Jonás profeta de la desesperanza

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es

 

 

Parábola de Jonás

Jesús de Nazareth hizo muy suyo el estilo de predicar utilizando el lenguaje de las parábolas. Es lenguaje sugerente y, sobre todo, es muy didáctico.  

En el Antiguo Testamento hay varios libros que utilizan también este sistema y lenguaje de las parábolas. Por ejemplo: el Libro de Jonás. Más que un profeta, Jonás es ante todo una hermosa parábola. A Jonás se le podría apodar el profeta de la desesperanza.  

Cuando Dios lo envía a predicar a Nínive, rehuye el compromiso y se embarca en dirección contraria. Nínive es ciudad muy grande y, sobre todo, a él le queda grande. Además, es gente mala, pecadora. ¿Yo ir a Nínive? A qué, ¿a perder el tiempo? Si nadie me va a hacer caso... ¡Quita, quita! ¡Ni hablar!  

Pero luego de todas las peripecias desagradables que le ocurren en el mar, termina por rectificar el camino. Y va. Por supuesto que convencido de la misión que Dios le ha encomendado no va. Es el profeta de la desesperanza. Es decir, todo lo contrario a lo que debe ser un profeta. Cumple, de oficio, la misión encargada de predicar. De mala gana, pero cumple. Sin convencimiento, pero predica. Y de pronto ve, contra sus propios pronósticos, que aquella gente comienza a cambiar. Que sus palabras, pronunciadas sin convicción, han llegado al corazón de las gentes.  

¡Caramba!, se dice para sí, ¡si están cambiando, si han comenzado un ayuno penitencial! ¡Vah, chaparrón de verano! ¡Si lo sabré yo! ¡Esta gente no tiene remedio!  

Y se sienta, en lo alto de una colina a las afueras de la ciudad, como un Nerón adelantado en el tiempo, para ver arder la ciudad con el fuego que Dios, sin duda, hará bajar desde el cielo.  

¡Si es que, ésta es gente muy mala, hombre, es gente muy mala! ¡Si lo sabré yo!  

Pero Dios no hace bajar fuego. Porque Dios no es un destructor, sino el Dios de la misericordia, del amor, del perdón. Y Nínive, mal que le pese a Jonás, se convierte.  

Varias son las conclusiones que podrían sacarse de esta aleccionadora parábola de Jonás. Me quedo con dos:  

·       Una: la situación de pecado en el mundo.

·       Dos: la actitud del mediador.

Realidad del pecado

El pecado es una realidad que no se puede ocultar. Ha estado, está y estará presente en el mundo desde que el hombre quiso “ser como Dios”, pero prescindiendo, naturalmente, de Dios. El hombre usó mal su inteligencia y su libertad. Y lo pagó y sigue pagando, muy caro. Y así, el pecado se convierte en una realidad lacerante y omnipresente.

Y pecado es todo aquello que produce muerte, ya sea en forma violenta, como ocurre con las guerras, todas sin excepción, aunque hoy por su cercanía y actualidad en el tiempo, hiera más nuestra sensibilidad la atroz guerra de Irak; ya sea en forma más solapada, como es toda clase de injusticia.

 El pecado llevó a Cristo el Hijo de Dios a la cruz cuando, asumiendo en sí el pecado de la humanidad, se entrega en rescate por todos.

El pecado está presente a lo largo de toda la historia de la humanidad, hasta que al final, como se expresa la 1ª Carta a los Corintios, sean vencidas "las dominaciones y potestades" (1 Cor 15, 24), y todos los poderes hostiles al reino de Dios.  

La humanidad es un árbol con las raíces dañadas:

·       arrogancia (Rom 1-3),

·       concupiscencia (Rom 7).

·       codicia (1 Tim 6,10; Col 3,5).

·       Y un largo etcétera, son gusanos, como en el caso de Jonás, que roen y secan la raíz.

 

En ese largo etcétera hay que añadir, sin duda:

·       La comodidad

·       La indiferencia

·       Y el miedo.

 

La comodidad significa vivir sin que nadie me moleste.

La indiferencia es haber perdido sensibilidad, y por consiguiente humanidad, ante el dolor ajeno.

Y el miedo significa estar estresado porque las circunstancias que nos rodean nos pueden quitar la paz y cómoda tranquilidad personal.  

Cuando hoy es claro, y posiblemente nadie dude de ello, de que cualquier desalmado puede cometer la mayor barrabasada impunemente, en actos de terrorismo, sabotaje, etc, sólo pensarlo produce escalofríos.

No hay policía en el mundo que pueda impedir cualquier salvajada que se le ocurra a algún loco, o no tanto; que no hay tanta gente loca, y sí muchos desalmados. Y en un mundo donde hay tanta pobreza, todo es posible, todo puede ocurrir.

Realidad del amor

Es genial la frase de san Pablo cuando dice que “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia” (Rom 5). Así es.

Si Jonás hubiera sido un profeta en condiciones, en primer lugar hubiera tenido menos pesimismo. Y en segundo lugar, posiblemente hubiera caído en la cuenta de que un profeta es todo lo contrario a un adivino. El adivino, en términos amplios, y el científico en términos más estrictos, predice lo que va a suceder: vemos en el parte meteorológico al “hombre, o mujer, del tiempo” y predice si va a llover o va a nevar. Y no se trata de un profeta. Por el contrario, el profeta comienza por mirar al pasado, es un analista del pasado para situar los pies en el presente y saber, en consecuencia cuál será el futuro.

El profeta, al mirar al pasado, ve, sí, en expresión de san Pablo, el “misterio de iniquidad”: el pecado introducido en el mundo. Pero ve, al mismo tiempo el “misterio de salvación” en el Dios que es misericordia, y que es Amor. Y ve que, mientras el hombre cambia: ha cambiado la libertad por la esclavitud; Dios no cambia: sigue siendo

·        el Dios Amor,

·        el Dios Padre,

·        el Dios salvador

·        que se hace Hombre en Cristo para salvar al hombre.

Y así, desde esta perspectiva, contempla la situación actual, luces y sombras, y concluye presentando lo que va a ser el futuro. Y en el futuro, todos los profetas ven a Cristo, asumiendo la realidad humana, cargando sobre él el pecado de la humanidad, en definitiva, salvándonos. ¿Por qué?

Porque el Dios cristiano no es un Dios de venganza. Es un Dios de Amor. Es un Dios que ama al hombre. Y, por lo mismo, “en Cristo, dirá san Pablo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nuestros labios la palabra de la reconciliación” (2 Cor 5, 19).

Cristo es el Mediador entre Dios y el hombre. El puente de unión entre Dios y la humanidad. El Redentor.

De ahí que la cruz de Jesús sea cruz de salvación.

Hora de reconciliarse

Vistas las cosas desde la perspectiva del hombre, la reconciliación nunca hubiera sido posible. Pero lo que es imposible para el hombre no lo es para Dios.  

La reconciliación sólo se puede llevar a cabo desde el amor. Y Dios que es amor, es también quien inicia la reconciliación. Para lo cual, Dios comienza por hacer Historia. Por meterse en nuestra Historia. Y lo hace por medio de Cristo.  

Cristo se presentará como

·        el Camino,

·        la Verdad y

·        la Vida.

 

Camino único que conduce a Dios.

Verdad que se proclama asumiendo los valores de:

·        verdad,

·        justicia,

·        perdón,

·        sinceridad,

·        etc.

Pero también, desenmascarando:

·        la ceguera culpable (Jn 9,41) de quienes no quieren ver la luz

·        la hipocresía (Mt 7, 3; 23, 1-35; Lc 11, 37-53)

·        la manipulación que tantas veces se hace de Dios (Mc 7,1-13; Mt 7,21) y de las personas

·        la mentira institucionalizada

·        el cinismo

·        la hipocresía y abuso de poderes (Mt 23, 13-32; Mc 12, 40; Lc 11, 37-52)

·        la deshumanización que nos lleva a un mundo sin sentido.

La reconciliación es necesaria, no sólo como ideal cristiano, sino como necesidad vital para poder sobrevivir.

Dios por su parte ha hecho lo que en su infinito amor tenía que hacer: enviarnos a su Hijo, Cristo, como reconciliación.

Ahora falta la labor que el ser humano debe hacer desde la responsabilidad que le incumbe: meter al Dios de la Historia en su historia personal.

Esto ocurrirá cuando el hombre sea capaz de alzar y hacer desaparecer todas las ominosas tiendas de campaña de la guerra y del odio que ha plantado en el mundo y, a cambio, colocar una mesa bien repleta donde puedan acercarse a saciar el hambre, no sólo del pan material, también del espiritual y cultural, todos los hambrientos de fe y esperanza, sin diferencia de credos ni razas. Porque Dios es el Único y mismo Dios para todos, que se ha metido en la Historia del hombre porque nos ama a todos, sin excepción.

Esto que es un anhelo, es también una necesidad. Y además, factible, como puede verse desde la parábola de Jonás, el profeta de la desesperanza.

También hoy hay profetas de la desesperanza, o que piensan que el mundo funciona gracias a ellos. Pero el mundo funciona a pesar de los Jonás de turno. Porque es Dios quien conduce la Historia, y Dios es el Dios de Amor.