Crecer en Cristo y en la Iglesia

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es  

 

 

1.- La vida está llamada a crecer.

 

Toda vida, por principio, está llamada a desarrollarse, a crecer.  

En términos cristianos, cuando se habla del Sacramento de la Confirmación, suele decirse que es la edad adulta en Cristo.  

Conviene matizar un poco este término. Estar maduro en Cristo es muy difícil, por no decir imposible. Otra cosa es tratar de ir creciendo. Es diferente.  

Hay que esforzarse, siempre, por crecer en la fe. Porque, a diferencia de lo que sucede en la naturaleza, donde el crecimiento acontece sin sentirlo y sólo se ven las consecuencias, en la vida de fe, por el contrario, las aunados la gracia de Dios, que da el crecimiento, y la propia responsabilidad personal.  

En el Bautismo se trata de nacer para Dios. En el Sacramento de la Confirmación se trata de que esa vida en Cristo llegue a la plenitud más alta posible.  

Hecha esta matización, de la Confirmación en verdad se dice que es:  

·       el Sacramento de la plenitud en Cristo

·       el Sacramento de la madurez en la Iglesia.  

 

2.- Sacramento de la plenitud en Cristo.

 

La responsabilidad que no se le puede exigir a un niño, hay que exigirla, por el contrario, al adulto.  

En el Bautismo, nacimiento, poco se le puede pedir al neófito, salvo que se trate ya de un adulto, al que se le supone la preparación suficiente en un catecumenado adecuado.  

En cambio, en la Confirmación, sí. Pues hay que dar por sentado que quien recibe el sacramento no lo hace a la ligera, o por la fuerza de la costumbre, o por motivos ambientales o sociales. En juego está la fe. Y la responsabilidad del candidato al sacramento, en primer lugar; pero también, de obispos, sacerdotes y catequistas.  

Cristo, en su lenguaje habitual de explicar su mensaje por medio de parábolas, habla de la fe como de un crecimiento. Lo aplica al Reino. Y pone el ejemplo del grano de mostaza. Semilla pequeña, pero que crece, se desarrolla, y hasta los pajarillos vienen a hacer los nidos en sus ramas (Mc 4, 31-32).  

Esto es lo que sucede en la vida sobrenatural. Dios sembró su vida divina en nuestra alma por el Bautismo.  

Ahora, por el Sacramento de la Confirmación, esa vida que necesita crecer, se va desarrollando. Y produce  sin duda en nosotros una transformación. Lo mismo que el niño, que cuando quiere darse cuenta ya ha dejado de serlo y se hace adulto, así en la vida cristiana. De pronto nos damos cuenta que somos nosotros mismos quienes hemos de actuar, de tomar las riendas de nuestra responsabilidad.  

Pero no estamos solos en ese crecimiento. El Espíritu de Dios es quien actúa, para ir configurándonos en Cristo.

 

3.- Sacramento de la madurez en la Iglesia.

 

La Iglesia, en la expresión paulina, es como un cuerpo, cuya cabeza, la parte más importante, es Cristo y cuyos miembros somos nosotros, los bautizados. San Pablo lo explicita en 1ª Corintios capítulo 12.  

(Vale la pena incidir en la lectura de San Pablo, sencillamente, porque es sensacional, por su densidad y claridad, y por su amor y conocimiento de Cristo y de la Iglesia).  

En la Carta a los Efesios, su autor dice: “Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error, antes bien, siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo” (Ef 4, 14-15).  

Al ser, por el Sacramento, adultos en la fe, no podemos estacionarnos en una vida de fe correspondiente a la infancia.  

Cuando, tras invocar al Espíritu Santo, el obispo impone sus manos sobre el confirmando, le unge en la frente con el óleo consagrado. Este óleo o aceite, lleva además bálsamo, símbolo del “buen olor de Cristo”. Y el aceite es el símbolo de la fortaleza para proclamar la fe de Cristo, y para llevar la luz de Cristo.  

Los avances que el progreso realiza hace que muchas cosas vayan cayendo en desuso y ya casi no se entiendan. Cuando aún no había luz eléctrica, la gente se alumbraba con candiles; éstos contenían, simplemente, aceite y una mecha. El aceite alimentaba la mecha y había luz. Por eso el aceite es también símbolo de la luz.  

Otro signo que usa el obispo consiste en dar una palmadita a la persona que se confirma. Significa paz, significa cariño, pero también la valentía que debe tenerse para proclamar a Cristo.  

La Confirmación es, finalmente, el Sacramento del testimonio y de la evangelización. Dar testimonio de la verdad de Dios. Y al mismo tiempo, llevar el evangelio a todos los ambientes donde la vida del cristiano se desenvuelve normalmente.  

Quien recibe el Sacramento de la Confirmación debe esforzarse por ser un testimonio vivo de la cristiana.  

El sentido del testimonio nos remonta al día de Pentecostés, cuando los apóstoles recibieron el Espíritu Santo.  

La Confirmación es, puede decirse, el Pentecostés personal. En el primer Pentecostés “quedaron llenos del Espíritu Santo” (Act 2,4). A partir de ese momento comenzaron los apóstoles a evangelizar, a dar testimonio de su fe.  

Ese es el sentido de la Confirmación. Sacramento por el que recibimos los dones del Espíritu Santo y nos configuramos con Cristo:

·       Sacerdote

·       Profeta

·       Rey

 

Sacerdote: para la santificación propia y de los demás.

Profeta: para difundir la Verdad del Evangelio.

Rey: para servir, poniendo en práctica el mandato del amor que Cristo nos dio.