La Eucaristía Sacramento de Resurrección

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es

 

 

La Eucaristía centro de la Comunidad.

Sin Eucaristía no hay Comunidad cristiana. La Eucaristía constituye el centro de la Comunidad creyente.

Cristo prometió su presencia en medio de nosotros. De muchas maneras se hace presente en cada uno en lo personal, y en la Comunidad cristiana. Cierto que la suya es una presencia misteriosa, pero real.

En el Evangelio de san Juan, sobre todo en el capítulo seis, lo anunció reiteradamente. Su presencia no es un sueño, una imaginación. Ni un deseo anhelado por parte de los creyentes. Es presencia real. Él prometió quedarse con nosotros y lo cumplió.

Es una presencia que comunica vida. Su propia vida. La misma que entregó en la cruz por nuestra salvación.

Los cristianos lo captaron perfectamente. A partir de la Resurrección entendieron lo que se decía de él en las Escrituras. Y comienzan, desde el principio, a celebrar la Fracción del Pan.

Las primeras Comunidades cristianas sabían perfectamente que no es suficiente creer en lo que dicen las Escrituras. Que es necesario ponerlo en práctica.

Cristo, al instituir la Eucaristía, dice: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19). Y su deseo y mandato la Iglesia lo cumplió desde el principio.

Los cristianos supieron siempre la necesidad de vivir la fe en Comunidad. Y supieron que la Comunidad se construye desde Cristo, cuya presencia está garantizada en la Eucaristía.

Y supieron que el punto de encuentro es Cristo Resucitado. Por eso, la Eucaristía es el Sacramento de la Resurrección.

La Eucaristía sacramento de unidad y de perdón.

La Iglesia sabe perfectamente que es una Comunidad de pecadores. Cristo eligió a los apóstoles no por ser personas mejores ni peores que los demás. Eligió gente normal y corriente. Pero la gente normal y corriente tenemos la conciencia clara de ser pecadores.

La Iglesia, Sacramento de Salvación, como la define el Vaticano II, es al mismo tiempo una Comunidad de pecadores. Todos somos pecadores.

Pero es ésta una clave preciosa para entender la realidad de la Iglesia. Quien se siente lleno de todo, que nada le falta, no acudirá a nadie. ¿Para qué? En cambio, quien se siente pobre, necesitado, indigente, acude ¿A quién? A quien ha venido para ayudarnos a echarnos una mano, a que superemos nuestras dificultades. A salvarnos, en definitiva.

De ahí que la Eucaristía, es decir, la presencia real de Cristo en el sacramento de la gratitud, del amor y del perdón, sea el signo de la unidad y del perdón.

En realidad, cuando nos acercamos a la Eucaristía, nos acercamos a recibir el abrazo de la misericordia, de la ternura y del perdón del Señor.

La Eucaristía es al mismo tiempo sacramento de unidad, centro de la Comunidad. Cristo es el centro.

San Pablo dirá: “formamos un solo cuerpo los que comemos un mismo pan” (1 Cor 10, 16-17). Por eso, quienes participan en la Eucaristía, no lo hacen única y exclusivamente a nivel individual, sino como miembros del Cuerpo total, que es la Iglesia, cuya Cabeza es Cristo. De ahí que la Eucaristía sea el sacramento de la unidad. Y al mismo tiempo, que la unidad tenga tanta importancia.

Es verdad que, incluso dentro de los cristianos, hay tensiones, divisiones. Somos humanos. Pero también es verdad, y bien lo sabemos, que por encima de nuestras divisiones está Cristo. La fuerza de nuestra unión está en Cristo.

Los cristianos estamos llamados a ser señal inequívoca de la presencia de Cristo en nuestro mundo. La Eucaristía es fuente de Vida. Es sentido pleno de la Resurrección de Cristo.