Trigo y cizaña

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es

 

 

“El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo...” (Mt 13, 24-30). Así comienza Cristo a narrar la parábola del trigo y la cizaña. 

En resumidas cuentas, el labrador había sembrado trigo, sobre tierra bien preparada. De pronto notó que junto a los tallitos del trigo que al nacer iban formando una preciosa alfombra verde que el viento ondulaba, crecían también otros tallos que no eran de trigo precisamente, sino de hierbas que robaban tierra y alimento al trigo. Cundió la preocupación. Había que poner remedio. ¿Qué hacer? ¿Arrancar las malas hierbas? Corría peligro de ser arrancado el mismo trigo. ¿Dejar que crecieran juntos el trigo y la mala hierba? Mala compañía suponía la mala hierba para el trigo. Habría menos cosecha de trigo y éste, seguramente, no tendría la vitalidad normal y esperada. Pero era la solución menos mala, y dejó que trigo y cizaña crecieran juntos.

Cabe aplicar una moraleja apócrifa a la parábola del trigo y la cizaña. En cuyo caso, el labrador, además de sembrador, sería también el terreno sembrado, la tierra que espera dar una cosecha abundante.

De pronto este labrador, viéndose a sí mismo como tierra de gran porvenir, de cosechas copiosas, se recrea mirándose a sí mismo, y se dice: ¡Hay qué ver...! ¡Qué buena tierra soy! ¡Qué espléndidas cosechas producto! ¡Soy el número uno en todo!

Y sin apenas darse cuenta, prácticamente, de repente se llena de soberbia, de vanidad, y de ambición. Y donde había semilla limpia y buena de trigo, comienza a mezclar otras semillas de, digamos, negocios turbios, asuntos nada claros. 

Pero, a diferencia del hombre de la parábola de Cristo, a este otro no sólo no le importa que haya cizaña entre el trigo. Es que quiere que haya toda clase de malezas. Contra más, mejor. Más abundancia, más riqueza. Que es, en definitiva lo que le interesa.

¿Y qué le interesa? Fundamentalmente, tener. Cuanto más se tiene, mejor. La sociedad actual está diseñada para tener. La personalidad de mucha gente hoy se va configurando desde el tener. Todo gira en torno al tener. Cuanto más se tiene más se es.

Y esto es susceptible de aplicarse a infinidad de campos y situaciones. Lo mismo a la economía, que a la cultura, que a la religión. La cuestión es tener.

¿Tener qué? ¿Tener dinero, tener riqueza...? Vale. Pero el dinero no lo es todo, aunque abre muchas puertas. 
¿Tener conocimientos? Es importante. Pero es más importante poseer una cultura. La cultura echa y tiene raíces. Los conocimientos, a la larga, tienen menos consistencia.
¿Tener fe? La fe es necesaria. Pero no como posesión, sino como crecimiento. Creerse en posesión de la fe resulta, cuando menos, sospechoso, y sin duda peligroso.
Quien se instala en la fe como posesión, difícilmente puede crecer en su vida de fe. Imposible, si ya posee la fe, para qué más. 

La posesión lleva a la manipulación y a la deformación. Desde el momento en que se tiene la fe, se deja de buscar el camino luminosos del evangelio, que siempre es nuevo, sorprendente y fascinante. Deja de abrirse al misterio de Dios.

No basta ser grano de trigo. Por supuesto que en el grano de trigo ya está contenida virtualmente la futura espiga, la futura harina, el futuro pan. Hace falta, sin embargo, que el trigo se desarrolle, crezca en el día a día de la tierra.

La fe consiste en orientar toda la persona hacia Dios. La fe es búsqueda, es crecimiento.

Poseer es estar estancado. Pero la vida es crecimiento, es estar creciendo constantemente. No importa si, junto al grano de trigo, crece también la cizaña. Ya llegará el momento de la separación.