Hacia la unidad

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es

 

 

¿Unir lo roto?

 

La historia del cristianismo ha conocido muchas rupturas. Desde los comienzos. Ha habido rupturas de pensamiento, de interpretación de la doctrina, de ideas, etc. Y ruptura del dogma. Todo ello ha golpeado con fuerza el sentido de la unidad de los cristianos.

 

En tiempo de los apóstoles, surge la primera discrepancia: los judaizantes. Da lugar al primer Concilio de la Iglesia, el de Jerusalén. El problema se soluciona. Viene luego una serie interminable de herejías (no es el momento ahora de analizarlas).

 

Pero hay varios momentos muy señalados en la ruptura de los cristianos:

 

En primer lugar, el Cisma de Oriente en el siglo XI, con Miguel Cerulario, patriarca de Constantinopla, hoy Istanbul. Dio origen en 1054 a la Iglesia ortodoxa.

 

En segundo lugar, el Cisma de Occidente. Tuvo lugar en 1.378, durante los la Guerra de los Cien Años. A la muerte del Papa Gregorio XI son elegidos para sucederle, no uno, sino dos pontífices: Urbano VI en Roma y Clemente VII en Aviñón.

 

Durante 36 años, la Iglesia estuvo dividida en facciones seguidoras de dos y hasta de tres papas. El Concilio de Constanza, en 1.414, pone fin al Cisma depositando la tiara papal sobre Martín V.

 

En el siglo XVI, con Martín Lutero, en Alemania (1517) tiene lugar la peor de las rupturas dentro del cristianismo. Es la llegada del protestantismo.

 

Sin olvidar a Enrique VIII en Inglaterra (1539), que dio lugar a la Iglesia anglicana.

 

Lutero hace su ruptura oficial con la Iglesia en 1520, cuando desarrolla sus teorías reformistas.

 

El papa León X le condena y excomulga como hereje mediante una bula que Lutero quemó públicamente. Carlos V lo declara proscrito tras escuchar sus razones en la Dieta de Worms en 1521.

 

Mientras tanto, Lutero permaneció escondido bajo la protección de Federico III de Sajonia. Pero el mal estaba hecho. Sus ideas no quedaron en el ámbito de la teología y de la Iglesia. Pasaron al campo político y civil. Lo que fue aprovechado por algunos príncipes deseosos de afirmar su independencia frente al Papa de Roma y frente al emperador.

 

Lutero, con todos los apoyos recibidos, se convierte en dirigente del movimiento protestante, conocido como La Reforma. Movimiento que, lejos de guardar una unidad, se fracciona en distintos grupos o iglesias, dando lugar a las sectas protestantes.

 

Así las cosas, y aunque visto todo a vuelo de pájaro, es claro que hoy, a pesar del gran esfuerzo ecuménico que se lleva a cabo entre las distintas Iglesias, resulta imposible unir lo roto. El jarrón de la unidad se hizo trizas. Imposible volverlo a su estado primigenio.

 

En cambio sí se puede lograr, al menos, un mínimo de unidad dentro de la pluralidad. Arreglar lo roto es imposible, pero juntar los trozos rotos y juntarlos, como restos arqueológicos que se exponen en un museo, sí es posible.

 

La unidad en la conversión.

 

Todos cuantos creemos en Cristo tenemos en él el gran signo de la unidad. Por esa unidad, aunque en una escala muy diferente, había luchado san Pablo en Corinto.

 

Es san Pablo quien nos descubre una situación poco ejemplar en la primitiva comunidad de Corinto. No era una comunidad de perfectos e impecables. Ese tipo de comunidad no existe. Pero la fuerza del Espíritu que es más grande que nuestra debilidad, hace posible el que se pongan de acuerdo y no anden divididos, sino unidos en un mismo pensar y sentir.

 

Pablo les dice que Cristo no puede estar dividido. Y apela a la necesidad de conversión. La unidad se produce cuando previamente hay una actitud de conversión.

 

Ahora bien, la conversión se realiza tras el encuentro con Cristo. Así, la unidad es Cristo. Se necesita el dinamismo de la conversión continua y progresiva a todos los niveles, tanto internos o intraeclesiales, como externos o ecuménicos.

 

Unidad a nivel ecuménico.

 

Es evidente el antitestimonio que hoy, como durante siglos, ofrecemos al mundo los creyentes en Cristo. Divididos en diversas confesiones cristianas, cada quien se encierra en sí mismo.

 

Cristo, sin duda, había previsto esto. Por eso reza al Padre: “Que todos sean uno, como nosotros somos Uno, para que el mundo crea que tú me has enviado”.

 

Lo bueno es que, poco a poco, vamos madurando, y al hacer la revisión histórica y doctrinal, cada día se hace en un clima más fraterno y ecuménico.

 

Es natural. Hay muchos puntos comunes de unión, porque es mucho más lo que nos une que lo que nos divide, como decía Juan XXIII.

 

El autor de la carta a los Efesios expresa: “Un solo Señor y un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos” (Ef 4,4s).

 

Puntos básicos de unidad.

 

·        Fe en un solo Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo y Padre nuestro.

·        Fe en Jesucristo, hijo de Dios y Redentor de la Humanidad.

·        Fe en el Espíritu Santo que santifica y guía la Iglesia

 

Y alimentados, lógica y básicamente por la Palabra de Dios escrita, la Biblia, y alimentados por los mismos sacramentos.

En cuanto a la Biblia no hay problema con ninguna Iglesia, prácticamente.

 

Otro tema distinto es el de los sacramentos. Con la Iglesia ortodoxa no hay problema. Y tampoco sería problema con la Iglesia anglicana. El problema está, y es hoy por hoy insalvable, con las Iglesias protestantes. Y nada que hacer al respecto con las sectas, que van totalmente por libres y es difícil que se avengan a un diálogo ecuménico.