La vida, camino hacia Dios

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es

 

 

¿Experiencia de Dios?

 

Con frecuencia se oye decir que “hay que tener experiencia de Dios”. Y se da por buena tal expresión en cuanto que manifiesta una necesidad vital. Pero, estrictamente hablando, de Dios no se puede tener experiencia directa. Dios no es tangible, no es objeto de laboratorio. Pero sí indirecta.  

Desde ese punto de vista, la primera experiencia de Dios somos nosotros mismos. Hay muchos caminos, sin duda, para llegar a Dios. El primero es uno mismo. Se necesita tener experiencia de uno mismo. Que es lo mismo que decir “tener el sentido de nuestra propia vida”.

Este sentido está marcado por las tres lo preguntas básicas de la existencia humana:  

·        ¿De dónde vengo?

·        ¿A dónde voy?

·        ¿Qué sentido tiene mi presencia en este mundo?  

Tras esta toma de conciencia personal, podemos suponer que organizamos y dirigimos toda la vida hacia Dios. Así las cosas, Dios mismo será quien cambie y reorganice nuestro horizonte de sentido.  

Aunque parezca una frivolidad afirmarlo la vida, ante todo, hay que vivirla. Porque la vida humana es, antes de nada,  "apropiación": es decir, necesitamos hacerla nuestra, vivirla nosotros mismos; en definitiva, amarla. Lo cual, aunque parezca simple, no es tan fácil.  

Amar la vida es también darle un significado. En sí misma es un valor. Sólo cuando se descubre su valor, valga la redundancia, la valoramos.  

Y daremos sentido a la vida desde la dimensión sapiencial que le imprimamos. Quiere decir, que hace falta una cosmovisión de la vida misma y su entorno. No estamos solos en el mundo, ni dependemos de nosotros solos.  

Posiblemente, por el sentido de los contrarios, valoraremos más la vida desde el sentido de la muerte. Desde la conciencia diáfana de la finitud aparecen los interrogantes básicos de la existencia humana:

 

·        el "por qué"

·        y el "para qué" .

 

En esos interrogantes entra, por supuesto, y de modo primordial, el problema Dios. Porque Dios no es evidente. Es objeto de fe. Y sin embargo, Dios es necesario, es imprescindible. Es el sentido último y total de nuestra existencia.    

Sin "sentido" no se puede vivir.  Y la vida tiene sentido si se lo damos, de lo contrario, estaríamos vaciando de contenido lo más valioso que tenemos: la misma vida.  

Una vez que hemos tomado conciencia del sentido de nuestra propia vida, resulta más fácil remontarse hasta quien es el Sentido total de nuestra existencia: Dios  

Porque Dios se ha manifestado y se manifiesta de muchas maneras, como se expresa la carta a los Hebreos (Hebr 1,1).  Para un creyente, acudir a la Biblia es una gran ayuda, porque ayuda mucho a la comprensión de la misma fe. Pero incluso para quien no tuviere el don de la fe, hay que recordar que Dios no se revela sólo en la Biblia, o en los acontecimientos que ésta recoge, para ser más exacto; lo hace también:

 

·        antes y fuera de la revelación bíblica:

·        en las grandes Religiones antiguas y actuales,

·        en las Sabidurías milenarias (de Asia y de África, y otros Continentes),

·        en el Corazón de las personas de buena voluntad,

·        en los Signos de los tiempos (tan aludidos por Juan XXIII)

·        en la cultura y en la historia de los grupos humanos.

·        etc.  

Dios se manifiesta, pues, de innumerables maneras. La manifestación de Dios ha adoptado y adopta diversas formas que para nosotros resultan fácilmente asequibles y comprensibles. Por ejemplo:  

·   las formas cosmológicas (la manifestación de Dios la vinculamos a una realidad cósmica de lugar, fenómeno cósmico, etc.);

·   las formas antropomórficas (entendemos la adaptación de la divinidad a la historia humana: (divinidades de las diversas culturas: griega, romana, etc);

·   las formas ideológicas (ahí entran en juego nuestras categorías mentales, filosóficas, etc, por las que podemos captar el misterio de Dios).  

Para un cristiano resulta fácil entender la manifestación de Dios acudiendo a la Biblia. Sin embargo, hay otras manifestaciones de la divinidad antes y fuera de la revelación bíblica. Pensemos por ejemplo en:

 

·        Las cosmovisiones de algunas Religiones Orientales (por ejemplo el Hinduismo). 

·        Las cosmovisiones de la divinidad (o divinidades) del mundo griego y romano).

 

 

Tradición Bíblica

 

Si nos atenemos a la Revelación de Dios en la tradición bíblica: La Biblia resulta fundamental, porque no sólo es la revelación del misterio de Dios, sino que ilumina también, y de qué manera, el misterio de la condición humana.  

La Constitución  Dei Verbum, ( nn. 2-6) del Concilio Vaticano II señala:  

·   Es comunicación de la vida de Dios

·   Se realiza mediante "obras y palabras intrínsecamente ligadas"

·   Es una revelación progresista

·   cuya plenitud se encuentra en Cristo.

 

Curiosamente, la revelación de Dios es, ante todo:  

·        una comunicación de su vida a la humanidad

·        que se realiza en hechos concretos (por ejemplo, todo el acontecer que narra el Éxodo, etc.)

·        en palabras (pensemos en los profetas)

·        que actúa de manera progresiva

·        y que tiene en Cristo su culminación. 

El Antiguo Testamento, y por consiguiente, el pueblo protagonizado en él, tiene el mérito de presentar a Dios como:

 

·        un "ser personal"

·        "uno"

·        "comprometido" en la realización de la historia humana.  

El Antiguo Testamente presenta, por consiguiente, un pueblo con “sentido”. Una vida orientada hacia Dios. Este “sentido” cobra más plenitud en el Nuevo Testamento. Si en el Antiguo Testamento aparece Dios como “Creador”, en el Nuevo Testamento aparece como Padre.

 

La Revelación de Dios se hace plena en Cristo

 

El mensaje de Jesús fue el anuncio de la llegada del Reino, para lo cual exige una actitud: la conversión, (Mc 1, 14), el cambio radical de vida, en una palabra, “dar sentido”, con lo cual el Evangelio es verdaderamente revelación de Dios y su Reinado, Buena Nueva.  

Y es Buena Nueva porque Cristo nos presenta a Dios como Padre. Una paternidad que nada tiene que ver con la realidad de la paternidad humana. Por el contrario, la paternidad de Dios es lo que da origen y sentido a la paternidad humana y no al revés: "De Él toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra" (Ef 3, 14-15).

Dios es Padre, y Cristo se manifiesta como el Hijo.  

Jesús llega a emplear, dirigiéndose a Dios una palabra de la vida cotidiana: Abbá.  El término "Abbá" denota familiaridad ("papá") y Jesús tuvo la audacia de utilizarlo para relacionarse con Dios. Y lo más precioso, que siendo Él el Hijo, nos engloba en esa filiación también a nosotros. De ahí se concluye que la revelación que Cristo nos hace de Dios como Padre es:  

·        La gran noticia cristiana. 

·        El corazón del Evangelio. 

·        El núcleo de la fe cristiana. 

·        La fuente de la salvación. 

 

Para llegar a este momento de la comprensión del misterio de Dios, y Dios manifestado en Cristo como Padre, ha habido toda una manifestación anterior: Dios manifestado en la Historia de Salvación. En esa Historia de Salvación:  

·   Dios ha tomado la "iniciativa" en el Plan de Salvación. 

·   La Historia de la Salvación culmina en Cristo.  

En consecuencia, de todo lo anterior se deduce que la “experiencia de Dios” es posible, cuando sabemos ubicarnos en nuestro sitio, y desde nuestra limitación, dejar a Dios ejercer el protagonismo que le corresponde. Porque Él es:  

·   el origen y la meta de la vida

·   el Dios y Padre de Jesucristo y en Él de todos nosotros.

 

Dios misterio inefable  
El misterio de Dios nos desborda absolutamente y al mismo tiempo condiciona todo el significado humano y cristiano de nuestra vida. Dios nos ha dado la capacidad de intuir su existencia y su presencia envolvente.  

El problema está cuando por querer abarcar a Dios, nos hacemos falsas imágenes de Él, o cuando nos lo imaginamos a nuestra semejanza (como un señor de larga barba que anduviera flotando por no se sabe qué lugar de la estratosfera). No se puede hacer de Dios una caricatura.  

Cuando dentro de la fe cristiana se habla de Dios, hay que hacerlo necesariamente como Dios Padre.  El Padre Dios por excelencia, en el sentido de predilección que por el término "Padre" tiene el Nuevo Testamento, tanto en los Sinópticos, como en Juan y en los escritos paulinos.   

El misterio de Dios se hace aún más inabarcable, si es lícito hablar así, pero al mismo tiempo más inefable cuando Cristo nos descubre que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo.  

·        Padre de Nuestro Señor Jesucristo: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo” (2 Cor 1, 3; Ef 1, 3).

·        Dios nuestro Padre".

 

Y este Padre es:  

·        “Un solo Dios, el Padre” (1 Cor 8, 6).

·        Señor de cielo y tierra

·        Todopoderoso

·        Misericordioso

·        Omnipotente...

 

Términos acuñados ya en el Antiguo Testamento: sobre todo en los Salmos; en Isaías; Oseas, etc.  

Y en el Nuevo Testamento: Cristo nos presenta a Dios como Padre misericordioso (baste recordar la parábola del padre misericordioso, en el hijo pródigo, y tantos pasajes como:  "Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó" (Ef 2, 4);  "Padre misericordioso y Dios de toda consolación" (2 Cor 1, 3);  “Jesús revela el rostro de Dios Padre 'compasivo y misericordioso'” (Sant 5, 11)...  

Para terminar: La “experiencia de Dios” para por el  “Sentido” o “fundamento” de nuestra vida. Dios es la “consistencia” y “seguridad” de nuestra vida.  

Dios, que se ha revelado constantemente en la Historia, sigue manifestándose en nuestra historia personal. Dios es quien conduce la historia. Porque Dios no es un Dios ausente, sino presente en la Historia humana.