Vivir la Fe es anunciar a Dios

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es

 

 

Se da por bien supuesto que cada persona, consciente de su entidad cristiana, trata de serlo desde unos parámetros de responsabilidad y de vivencia activa de la fe.

Vivir la fe no es fácil.

Ya Cristo había advertido que para seguirle se necesita llevar la cruz. Hay muchas maneras de llevar la cruz. Una, suavizando su peso y su dureza. Otra, llevarla con el realismo que conlleva siempre una cruz, en cuanto a negación de los propios gustos o intereses, de ir contra corriente, y de saber que quien se determina por ser consecuente con la fe será, muchas veces, el hazmerreír de los incrédulos. Y también de los mismos cristianos menos comprometidos, y menos valientes a la hora de dar testimonio.

Llevar la cruz.

Llevar la cruz supone también atenerse al cumplimiento de leyes y normas que, tantas veces, no dejan de ser un fastidio. Un semáforo, pongamos por caso, no deja de ser un freno a la prisa, a la velocidad. Nos come la prisa y quisiéramos llegar rápidamente a cualquier lugar. Pero ahí está el semáforo, frenando, fastidiando. Y sin embargo, lejos de fastidiar, es garantía de seguridad y de protección.

Algo así sucede con las leyes, comenzando por los Mandamientos de la Ley de Dios. Vistos en frío son un fastidio, porque son un freno a los instintos más primarios, si se miran de un modo parcial y desenfocado. Pero en su espléndida sabiduría son un inmenso bien para la humanidad en general y para la persona en particular. Nos ayudan a actuar con inteligencia y con racionalidad.

 

La fe no es una entelequia. Hay que llevarla a la práctica real de la vida cotidiana. Esto supone poner en práctica un código determinado de leyes. Supone ajustar nuestro comportamiento a unas normas morales y también eclesiásticas.

Sociedad organizada.

En la sociedad, cuanto más y mejor organizada está, más leyes aparecen. Son en bien de la misma organización.

La Iglesia se organiza también como una sociedad formada, naturalmente, por hombres y mujeres que necesitan una trabazón, una coyuntura interna. No se puede ir por libre. Pongamos por caso, un partido de fútbol. Funciona gracias a que hay unas determinadas leyes de juego. De otro modo, sería el caos.

Cuando Jesús manda a los apóstoles ponerse en camino para ir a proclamar la Buena Nueva, digamos, lo primero es tener la voluntad resuelta de ponerse en camino. Camino que no se recorre meta que no se alcanza. Los segundo es que haya camino, es decir, unos medios para poder cumplir la misión encomendada. Esos medios serán la palabra, el mensaje, y los mismos receptores del mensaje. Y habrá una meta. Es decir, el por qué se hacen las cosas, por qué se proclama el Evangelio. Para construir el Reino de Dios.

Necesitamos, entonces, escuchar las palabras de Jesús, hacerlas propias, asimilarlas, para poder luego transmitirlas a los demás. Nadie da lo que no tiene.

Redescubrir la fe.

El creyente, situado en medio de una sociedad, muchas veces adversa, necesita redescubrir la verdadera dimensión y misión de su fe. Y creer de verdad la palabra difícil de asimilar de Jesús que nos dice: “Id y proclamad que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido. Dad gratis”.

Qué difícil, sin duda, resulta poner en práctica esto último, “dad gratis”, cuando nuestra sociedad cada día desconoce más la gratuidad. Cuando son cada día menos hasta las mismas ONGs que trabajan desinteresadamente. Cuando la pobreza de unos se convierte en explotación y riqueza para otros.

El Evangelio es proclamación y es tarea. Nuestra primera tarea hoy es proclamar que Dios está cerca del hombre, que está empeñado en salvarlo. Que Dios busca la felicidad de todos y de cada ser humano.

El Evangelio no son palabras.

El Evangelio no son palabras, no son discursos lanzados al viento por las ondas de la radio o de la televisión, aunque éstos sean medios que ayudan. Ni tan siquiera es una catequesis. Es trabajar por infundir a los hombres y mujeres de hoy una nueva vida. La Vida en Cristo.

Eso significa curar enfermos, liberar a las personas de todo aquello que las paraliza, les roba vida o la ilusión de vivir.

Hay que luchar para tratar de erradicar el mal y el sufrimiento. Y, sobre todo, hay que infundir esperanza. Que esto es sanar el alma y el cuerpo de todos los que se sienten destruidos por el dolor y la dureza misma de la vida diaria.

Una sociedad donde muchos de sus miembros se mueren de hambre es una sociedad injusta.

Es preciso resucitar muertos, es decir, liberar a las personas de todo aquello que bloquea sus vidas o mata su esperanza.

El Evangelio es un despertar de nuevo el amor a la vida. Es ayudar a que las personas pongan su esperanza y confianza en Dios.

Por eso la fe, llevada a la práctica, no puede tener complejos. No se puede ser cristiano en cuanto a las ideas y el convencimiento personales, y no serlo en la práctica.

La fe no puede ceder al miedo.

La fe no puede ceder al miedo, la mentira, la hipocresía, el  convencionalismo.

De ahí que la fe tiene que ser, lo es, sencilla y honrada. Que ayude a las personas a vivir con más verdad, con más sencillez y con más honradez.

Donde se vive la fe se anuncia a Dios.