Benedicto XVI un Papa querido

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es

 

 

Dios bendice a sus hijos. Dios bendice a su Iglesia. Dios bendice al mundo entero creado por Él.

Esto es algo palpable. Toda persona que tenga un mínimo al menos de buena voluntad lo está viendo. Dios está enviando a su Iglesia hombres santos, hombres de esperanza, hombres que proclaman la Vida.

Los últimos Papas han sido hombres de Dios. El entrañable Juan Pablo II, Juan Pablo el Grande, como se le está apodando, ha sido hombre de Dios. Y Benedicto XVI es hombre de Dios. Y será, sin duda, un Papa querido. Y si no, al tiempo. 

A la primera impresión de sorpresa, que en algunos sectores de la Iglesia y del mundo pudo causar su nombramiento, en razón de su edad ya avanzada, y en razón sobre todo de su fama de “hombre duro”, por el mismo cargo que desempeñaba, casi de inmediato ha sucedido otra segunda impresión: la de un hombre sencillo, entrañable, afable, y fiel testigo de Cristo.

En pocos días, apenas horas, se ha ganado el corazón, no sólo de los cristianos, sino del mundo en general.

Se ve en Benedicto XVI, sobre todo, un fiel testigo de Jesucristo. Un cristiano valiente, que va con la Verdad por delante. Y esto ha sido fundamental para que a la primera impresión un tanto desconcertante, podría decirse, que pudo causar su elección, a renglón seguido se haya podido constatar un cambio en las gentes, y en él su dimensión más auténtica y real.

Benedicto XVI será, lo está siendo ya, un Papa querido. Su homilía inaugural es espléndida, en su sencillez y en su contenido.

Juan Pablo II terminó en honor de multitudes. Y Benedicto XVI ha comenzado también en baño de multitudes.

Inició su homilía inaugural de nuevo Pontífice con un recuerdo emocionado a Juan Pablo II. Dijo, el para siempre ya, Benedicto XVI: 
“¡Cómo nos hemos sentido abandonados tras el fallecimiento de Juan Pablo II! El Papa que durante 26 años ha sido nuestro pastor y guía en el camino a través de nuestros tiempos. Él cruzó el umbral hacia la otra vida, entrando en el misterio de Dios”.

Para aludir de inmediato al cónclave:
“¿Cómo 115 Obispos, procedentes de todas las culturas y países, podían encontrar a quien Dios quería otorgar la misión de atar y desatar? Una vez más, lo sabíamos; sabíamos que no estamos solos, que estamos rodeados, guiados y conducidos por los amigos de Dios. Y ahora, en este momento, yo, débil siervo de Dios, he de asumir este cometido inaudito, que supera realmente toda capacidad humana”.

No estamos solos. 
“Estamos rodeados, guiados y conducidos por los amigos de Dios”. 

Su lenguaje es de unidad en la pluralidad; es lenguaje de seguridad. Sabe apoyar su pequeñez en Dios: 
“Ahora, en este momento, yo, débil siervo de Dios, he de asumir este cometido inaudito, que supera realmente toda capacidad humana”.

Esta pluralidad es, al mismo tiempo una Comunidad: 
“A la comunidad de los santos no pertenecen sólo las grandes figuras que nos han precedido y cuyos nombres conocemos. Todos nosotros somos la comunidad de los santos; nosotros, bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

La Comunidad tiene un centro: Cristo Resucitado. Y así, al extender su cariñoso saludo a todos, exclama:
“La Iglesia está viva: de este modo saludo con gran gozo y gratitud a todos vosotros que estáis aquí reunidos, venerables Hermanos Cardenales y Obispos, queridos sacerdotes, diáconos, agentes de pastoral y catequistas. Os saludo a vosotros, religiosos y religiosas, testigos de la presencia transfigurante de Dios. Os saludo a vosotros, fieles laicos, inmersos en el gran campo de la construcción del Reino de Dios que se expande en el mundo, en cualquier manifestación de la vida”.

Y cuando pasa a exponer su programa de acción pastoral, como nuevo Papa, dice:
“Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él, de tal modo que sea él mismo quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia”.

Hay que recalcar esta frase, porque resulta genial; resulta ser como una fotografía de cuerpo entero del nuevo Papa: 
“Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino de ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él”.

Y sin embargo, no es un programa; se fija más bien en dos símbolos: 
el palio y el anillo del pescador. 

Al palio lo considera como “imagen del yugo de Cristo”: 
“El yugo de Dios es la voluntad de Dios que nosotros acogemos”.

Voluntad que: 
“no nos priva de la libertad”. 

Añade: 
“Ésta es también nuestra alegría: la voluntad de Dios..., que nos hace volver a nosotros mismos”.

Explica la composición material del yugo: la lana. Y su simbolismo:
“El simbolismo del Palio es más concreto aún: la lana de cordero representa la oveja perdida, enferma o débil, que el pastor lleva a cuestas para conducirla a las aguas de la vida”.

Con qué realismo, el Papa expresa:
“La humanidad – todos nosotros – es la oveja descarriada en el desierto que ya no puede encontrar la senda”.

Sabe bien, siguiendo al modelo Cristo, que su misión es ser Pastor en medio del desierto de la vida:
“Hay muchas formas de desierto: el desierto de la pobreza, el desierto del hambre y de la sed; el desierto del abandono, de la soledad, del amor quebrantado. Existe también el desierto de la oscuridad de Dios, del vacío de las almas que ya no tienen conciencia de la dignidad y del rumbo del hombre. Los desiertos exteriores se multiplican en el mundo, porque se han extendido los desiertos interiores”.

La misión del Pastor es apacentar al rebaño:
“Apacentar quiere decir amar, y amar quiere decir también estar dispuestos a sufrir. Amar significa dar el verdadero bien a las ovejas, el alimento de la verdad de Dios, de la palabra de Dios; el alimento de su presencia, que él nos da en el Santísimo Sacramento”.

Se fija en el otro símbolo: el anillo del pescador. Y basado en el evangelio (Lc 5,11), “No temas, desde ahora serás pescador de hombres”, añade:
“También hoy se dice a la Iglesia y a los sucesores de los apóstoles que se adentren en el mar de la historia y echen las redes, para conquistar a los hombres para el Evangelio, para Dios, para Cristo, para la vida verdadera”.

Porque:
“Los hombres vivimos alienados, en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un mar de oscuridad, sin luz. La red del Evangelio nos rescata de las aguas de la muerte y nos lleva al resplandor de la luz de Dios, en la vida verdadera”.

Inefable, Benedicto XVI que, antes de terminar su preciosa homilía, vuelve su recuerdo a Juan Pablo II, cuando aquel 22 de octubre de 1978 iniciaba su ministerio:
“Todavía, y continuamente, resuenan en mis oídos sus palabras de entonces: “¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!”.

Para concluir, como un aviso a navegantes:
“El Papa hablaba a los fuertes, a los poderosos del mundo, los cuales tenían miedo de que Cristo pudiera quitarles algo de su poder, si lo hubieran dejado entrar y hubieran concedido la libertad a la fe. Sí, él ciertamente les habría quitado algo: el dominio de la corrupción, del quebrantamiento del derecho y de la arbitrariedad. Pero no les habría quitado nada de lo que pertenece a la libertad del hombre, a su dignidad, a la edificación de una sociedad justa”.

En alusión directa a los jóvenes, citando a Juan Pablo II, dijo:
“El Papa hablaba a todos los hombres, sobre todo a los jóvenes. ¿Acaso no tenemos todos de algún modo miedo – si dejamos entrar a Cristo totalmente dentro de nosotros, si nos abrimos totalmente a él –, miedo de que él pueda quitarnos algo de nuestra vida? ¿Acaso no tenemos miedo de renunciar a algo grande, único, que hace la vida más bella? ¿No corremos el riesgo de encontrarnos luego en la angustia y vernos privados de la libertad? Y todavía el Papa quería decir: ¡no! quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada – absolutamente nada – de lo que hace la vida libre, bella y grande”.

Y finaliza:
“¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida. Amén”.

Así concluyó. El Papa nos invita, pues, a no tener miedo, a abrir las puertas a Cristo. Y el “Amén” con que finaliza es, en nosotros, y en todos los hombres y mujeres de buena voluntad, un Sí total. A Cristo y a él, su Vicario.

Benedicto XVI, desde el primer momento de su pontificado se ha ganado la confianza. Ha comenzado a ser un Papa muy querido. Y será, tiempo al tiempo, un Papa muy querido.