Religión no es sinónimo de santidad

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es

 

 

Hubo un hombre audaz y provocativo. Su nombre, Jesús de Nazareth. Aquel gesto suyo dentro del recinto del Templo de Jerusalén, valiente, comprometedor y arriesgado, al arrojar del mismo a vendedores de novillos, corderos y palomas, y volcar las mesas de quienes cambiaban moneda extranjera por nacional, supuso un enfrentamiento frontal con la oligarquía dirigente y dominante del país. Habían hecho del Templo, principal símbolo religioso, el cuartel general del mando.

El gesto inusitado de Jesús iba más allá de la provocación por el abuso de poder de los dirigentes. Denunciaba al mismo tiempo que la religión por sí misma no es sinónimo de santidad, ni el acudir al Templo garantía de salvación personal.

Naturalmente, la fuerza profética con que Jesús actuó desencadenó su detención y rápida ejecución. Atacar al Templo suponía, según la élite gobernante,  atacar el corazón mismo del pueblo. Mentira. Jesús jamás atacó la vida religiosa de nadie. Atacó, sí, la política corrupta, escudada en la religión, de quienes detentaban el poder.

Dejaba en evidencia que el Templo no es patrimonio de nadie, ni la coartada de intereses personalistas. Dejaba en evidencia también a quienes quisieran manipular para sus intereses a Dios, reduciéndolo a un lugar geográfico concreto.

Jesús expresaba y buscaba signos del reino de Dios y su justicia. El de Jerusalén como cualquier otro templo, debía ser casa de oración, no almacén de diezmos y primicias, lugar del perdón de Dios, no justificación de cualquier clase de injusticias.

A saber por qué universal mecanismo psicológico de complejo de poder, quien se instala en el mando tiende, y de hecho lo consigue, a separarse del pueblo. Y el pueblo queda en un manipulado e irrelevante segundo plano.

La religión puede tapar muchas miserias. De hecho, mientras en el entorno del Templo de Jerusalén se acumulaba la riqueza, en el pueblo, sobre todo en las aldeas, crecía la miseria. Todo aureolado por la bandera de la religión.

Naturalmente Dios no podía legitimar una religión como aquella, que crea las clases sociales de dominados y dominadores. Como no puede legitimar una religión que proclame la guerra santa como sistema y método de avasallamiento, dominio y conquista.

Ante la actuación de Jesús cabe preguntarse por el papel que desempeñan las religiones. Para quedarse con lo que tienen de pureza de vida, desechando necesariamente toda escoria. Cada religión tiene sentido y vale en la medida que ayuda a sus seguidores a llevar un estilo de vida en consonancia con la santidad de Dios y el respeto que todo ser merece.

Lo primero no es la religión, sino la santidad que nos ayuda a adentrarnos en el reino de Dios. Cuántas veces ritualismos y prácticas religiosas no pasan de ser simples sucedáneos de la realidad ideal.