Vivir la fe

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es

 

 

Aunque la fe cristiana, por principio, es creer en Dios, a nivel práctico y global no es suficiente. En razón de que podría quedarse en el nivel de lo especulativo, de lo intelectual; es decir, del saber por el saber.  

La fe cristiana, más que en la cabeza, está en el corazón. Es decir, la fe consiste en confiarse y ponerse plenamente en las manos de Dios. Es, por tanto, una entrega total y confiada a Dios.  

Podría expresarse así:

 

·        La fe es vivir en Cristo

·        Una nueva forma de vida

·        Que impregna todo nuestro actuar personal.

 

La fe es vivir en Cristo:

 

Significa que Cristo es la raíz de la vida cristiana. Y es Cristo quien nos lleva al encuentro personal con Dios. Encuentro que no puede quedarse en un simple “saber de Dios”, en un saber teórico a cerca de Dios.  

Es preciso tener la experiencia de Dios, no desde lo especulativo o teórico, (desde la cabeza, por así decir), sino desde el corazón; es decir, desde el amor, la confianza, el cariño, la entrega total. Porque, en definitiva, es Dios mismo quien nos da la capacidad de amarle.  

De esta manera, la fe es un auténtico diálogo de amistad con Dios.

 

Una nueva forma de vida:

 

La fe no va en la línea de las ideas, sino de la vida. La fe es vida. Una vida que se inserta en la Vida misma de Dios en Cristo. De ahí que el autor de la carta a los efesios dirá: “Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones” (Ef 3,17). Y san Pablo en la carta a los romanos añade: “El justo vive de la fe” (Rom 1,17).  

Ningún sentido tendría la vida cristiana si le faltara la fe, ya que la fe es la respuesta de amor que damos al amor de Dios que conforma toda nuestra vida.  

Y esa vida, ese amor, y esa fe, encuentro en definitiva con Dios, los vivimos no sólo a nivel personal, sino en la Comunidad viva que es la Iglesia. En ella participamos de la Palabra, de los Sacramentos, que alimentan nuestra fe.  

La auténtica puerta de entrada al Reino de Dios es la fe. “Si crees y te bautizas te salvarás”. (Mc 16,16).  

La vida nueva que da la fe consiste en ir más allá de la simple vida natural, abriéndonos a un horizonte sin límites de plenitud personal, tanto en ésta como en la vida futura.

 

Que impregna todo nuestro actuar personal:

 

La fe es vida. En consecuencia, la fe no puede quedarse en el comienzo; ¿de qué sirve una semilla que comienza a germinar, se estanca y ya no crece? La fe está llamada a crecer, llevándonos por un camino, ciertamente exigente, pero seguro, de perfección. La meta de la fe es llegar a la santidad. Cristo dice: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. (Mt 5,48).  

Cuando la vida cristiana está impregnada por la fe, se abre a la realidad de cuanto le rodea. No se queda en una religiosidad cerrada, debe impregnar de evangelio, de buena Nueva, la vida entera.  

La vida cristiana no se reduce únicamente a la dimensión religiosa. Ciencia, cultura, economía, arte, política, etc., es decir, cuanto forma la realidad donde la vida del ser humano se desarrolla, entra también en el ámbito de la fe. El “buen olor de Cristo” (2 Cor 2,15) es difusivo. Debe impregnar todos los ambientes. Hasta que lleguemos a la perfección definitiva en Dios. San Pablo lo expresa así: “Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara” (1 Cor 13,12).