Colonia 2005, los jóvenes de la continuidad (1)

Autor: Padre Llucià Pou Sabaté

 

 

He podido participar estos días en la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia, en esta experiencia fabulosa de un millón de jóvenes venidos de todo el mundo –muchos alemanes, italianos, de otros países europeos y latinoamericanos, también una notable presencia de los del Este, y muchos orientales…- que se encuentran “en familia” a campo descubierto, a 20 km de la ciudad, donde acampan dos dias con Jesús sacramentado, que estaba en una tienda siendo el centro del campamento: “venimos a adorarle” ha sido el lema de la Jornada, siguiendo la estrella de los Reyes Magos, que nos llevan a Jesús, a quien tenemos presente en la Eucaristía. Él ha sido el centro de estos días, de todo lo que se ha vivido, esta rica expresión de diálogos y cantos, y del ambiente de compartir, de amistad y de oración: y al final, la Misa con el Papa. 


Los medios de transporte nos dejaron unos kilómetros más allá, y recorrimos a pie el trayecto, pasábamos entre pueblos, con la gente que salía a la calle, nos ofrecían agua, los más “peques” unas espigas de trigo, también habían decorado con dibujos las calles y ofrecían la mano al pasar diciendo en ingles “guive me five” (choca estos cinco). Llegamos al “Campo de María” y fuimos saludando a otros grupos conocidos, después de quedar con el móbil, que funcionó bastante bien excepto en los momentos punta que quedó colapsado el servicio. La logística del Campo funcionó de maravilla, sonido y pantallas gigantes, suelo mórbido cubierto de hierba, en forma de cuadrantes organizados por letras y números, sin vallas y divididos solo por calles. El ambiente, estupendo. Y el buen humor tapaba los huecos que aparecieron en la organización, quizá debido a que esperaban muchos menos de los que al final fuimos.


Había dos cuestiones en la cabeza de muchos: si sería lo mismo la Jornada de la Juventud sin Juan Pablo II: el millón de jóvenes es una respuesta clara de que sí, de que la gente quiere ver al Papa, aunque no tenga el carisma de las masas que teníamos hasta ahora; ahí no se busca a un hombre, sino a Jesús. Y esta es la segunda cuestión, si la empatía con el Papa seguiría siendo tan fuerte. Sus palabras fueron sencillas y profundas, valientes y muy precisas, de una lucidez extraordinaria que unido a la humildad con que fueron pronunciadas fueron provocando una adhesion en quienes las oíamos que iba caldeando el entusiasmo hasta el momento culminante de la homilía del domingo; ahí, después de unos comentarios preciosos sobre la Eucaristía, centro de la Jornada, comenzó a destacar aspectos concretos que fueron continuamente aplaudidos: se estableció el “diálogo” al que estábamos acostumbrados. Momentos especialmente emotivos fueron las referencias a Juan Pablo II.


Las previsiones de tiempo eran de lo más penosas, y de hecho llovió hasta poco antes de la vigilia del sábado, pero el Campo de María fue un oasis, a la vuelta del domingo comprobamos que nada más salir de Colonia ya encontramos lluvia, y en Zurich, donde me encuentro estos días, están aún en alerta, con los cantons más bajos inundados, trenes cerrados, y algunos rios desbordados debido a las fuertes lluvias, que también tuvieron otros muchos sitios de Europa Central. Aunque por la noche hizo humedad y frio, no llovió (en contra de las previsiones) e incluso la nube que encubría Marianlend el domingo durante la Misa creó un microclima fresco pero agradable, como una sombrilla de protección para el sol.


El Papa habló la vigilia del sábado de la búsqueda de los Magos siguiendo la estrella: nos muestran el poder del Rey que encuentran en Jesús niño; al ver el poder de Dios diferente de lo que imaginamos los hombres hacen entonces un camino interior, cambian ellos al estilo de Dios. En efecto, ante el hombre que quiere hacerse dios –estamos en Alemania, donde ha habido intentos filosóficos y políticos de este tipo- vemos a un Dios que se hace hombre, para que aprendamos a hacernos dios en Él, a ponernos a su servicio, a adorarlo… a hacer como los santos, que “no buscaron obstinadamente la propia felicidad, sino que han querido simplemente entregarse… ellos nos enseñan la via para ser felices”. El Papa seguía proponiendo como Juan Pablo II el reto de cambiar el mundo a través de la vida santa: “sólo de los santos, sólo de Dios proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo”. Se refirió a los totalitarismos que absolutizan lo que no es absoluto, y producen solamente esclavitud en los hombres. Acabó haciendo referencia a la gran familia de la Iglesia, con la alegría de pertenecer a esta familia de Dios, “de tener hermanos y amigos en todo el mundo”. Esto es lo que se veía, una familia proveniente de muchos sitios que se unía en el encuentro con Jesús.