Sociedad enferma

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es

 

 

Sociedad enferma.

Nuestra sociedad está enferma. Gravemente enferma. ¿Quién lo puede dudar? El cáncer de la violencia, despiadada y criminal, incurable hoy por hoy, lo demuestra. Pensemos en las inauditas masacres del 11 S, del 11 M, del 7 J.

Nueva York, Madrid, Londres... Por este orden.

Mentes capaces de idear, o de llevar a ejecución, semejantes atrocidades, son mentes criminales. No pertenecen a la raza de los civilizados.

En el ser humano cohabitan los dos instintos: el instinto de muerte y el instinto de vida. Contra el primero, no se ve solución. Hoy, quien quiera hacer el mal por el mal, lo puede hacer. No hay quien pueda frenarlo.

La naturaleza, siendo como es, genéticamente depredadora, no está programada para actuar con esa irracional brutalidad. El ser humano nació para proclamar la vida, no la muerte.

Es verdad que en la naturaleza unos a otros nos devoramos. Por más que sea duro constatarlo, y aunque parezca contradictorio, es ley de vida. Es la ley de la supervivencia.

Hay seres, los animales en general, que se alimentan de vegetales, como son plantas, hierbas, etc. Los vegetales tienen vida. Vida vegetal, pero vida. Y sin embargo, se destruye para que otros a su vez puedan vivir, como son los animales, irracionales y racionales. A su vez, el ser humano se alimenta de  animales, supuestamente irracionales, como pueden ser vacas, corderos, etc; y de peces. Son vidas. Vidas que se destruyen en beneficio de otras vidas.

Es la cadena de destrucción irremediablemente necesaria. Cada especie cumple su ciclo vital individual. Y al mismo tiempo colabora en el conjunto vital, global. Incluso la raza humana ha pasado por  fases de antropofagia.

Siendo así las cosas, hay, no obstante, una armonía. Es la ley de la selva, habría que decir. Dura ley, dura constatación. Unos a otros nos devoramos, es el thánatos o muerte necesaria en bien de la vida global. Y todo sucede de modo tan natural que ni cuenta nos damos de que estamos viviendo porque otros se han sacrificado por nosotros.

Habrá quien diga: yo tengo tanto amor a los animales que jamás como carne. Soy vegetariano. Muy bien. Pues has de saber que las plantas de las que te alimentas también tienen vida. Vida que se ha sacrificado para que tú, a la vez, también puedas vivir.

La violencia criminal.

Pero la violencia criminal no entra en el ciclo necesario y vital de la naturaleza.

Y peor cuando la violencia es masiva, premeditada y criminal.

Porque se puede comprender que alguien, en un momento de arrebato emocional, pierda el control de sus instintos y de su mente y llegue a cometer un crimen, por auto venganza, o por lo que fuere. Se podría argumentar que se obcecó.

¿Pero cuando la violencia es masiva, premeditada?

Horrorizan los atentados en Nueva York, Madrid, o Londres. Y Dios quiera que haya que añadir más nombres a la lista.

Horrorizan igualmente las guerras. Por más que a nivel de humanidad, y quizá por estar más acostumbrados a ellas, estemos perdiendo o hayamos perdido la sensibilidad o la capacidad de horrorizarnos. Nada justifica una guerra, por más que se les busque justificaciones. Sin duda que los terroristas, que son capaces de volar torres, trenes, autobuses, y lo que se ponga por delante, también buscarán una justificación a sus crímenes.

Pues no. No hay justificación. Ni para las masacres terroristas, que por inesperadas y brutales impactan más la sensibilidad. Ni para las guerras, que por tan repetidas, nos hayamos acostumbrado y nos impacten menos.

Urge concienciación pedagógica.

Nuestra sociedad está gravemente enferma. Y una de dos, o la curamos o se nos muere.

Es urgente que, comenzando por los dirigentes de las naciones, se tengan reuniones y foros de concienciación para empezar una labor pedagógica y urgente a favor de la vida.

También urge que en las universidades, colegios mayores y simples colegios o escuelas, los docentes hagan esta labor pedagógica para concienciar a los alumnos en pro de la vida.

Y la misma labor incumbe a los padres de familia en cada hogar. La primera escuela de valores es la familia. Pero hay gobiernos que no respetan a la familia.

Por ejemplo, no se respeta a la familia cuando se autorizan matrimonios contra natura.

Una cosa es matrimonio, otra unión.

El matrimonio sólo puede darse, por la misma ley de la naturaleza, entre un hombre y una mujer.

La unión, por el contrario, puede darse, y se da, entre individuos del mismo género.

Confundir, consciente o inconscientemente, y no saber diferenciar entre matrimonio y unión, es error de lesa humanidad. Hace daño, por las consecuencias, a toda la humanidad.

Tampoco se respeta la familia cuando se autoriza el aborto. El aborto, guste oírlo o no, es matar a inocentes. Tan inocentes que están en la indefensión total.

Y si una madre, toda mujer lo es cuando está gestando, es capaz de matar un hijo por el aborto, ¿qué se puede esperar de ella?

Puede que haya sido violada y, en consecuencia, no desee ese hijo. Se comprende que no lo quiera, en esas circunstancias. Pero que se dé cuenta que si ella no lo quiere, no faltará quien quiera hacerse cargo de ese hijo. Muchísima gente busca niños de adopción.

Todo, menos matar a un ser indefenso. El aborto es también un atentado a la familia.

Acudir a Dios.

Hoy, más que nunca, urge acudir a Dios. Sólo él es el dueño de la vida. Y urge acudir al Evangelio, acudir al encuentro con Cristo. Él, que pasó por el mundo “haciendo el bien y curando toda enfermedad”, es quien puede echarnos una mano y sacarnos de esta situación absurda en que la humanidad está metida por culpa de la violencia.

¿De qué sirve una sociedad sin humanidad? ¿De qué sirve una sociedad sin corazón?

¿Qué nos está pasando con una sociedad que crea tales monstruos?

La sociedad necesita directrices morales y principios de orientación. La sociedad necesita vivir civilizadamente.