Teología del cuadro

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es

 

 

        En las paradisíacas tierras gallegas, hay una villa preciosa. Su nombre es Sarria. Con su gente, tan cordial; y su río truchero que atraviesa la población para encanto y ensoñación de propios y extraños. Medio corazón lo tengo allá, hipotecado por entrañables amistades; el otro medio, lo llevo conmigo en plan viajero y misionero.

Pues bien, hay en Sarria (Lugo) una capillita, estrecha y chiquita, pero muy concurrida. Algunos la llaman de San Lázaro. Otros, de Lázaro a secas. Porque ocurre, y esto es lo curioso, que el tal Lázaro no es precisamente el amigo que Cristo inmortalizó por partida doble: por resucitarlo y, en consecuencia, hacerlo pasar a engrosar la galería de personajes, ilustres a perpetuidad, en las páginas de los evangelios. 

Este Lázaro es el otro, el de la parábola. Aquel que se moría, y de hecho se murió, de hambre. Sus amigos eran, por solidaridad de soledad y hambruna compartida, los famélicos canes callejeros. Así las cosas, el tal Lázaro tuvo una vida corta. Y el día menos pensado, qué remedio, al seno de Abraham que se nos fue. Léase, al cielo, que es donde Cristo lo situó. Dicho lo cual, lo lógico es hacerle un sitio entre los santos y santas de Dios.

Pero la gente lo sigue llamando Lázaro, sin más. Eso sí, con mucho cariño, respeto y devoción. Y a diario acuden a él. Y le rezan. Hay que ver con qué fe. Y se celebra misa. Digo bien, se celebra misa; que no es lo mismo decir “se le celebra misa”. Aunque vaya usted a saber.

Con ocasión de la Misión popular, me tocó predicar allí. Yo le ponía el San por delante. San Lázaro por aquí, San Lázaro por allá. San Lázaro..., ruega por nosotros. Pero, de pronto, tuve que abreviar y dejarlo en Lázaro, a secas, que es como a la gente le gusta.

Y bien, en Lázaro fue. Que así la nombran: Capilla de Lázaro. Una tarde fue. Al terminar la misa, se acerca al altar una viejecita, encantadora ella, como todas las abueliñas gallegas. Me dice en su dulce lengua materna, con sabor a Rosalía de Castro:
-Ti dixeches que Deus é Espíritu. Eu digo que ten corpo. Teño un cuadro na miña casa, e dígote que Deus ten corpo.

Le respondí en la bilingüe lengua que de niño me enseñaron, castellano y español (que la nuestra, bilingüe lengua es, por Teresa de Ahumada, tan castellana, y por Cervantes, el del Quijote, tan español):
-Que no mujer, que no. Que Dios no tiene cuerpo. Que es Espíritu.
-Eu digo que ten corpo.
-Pues yo le digo que no, que Dios no tiene cuerpo; es Espíritu.
-Eu digo que ten corpo.

Aquello iba “in crescendo”. Hubo que meter freno. Ni por mi navarra sangre, ni por mi cabeza baturra, la pude convencer. Ella que sí, y yo que no. Al fin, tuve que darme por vencido. Definitivamente, aquella fiel devota de Lázaro me ganó, a testarudez, claro. El argumento esgrimido, como prueba de marras, y hablando más en castellano que en gallego, por si las dudas de que yo no entendiera bien su lengua, fue:
-Lázaro también es espíritu, y también tenía cuerpo, que mucha fame pasó o pobriño. Eu digo que Dios es espíritu y también tiene cuerpo, que na miña casa teño un cuadro, e digo a vos que Deus ten corpo.
-Vale.

Era su teología y su fe. La teología aprendida en el cuadro. Pero era, sobre todo, su fe. La firmeza de su fe. Ante la cual, ni los santos Padres de Oriente, ni los de Occidente, teólogos y doctores ellos; ni la Pneumatología, ni los Concilios todos, tenían gran cosa que aportar. Que la fe, además de por el oído, entra también por los ojos. Y la fe y la teología van de la mano.

Debo certificar que, ante tan teológico debate, Lázaro guardó absoluta neutralidad. Conste.