Profetas de hoy (y de siempre)

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es 

 

 

La Biblia nos presenta una serie, no muy grande por cierto, de profetas. Sin duda que habría muchos más, cuyos nombres no han pasado a la historia conocida. Ellos son como las señales mojones o indicadores de la historia. Paradigmas luminosos que iluminan la conciencia de la humanidad.

Pero además de los profetas verdaderos, que la Biblia preconiza y consagra, ahí están, los hay también falsos. Son los profetas complacientes de la conveniencia en cada tiempo y lugar.

El verdadero profeta mira al pasado, desde el presente, analiza la realidad, y lanza su voz de conciencia universal al futuro.

En la Iglesia, que es divina por Cristo, y humana al mismo tiempo por nosotros los humanos, infalible por divina, y por humana paciente de sus propias limitaciones y errores humanos, ha habido profetas fehacientes, intrépidos, valientes, en todos los tiempos. Ahí están sin ir más lejos los miles de mártires de todos los tiempos del cristianismo. Y las vírgenes, y los confesores. Todo un paradigma, de hombres y mujeres, de fe y entrega generosa.

Y están, sobre todo, los pobres. Los pobres de Yahvé, en el ámbito bíblico. Y los pobres de la actualidad, entre los cuales ocupan el primer lugar todas esas criaturas que nunca verán la luz porque son exterminadas cruel y criminalmente por el aborto, cuyo abanderamiento pertenece a los nefastos profetas de la cultura de la muerte.

El aborto se ha convertido hoy en día, en muchos lugares, en una verdadera idolatría social. Es como la negación nefanda de la conciencia, individual y social. Como si la voz de la conciencia, individual y social, pudiera acallarse por la voz atiplada y bastarda de los agoreros catastrofistas de turno, entre los que destacan determinados dirigentes políticos. Falsos políticos, hay que añadir, que en vez de mirar al pasado para poder prever el futuro, se limitan a erradicar la esperanza. Profetas idólatras de la desesperanza.

A Jeremías, profeta bíblico donde los haya, se le castigó acusado de haberse pasado a los caldeos. Era una traición. Pero no había tal. Le comunicó al rey Sedecías, abiertamente: “Serás entregado en manos del rey de Babilonia”. ¿Motivo? La falta de arrepentimiento de los pecados. Del propio rey y del pueblo. Pero decir la verdad, sobre todo cuando ésta duele, ya ase sabe que es “políticamente incorrecto”.

Y si vamos a la historia laica, o no bíblica, podrían citarse muchos otros ejemplos. Recordemos tan sólo, a modo de ejemplo, el caso de Casandra. Se le tilda de enajenada por atreverse a vaticinar que aquel caballo de madera colocado a las puertas de Troya, a modo de regalo de los aqueos, sería la destrucción de la ciudad. Y así fue.

La idolatría embrutece, y no acalla las conciencias. Y para colmo, lleva a la desesperanza, porque ofrece paraísos inexistentes.

La Iglesia, hoy por hoy, y siempre, es quizá ya, la única defensora de la vida. Se está quedando sola, en este sentido. No importa. Sus mejores profetas han sido y serán siempre los pobres. Y entre éstos, los más pobres de los pobres, los niños que deberían nacer y no nacerán, porque se les elimina en el mismo seno materno, pero cuya voz de vida seguirá oyéndose implacable en las conciencias.

En aras de la idolatría de una mundial economía falaz, amparada en falsos moralismos, no se puede acallar la voz de los verdaderos profetas.

La Iglesia, como viene proclamando Benedicto XVI, no debe renunciar al don de profecía. Dejaría de serlo. Su voz es siempre una voz de esperanza y vida.

Es necesario, pues, “un cambio de ruta individual”, y social. Y es necesario, como ha expresado el papa, “el trabajo humilde y cotidiano de la conversión de los corazones”.

Vendrán tiempos mejores.