Dios- nada quita la paz, hay armonía interior aún en el sufrimiento, felicidad.

La virtud que potencia esa realización del proyecto que es la libertad, es como el público de un partido de fútbol, que desde las gradas anima a los que juegan en el campo, con cantos, confeti y haciendo “la ola”; lo hace todo más fácil, aun cuando no quiere decir que necesariamente lo deba hacer bien: es una ayuda para hacer las cosas bien; hace que el amor nos tenga los ojos abiertos para descubrir detalles que alimenten este proyecto, día a día, con cosas nuevas.