La Eucaristía Sacramento de plenitud

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es

 

 

La Eucaristía: sacrificio y banquete.

 

En el libro del profeta Isaías (6,8), se dice: 
“Percibí la voz del Señor que me decía: 
¿A quién enviaré? ¿Y quién irá de parte nuestra? 
Dije: 
Heme aquí, envíame”.

Naturalmente, quien se ofrece auténticamente, es Cristo, el Dios hecho Hombre. Siendo Dios y Hombre, todos sus actos tienen valor infinito. Cristo se ofrece como Víctima de propiciación. Cristo sube a la cruz como Víctima del Sacrificio.

En la carta a los Hebreos se dice: “¡Cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo! (Hbr 9,14).

Y un poco más adelante añade: “Cristo se ofreció una sola vez para borrar los pecados de todos” (Hebr 9,29).

Cristo vino al mundo por amor a la humanidad. Vino a salvarnos. Libre y voluntariamente ofrece su vida por todos, y se convierte en el Cordero inmolado por la redención de la Humanidad (Jn 1,29).

La Eucaristía: Banquete de Cristo.

Una ofrenda hecha a la divinidad, significa sintonizar con la divinidad. Y es motivo de gozo, de alegría, de fiesta. 

De ahí que la culminación de una fiesta es siempre el banquete.

En términos cristianos ocurre exactamente lo mismo. El Sacrificio de Cristo en la Cruz se convierte al mismo tiempo en banquete. Él, que es la Víctima, es también el alimento, el banquete en plenitud. 

Banquete de gozo, de alegría. De acción de gracias, en definitiva, que eso significa Eucaristía.

Cristo se da en alimento sobrenatural. “Comed, esto es mi Cuerpo” “Bebed, esta es mi Sangre”. Banquete real, sobrenatural, de plena sintonía con Cristo, pero que nada tiene que ver con un acto, por ejemplo, de canibalismo.

En la Eucaristía estamos en un plano real, pero sobrenatural. Nada tiene que ver con la “cosificación”. O burda materialidad.

No tener ideas claras al respecto nos llevaría a la situación de los judíos cuando Cristo les anunció este misterio: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”, dijeron. Se escandalizaron y se fueron.

Algo semejante le había ocurrido a Nicodemo cuando al preguntar qué tenía que hacer par salvarse, Cristo le respondió que tenía que volver a nacer (Jn 3). Nicodemo lo tomó al pie de la letra. Pero en vez de levantarse, escandalizado, y marcharse, preguntó. Y entendió lo que Cristo le estaba diciendo.

“Yo soy el pan de vida. El que viene a Mí ya no tendrá más hambre y el que cree en mí jamás tendrá sed” (Jn 6,35).

El banquete eucarístico tiene una particularidad. Se trata, como ya se ha dicho, de un banquete sacrificial. Es decir, el alimento es la misma ofrenda, o sea, Cristo. El sacrificio culmina con la consumición de la ofrenda. En el banquete se sintoniza con la divinidad.

Por eso, no tiene sentido participar en la Eucaristía y no comulgar, porque se vacía de sentido el Sacramento que, por cierto, no es un sacramento de “devoción” sino de “Vida”.

La Eucaristía es, en definitiva, el Sacramento del encuentro total con Cristo, que al ofrecerse Él al Padre nos está ofreciendo a nosotros con Él.

Es, además, un banquete que anticipa el definitivo banquete de comunión eterna con Dios en la eternidad.

En verdad, pues, que la Eucaristía es Sacramento de plenitud y d vida. Centro de la vida misma de la Iglesia.