Desandar Emaús

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es

 

 

Romántico Emaús.

Emaús, visto superficialmente, es un nombre románticamente evocador, casi bucólico. Todo porque se le suele contemplar con ojos pascuales. Es decir, desde el gozo que produce la Pascua, y que hace sentirse como en una nube, donde se flota con una especie de mística envolvente, pero sin  implicarse en su significado real.

Y por lo que tiene de evocador ha dado lugar a estampar su nombre en distintos lugares construidos para tener convivencias, retiros, etc.

Pero Emaús, bíblicamente, no es un lugar para quedarse. Es lugar de ida y vuelta.

Emaús es un camino. Emaús es un encuentro. Emaús es un regreso.

Emaús es un camino.

Habría que llamarlo el camino de la desesperanza. Lo recorren dos discípulos el mismo día de la resurrección. San Marcos sólo alude a ellos (Mc 16, 12-13). En cambio, san Lucas es el que nos relata ampliamente los hechos (Lc 24, 13-35).

A pesar de que han oído decir a las mujeres que Cristo ha resucitado, ellos se van a su aldea. Tenían prisa por seguir su rutina habitual. Denotan, de hecho, una enorme falta de fe y de esperanza. Creyentes en apariencia, en el fondo carecen de una fe personal y comprometida.

Pero Cristo está al quite. Y se les hace el encontradizo, dándoles alcance en el camino. Les pregunta de qué hablan, para poder terciar en la conversación. ¿De qué iban a hablar, sino de los acontecimientos que tenía sobresaltada a toda Jerusalén?

Ellos mismos se extrañan de la pregunta. ¿Acaso se podía hablar de otra cosas?

Y sin embargo, y esto es lo más curioso, ellos se van. Han tomado el camino de la aldea y se han marchado de Jerusalén. Pero a Jesús no se puede escapar nadie.

Comienza entonces Jesús una exhaustiva catequesis explicándoles toda la Biblia, hasta aterrizar en el momento en que se estaban protagonizando los hechos. Por cierto, no debieron captar demasiado, seguramente tampoco estarían muy versados en Biblia. Entenderán más tarde, a la hora de la cena, cuando reconocen a Jesús.

¡Qué distinto resulta Jesús cuando se le conoce de verdad, a cuando sólo se tienen de él vagas referencias!

De este primer momento, es importante el simbolismo del camino de Emaús. Lo primero, hay que ponerse en camino. Hay que hacer el camino. Y en segundo lugar, ese camino no se debe hacer solo. La compañía resulta imprescindible. Y en el camino de Emaús la compañía es Jesús.

Emaús es un encuentro.

El hecho de caminar juntos, de hacer el camino juntos, produce seguridad, unión, apertura, solidaridad, y la posibilidad de que ese caminar no sea estéril.

Emaús, fundamentalmente, es encuentro. Y encuentro con quien debemos encontrarnos en la vida. Primero Cristo, luego el prójimo.

Pero este encuentro no se va a producir sin abrir las ventanas del alma para que entre la luz radiante de quien nos va iluminando las ideas y poniendo fuego en el corazón, Cristo.

Este pasaje, exclusivo de san Lucas, nos traza con gran fuerza narrativa y desarrolla magistralmente un perfecto estudio psicológico de los protagonistas, que pasan progresivamente del desencanto producido por unos hechos mal entendidos a una fe entusiasta en Cristo resucitado.

Este es otro de los grandes símbolos para poder entender el significado de Emaús: el encuentro personal con Jesús.

Para ellos fue en el camino material que iba de Jerusalén hasta la aldea. Para nosotros en el camino real de nuestra vida personal y social o comunitaria.

Hay dos momentos reseñables del encuentro. El primero, el simple caminar materialmente hacia la aldea. Cotidiana aldea de una vida apacible, sin sobresaltos, compromisos, ni tensiones. Pero el camino verdadero de la fe está lleno de sobresaltos.

Y el segundo, el encuentro más fuerte, que tiene lugar cuando llegados a la aldea invitan a Jesús a quedarse a cenar con ellos.

Jesús se queda. Lógico, a eso venía. Y es que Jesús siempre se queda cuando se le abre, aunque sea mínimamente, el corazón.

En ese momento se produce la gran sorpresa, el encuentro consciente con Cristo. Han acogido, aun sin conocerlo, a Jesús, y ahora él les ha encendido del fuego nuevo el corazón. Y se levantan de la mesa, tras conocer a Jesús en el gesto de bendecir el pan. Y regresan a comunicar llenos de un gozo nuevo, inédito, la gran noticia: Cristo ha resucitado. Está vivo.

Emaús es un regreso.

Emaús no es lugar para quedarse. Es camino de ida y vuelta. El ir significa madurar la fe, que llevará al conocimiento de Cristo. Y el volver, significa pregonar a los demás la Buena Nueva: Jesús ha resucitado.

La fe hay que comunicarse, compartirla. La fe no es producto que se guarda. Si no se comparte caduca.

La fe se comparte con los demás. Y los demás son todos los hombres y mujeres que quizá andan escasos de esperanza y sobrados de cotidianidad y rutina.

Ahí están también los pobres, necesitados del testimonio de la esperanza transmitida por quien se ha encontrado de verdad con Cristo.

Y los ricos, infatuados de sí mismos, y de una efímera seguridad.

A todos hay que extender el gesto del optimismo, de la alegría, de la cordialidad, y del amor que Cristo transmite con el solo gesto de bendecir el pan. Bendición que abre los corazón a la verdad.

El regreso significa encontrarse con la comunidad. Y compartir el gozo nuevo de la Pascua que nos cambia para siempre la vida, que nos saca de nuestros caminos trillados, simbolizados en el camino de Emaús, y nos lleva por el camino siempre nuevo del Evangelio.