El Bautismo Sacramento de la Fe

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es  

 

 

1.- Rito universal de iniciación.

Las religiones tienen ritos iniciáticos que marcan la entrada y pertenencia de sus nuevos adeptos. Uno de estos ritos más universalmente empleado ha sido el Bautismo.

Anterior al cristianismo, el Bautismo para los cristianos es, además, un Sacramento. La vida cristiana se inicia por la Fe. Y el Bautismo es, ante todo, el Sacramento de la Fe.

Al neófito se le pregunta: 
“¿Qué pides a la Iglesia?”. 
Y la respuesta es: 
“La Fe”.
Sigue el diálogo:
“¿Qué te da la Fe?”.
La respuesta:
“La vida eterna”.

Es decir, somos engendrados a la vida cristiana por la Fe. Y nacemos a la vida cristiana por el Bautismo.

Y así, el Bautismo es el primero y decisivo encuentro del nuevo cristiano con Cristo en la Iglesia. Y su compromiso con Cristo para siempre.

2.- El Bautismo cristiano: Vida en Cristo.

Ser cristiano, en consecuencia, va a consistir en vivir el Bautismo, es decir, la Vida de Fe y de Gracia, responsable y consecuentemente toda la vida.

El Bautismo cristiano consiste en la participación activa, permanente y viva, en el misterio de Cristo, muerto y resucitado.

Lo mismo que Cristo murió verdadera y físicamente en la cruz, así el cristiano muere, metafóricamente, en el Bautismo; muere efectivamente al pecado.

Pero, además, y es el aspecto más importante, Cristo resucitó. 

Así, el que se bautiza en Cristo resucita con Él a la vida nueva de la Gracia.

En las grandes cosmogonías religiosas, el agua ha tenido siempre importancia primordial a nivel religioso. Por ejemplo, el Diluvio universal.

La Biblia se hace eco también de este simbolismo universal. El agua es símbolo de muerte y de vida, de purificación y Fertilidad. El agua lo puede anegar todo, (el diluvio), dando paso a un renacer, a una vida nueva.

Así, el agua bautismal significa anegar la vida vieja del pecado, y renacer a la vida nueva en Cristo.

El agua purifica. El agua bautismal limpia la mancha del pecado, dando paso a la vida de la Gracia.

El agua Fertiliza. El agua bautismal significa la Vida nueva, activa, responsable, en Cristo y en la Iglesia.

3.- Actuación del Espíritu Santo.

Los símbolos expresan, y a veces producen lo que expresan. 

El agua simboliza la limpieza, pero es que, efectivamente, purifica.

El agua simboliza la vida, y en efecto, da vida. Sin agua terminaríamos muriendo por deshidratación.

Pero más allá de los símbolos, imagen y realidad, hay otro elemento. El más importante: El Espíritu de Dios.

Es el Espíritu Santo quien vivifica. De nada serviría la materialidad del agua, sin Él. 

El Espíritu es el “Señor y dador de vida”.

El nuevo nacimiento producido en el Bautismo, se realiza, dirá san Juan, por la doble causalidad “del agua y del Espíritu” (Jn 3,5).

En la carta a los romanos san Pablo, refiriéndose a Cristo, dice: “Nacido del linaje de David según la carne, constituido hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro” (Rom 1,3-4).

En la misma carta, dice: “Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros” (Rom 8, 11).

4.- Puerta de entrada y pertenencia a la Iglesia.

Si el Bautismo fuese nada más que un rito, no tendría más valor que el significado que pudiera tener en sí mismo. Pero el Bautismo es un Sacramento que nos incorpora a Cristo. Por este Sacramento recibimos la salvación de Cristo.

Ahora bien, esta salvación la vivimos en la Iglesia, que es Comunidad de salvación en Cristo.

La metáfora bíblica del Diluvio universal, tan rica de simbolismo, habla también del Arca de Noé, a partir de la cual va como a recomenzar el mundo. Como si se tratara de una nueva creación, de una nueva humanidad, partiendo de la familia de Noé.

Así, puede también decirse: Purificados por el agua bautismal, la Iglesia es la Nueva Arca de salvación, a partir de la cual estamos llamados a ser nuevas criaturas en Cristo, según la expresión de san Pablo.

El Arca de Noé fue la puerta para una nueva humanidad. Igualmente, el Bautismo es puerta de entrada y de pertenencia a la gran Familia de los Hijos de Dios.

Todo esto lo realiza en nosotros el Espíritu Santo, el cual, por otra parte, no nos exime de nuestra propia responsabilidad.

El Bautismo hay que aceptarlo libre y conscientemente.

Se podrá objetar que los niños que son bautizados no podrán aceptar, por razones obvias, el Bautismo libre y conscientemente. 

Es verdadera la objeción. Como también es verdad que la Iglesia, representada en los padres y padrinos, es quien se responsabiliza de la Fe de esa criatura. Lo mismo que son los padres quienes se responsabilizan de alimentar al niño mientras éste no pueda valerse por sí mismo.

Pero igual que llega el momento en que el individuo tiene que actuar por sí mismo, con independencia de sus padres, para caer en él y sólo en él cualquier responsabilidad, lo mismo ocurre en el orden de la Fe.

Llega un momento en que uno debe asumir personal, consciente, libre, responsablemente, su Bautismo. Lo que otros hicieron por él, aceptarlo. 

Igual que no se pidió nacer, y se acepta el haber nacido; y se aceptan esos padres propios y concretos que nos han engendrado, que quizá ni son los mejores padres, ni los más sabios, ni los más capacitados, así se acepta también, llegado el momento del discernimiento personal, la realidad bautismal.

5.- Sacramento de Fe y Conversión.

Siendo el Bautismo un Sacramento de Fe, por lo mismo, es también un Sacramento de conversión.

Cuando el día de Pentecostés la gente se reúne en el lugar donde se encuentran los apóstoles, y éstos explican lo que acaba de suceder, cómo el Espíritu Santo ha bajado sobre ellos, las personas preguntan: “¿Qué tenemos que hacer?”. La respuesta de san Pedro es: “Convertíos y bautizaos” (Act 2,38).

La Fe es conversión. Y el Bautismo es el signo exterior de la conversión. Conversión, por lo demás, que no termina nunca. No hay una meta prefijada de santidad, conseguida la cual, ya nos podemos echar a dormir. 

La santidad no es una meta, es una actitud permanente. De ahí que Cristo dirá: “Sed perfectos como el Padre es perfecto” (Mt 5,48). 

Es decir, nos sitúa en la utopía. ¿Quién podrá jamás ser tan santo como Dios? Nadie. Y sin embargo, Cristo nos da mandato de ser como el Padre Dios. Es decir, nos coloca en una actitud, que debe ser permanente, ante la santidad. El camino previo y constante, sin el cual no se puede acceder a la santidad, es la conversión.

6.- Nacer para Dios.

El Bautismo cristiano no se queda en la incorporación y pertenencia a una entidad religiosa, en el caso la Iglesia. Va más allá.

El Sacramento del Bautismo comunica al que lo recibe cantidad ingente de dones:
• Borra todo pecado
• Borra la raíz misma del pecado original
• Nos hace nuevas criaturas en Cristo
• Nos incorpora a Cristo
• Nos incorpora a la Iglesia
• Nos hace hijos de Dios
• Hijos en el Hijo.

La vida del cristiano es una vida en el Espíritu. Vale la pena leer una y mil veces el capítulo 8 de la Carta a los Romanos.

San Pablo, después de presentar la realidad del Bautismo en el capítulo 6 de esta Carta, pasa a hablar en el capítulo 8 de lo maravilloso que es ser cristiano:
• Vida en el Espíritu
• Hijos de Dios gracias al Espíritu
• Destinados a la gloria

Y terminará san Pablo diciendo: “Dios es quien justifica” (Rom 8,33). “¿Quién nos separará del amor de Cristo?” (Rom 8,35).