El milagro de la solidaridad

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es

 

 

Independientemente del aspecto divino, fijándonos tan sólo en su aspecto humano, no cabe duda de que Cristo fue un tipo genial. Nadie con más sentido de la ironía, y por consiguiente del humor, que él.

 

Cuando en cierta ocasión, y tal como acostumbraba, estaba predicando a la gente, el evangelio dice que de sólo hombres eran unos cinco mil, sin contar mujeres y niños.

 

Más allá de cualquier exageración semítica, está claro que se trataba de una multitud ingente. Y Cristo, con marcado sentido de la ironía, le dice a Felipe: “¿Dónde podríamos comprar pan para dar de comer a tanta gente?”

 

El discípulo, que debía conocer bien al maestro, le responde en la misma línea de ironía: “Ni con el salario de medio año alcanzaría para dar un trozo de pan a cada uno”.

 

Subiendo el tono de humor, tercia entonces en la conversación el bueno de Andrés: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panecillos de cebada y un par de peces”.

En ese momento Jesús, volviendo a la formalidad de la situación, invita a sentarse a la gente. Va a comenzar el banquete. De la ironía pasa a lo formal. Manda traer los cinco panecillos y el par de mojarras o pescados del algo. ¡Manos a la obra! ¡Comenzad a servir a todos!

El evangelio dice que todos comieron hasta quedar satisfechos.

Terminado el banquete, Cristo vuelve a tomar el hilo más fino de la ironía: “Recoged lo que ha sobrado”.

Y recogieron doce canastas de sobras. Todo un símbolo. Doce canastas de donde antes no había prácticamente nada.

Todo un símbolo para cualquier tiempo y más para el nuestro.

Este milagro nos deja en evidencia. Porque más que a Cristo, hay que atribuirlo a quien, desprendiéndose de lo poco que tenía, lo pone al servicio de la comunidad. Un sencillo gesto de solidaridad, pero de enorme repercusión y transcendencia. Viene a decirnos que no se vive de milagros, sino de realidades fehacientes, que consisten en tener, al menos, un mínimo sentido de la solidaridad.

Si escuchamos a ciertos políticos y economistas de la actualidad, nos dirán que no hay comida para los, aproximadamente, seis mil doscientos millones de habitantes que poblamos el planeta tierra. Pero si escuchamos a los sociólogos, las cosas cambian y nos dicen que aunque fuéramos veinte mil millones, habría comida para todos.

¿En qué quedamos? Pues está muy claro. Un gesto de solidaridad dio de comer a todos.

Aplicándonos el cuento. Cuando en nuestro mundo actual haya gestos semejantes, y menos egoísmos y acaparamientos de unos cuantos pocos, por cierto muy voraces, dejará de haber gente que se muere de hambre en pleno siglo veintiuno.

 La riqueza, los bienes, son para compartirlos. Testigo de cargo el evangelio. Dicho sea de paso, sería bueno que los políticos lo leyeran.

El verdadero milagro se produce cuando se comparte de corazón lo que se tiene, con los demás.