La Eucaristía sacramento de la comunidad

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es

 

 

La Eucaristía es Pan de vida.  

Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo. El que come mi Cuerpo y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él. El que come de este Pan, vivirá para siempre”. “Esto es mi Cuerpo que es entregado por vosotros, haced esto en memoria mía”.  

Así se expresa Cristo en el Evangelio. Se queda con nosotros y lo hace en la forma asequible, inteligible y familiar del pan. Presencia real, por más que misteriosa, pues siempre nos moveremos en el campo de la fe, y presencia que es entrega total de su vida.  

En la Didajé se dice:  

Hay dos caminos, el de la vida y el de la muerte, y grande es la diferencia que hay entre estos dos caminos. El camino de la vida es éste: ‘Amarás en primer lugar a Dios que te ha creado, y en segundo lugar a tu prójimo como a ti mismo. Todo lo que no quieres que se haga contigo, no lo hagas tú a otro’...”.  

 Éste es, cabalmente, el sentido de la Eucaristía: un camino a la vida, donde el amor a Dios y al prójimo se identifican. El amor cristiano no es teórico, tampoco una metáfora.  

La Didajé va directa al grano, porque la eucaristía es sacramento de vida, y por consiguiente, de compromiso real, y concretiza en casos y situaciones de son de acuciante actualidad:  

“Segundo mandamiento de la doctrina: No matarás, no adulterarás, no corromperás a los menores, no fornicarás, no robarás, no practicarás la magia o la hechicería, no matarás el hijo en el seno materno, ni quitarás la vida al recién nacido”.  

Es evidente que si se fija en cosas tan puntuales, es porque el problema existía entonces, como existe hoy. Y es necesario tener espíritu de discernimiento para saber distinguir y saber optar.  

La Eucaristía es el juicio inexorable para la conciencia de la sociedad de hoy y de siempre. Luego prosigue:  

“No codiciarás los bienes del prójimo, no perjurarás, no darás falso testimonio. No calumniarás ni guardarás rencor. No serás doble de mente o de lengua, pues la doblez es lazo de muerte. Tu palabra no será mentirosa ni vana, sino que la cumplirás por la obra. No serás avaro, ni rapaz, ni hipócrita, ni malvado, ni soberbio. No tramarás planes malvados contra tu prójimo. No odiarás a hombre alguno, sino que a unos los convencerás, por otros rogarás, a otros los amarás más que a tu propia alma...”.  

Cabe preguntarse: ¿Por qué hay, en algunos cristianos, una especie de deserción de la Eucaristía, o bien, una separación de hecho entre la Eucaristía y la vida real?  

La respuesta se antoja fácil: Para quienes asistir a la Eucaristía no pasa de ser un precepto o mandato de la Iglesia, o el compromiso para satisfacer íntimas exigencias de una personal religiosidad, o el cumplimiento de unos determinados compromisos sociales, la Eucaristía no les dirá nada.  

La Eucaristía es para escuchar el Evangelio, orar a Dios, reavivar el espíritu, y comulgar con Dios y con los hermanos. La Eucaristía es un sacramento de y para la Comunidad.

 

En la “Epístola de Bernabé”,

de autor desconocido, llamada así por Clemente de Alejandría, a principios del siglo III,  también se parte de los contrapuestos: Hay dos caminos.

“Dos caminos hay de doctrina y de poder: el de la luz y el de las tinieblas”.

Y señala:

 “Pero grande es la diferencia entre los dos caminos, pues sobre uno están establecidos los ángeles de Dios, portadores de luz, y sobre el otro, los ángeles de Satanás. Uno es Señor desde siempre y por siempre, y el otro es el príncipe del tiempo presente de la iniquidad.

El camino de la luz es éste. Si alguno quiere seguir su camino hacia el lugar fijado, apresúrese por medio de sus obras. Ahora bien, el conocimiento que nos ha sido dado para caminar en él es el siguiente:

Amarás al que te creó, temerás al que te formó, glorificarás al que te redimió de la muerte. Serás sencillo de corazón y rico de espíritu. No te juntarás con los que andan por el camino de la muerte, aborrecerás todo lo que no es agradable a Dios, odiarás toda hipocresía, no abandonarás los mandamientos del Señor”.

La “Epístola de Bernabé” incide también en tres casos concretos:

 “No fornicarás, no cometerás adulterio, no corromperás a los jóvenes”.

Lejos de ser una doctrina moralizante, es un juicio de valor, un discernimiento de los valores y los contravalores, partiendo de la Eucaristía.  

La Eucaristía es sacramento de perdón, de misericordia, de amor, de comunión.

De ahí que san Pablo dirá: “Formamos un solo cuerpo los que comemos un mismo pan”.

Jesús instituyó la Eucaristía, mandó perpetuar su gesto, porque se trata de un acto de comunidad cristiana. En consecuencia, quienes participan en la Eucaristía tienen que sentirse unidos.

Las palabras de Cristo: “Venid a Mí los que estáis agobiados”, se entienden perfectamente desde el marco de la Eucaristía. En nuestro mundo hay a veces profundas tensiones y divisiones, tanto en el ámbito social y político, económico y cultural, como en el religioso.

La Eucaristía es el punto de encuentro y de unión.

La Eucaristía es fuerza transformadora de la comunidad que está llamada a ser presencia de Dios en el mundo y constructora de su Reino.