El Padre "sito" en Mérida

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es

 

 

Quien viaja a Emérita Augusta, la apacible ciudad de descanso de los romanos, la misma que con su sangre martirial inmortalizó Santa Eulalia, y los poetas cantaron, y allende los mares su fama llevaron intrépidos conquistadores, la Mérida actual, de la Humanidad Patrimonio, quien viaja, digo, sabe que cada piedra que pisa es una pieza viva del épico puzzle  de la historia.

Mérida (Badajoz), es silencio en piedra que habla el elocuente lenguaje de la historia cautiva entre sus ruinas. Mérida es ensoñación. Que la historia es soñar. Soñar el pasado anclado en el amasijo de hombres y piedras.

Pues bien, a la inmortal Mérida, Emérita Augusta, corazón de Extremadura, tierra recia de conquistadores, la Santa Misión llegó. Y entre los misioneros, uno; famoso, tanto, que nadie lo conocía. Ni él mismo sabía de sí mismo, a ciencia cierta. Era el Padre Sito. No Sixto, ni Sexto, ni Séptimo. Sito. Simplemente, Sito. Verán.  

Una mañana, al terminar la Eucaristía, y mientras el misionero se quitaba los ornamentos sacerdotales, llega alguien preguntando por el misionero Padre Sito. El otro misionero le dice:  

—¿Padre Sito...? No señora, no. Aquí no hay ningún Padre Sito. Estamos sólo dos misioneros. Yo soy Juan Carlos y el que ha celebrado es Juan Manuel. Pero Sito..., no.

—¡Que sí, que se llama Sito! Es el que predicó anoche.

—¿....?  

En esto, asoma el misionero en cuestión. La señora lo ve.  

—¡Ése es...! ¡Ése...! ¡Hola, Padre Sito...! ¡A usted lo buscaba yo...!

—¡Encantado! ¡Oiga...!, ¿cómo me ha llamado...?

—¡Sito...! Padre Sito...!  

El misionero la miró atentamente. Hizo un momento de silencio, el suficiente para que su mente se situara. Se dio cuenta de que estaba en la Emérita Augusta, arqueológica y bella, donde cada piedra permanecía en su sitio; dio un salto en el tiempo, quinientos años atrás: América. Los Conquistadores. Mestizaje. Religión. La diosa Tonantzín... Vuelta al presente. Nuevo salto atrás en el tiempo. Roma. Romanos. Aurigas. Santa Eulalia. Mérida.  

—No, señora, no. No me llamo Sito.

—¿Pues no nos dijo usted mismo anoche que se llamaba Sito...?

—¿...? ¡Ah, ya...!  

Todo estaba clarísimo. El misionero, curtido de muchos soles y lunas por los interminables caminos misioneros de la América Latina, les había hablado del modo cariñoso que los indígenas tienen de llamar al Misionero: “Padresito”. (“Padrecito”: la “c” la pronuncian “s”: “Padresito”).  

Seguramente, la buena señora no había captado la alusión a los indígenas; ni había dado el salto a América. Se había quedado en la Emérita Augusta, donde un misionero predicaba, y al que ella rebautizó: Sito. Dicho con propiedad: Padre Sito.  

Mientras tanto, Mérida, señorial y hermosa, romana y extremeña, seguía en su sitio. Y sobre el espejo del agua, del embalse de Proserpina, se peinaban las encimas.