Paloma de Paz

Autor: Padre Juan Manuel del Río C.Ss.R. 

Correo: delriolerga@yahoo.es

 

 

La paloma es un símbolo de paz, desde tiempos pretéritos y bíblicos. De ahí que cuando se celebra, pongamos por caso, un evento importante, como puede ser una olimpíada, se acostumbra a soltar una bandada de palomas. El pequeño detalle, pongámoslo también como pequeño inconveniente, es que su vuelo suele ser corto. Y la paz se queda, correspondientemente, corta. Los pueblos buscan la paz. Las naciones buscan la paz. Todos buscamos la paz. Pero sigue el pie el thanático instinto de muerte, como es la guerra. Quizá fuera más lógico soltar, en vez de palomas, grullas. Su vuelo alcanza más lejanos horizontes. Dicho lo cual, paso a decir lo siguiente.

Para el acto final de la misión, y como acto solemne de clausura, los fervorosos habitantes de Tupátaro idearon tener una Misa por todo lo alto. Nunca mejor dicho, por todo lo alto. No sería en el templo, sino en la explanada que hay a mitad del monte. Para lo cual, subiríamos en procesión eucarística, como si fuera día del Corpus. Por el camino, cuatro altares, estratégicamente situados, y bien adornados con ramas y flores. Uno, por los niños; otro, por los jóvenes; el tercero, por los adultos; y el cuarto, por los ancianos. Se determinó y se hizo.

La misión había resultado muy bien. En consecuencia, quisieron que quedara un recuerdo para la posteridad. Se implantaría también una cruz de misión, pero no como las tradicionales en el templo parroquial, sino arriba en el monte. Que fuera grande, como había sido la misión, y que se viera desde muy lejos. 

Se reunieron los hombres en pleno. Hablaron con don Manuel. Él tenía en su casa unos troncos grandes de mezquite. El tronco grande medía cinco metros, y era bastante recto. Serviría muy bien para palo vertical de la cruz. Para el horizontal había también otro muy apropiado. Sería una cruz perfecta. Se acordó y se hizo.

Don Manuel no quiso cobrar ni un centavo por la valiosa madera.

Padrecito, tratándose de la Santa Misión, es voluntad de mi familia y mía que sea regalada.

Lo pensó, y así fue. Pero la madera era muy pesada. No sería fácil subir la cruz, ya hecha, desde el rancho o aldea. Sería mejor ensamblarla arriba, en el monte. Trajeron unos bueyes uncidos, y arrastrando los troncos cuesta arriba, por una especie de trocha, los subieron a la explanada. Armaron la cruz y la plantaron en tierra. Quedó hermosísima. Y visible desde lejos. Lo habían determinado, y así lo realizaron.

El pueblo entero se hizo presente en la clausura. Fervor, emoción y lágrimas se aunaron. Y aquella buena gente, que sabían de las olimpíadas sólo por la tele, pensaron que ellos también podían emular el simbólico gesto de soltar palomas. ¿Quién más dispuestos a pedir por la paz que ellos? Eso, sí; no disponían de muchas palomas. Pero qué importaba. Con una sola paloma que soltaran era suficiente. Lo acordaron y se hizo.

Tenían la intuición de que el momento más adecuado para soltar la paloma era el de la Consagración en la Misa. Así que, llegado el momento de la Consagración, con delicadeza, con ternura, con mimo, soltaron la paloma que previamente habían amarrado a la cruz. La paloma voló. Trazó un círculo por encima de la multitud y, suavemente, vino a posarse sobre el Altar, junto al Cáliz y la Patena. Y ahí se quedó. No se movió en toda la Misa. El misionero intentó ahuyentarla, no fuera que, en un descuido o un movimiento repentino, pudiera tirar el Cáliz. La paloma quieta, no se movió.

Una honda emoción embargó a la multitud que observaba en profundo recogimiento. Corrieron lágrimas. Algunas voces, en audible cuchicheo, decían:

¡Milagro, milagro!

Qué elocuente símbolo, no sólo de paz, también de unidad para el pueblo, resultó aquella paloma. En la significativa altura del monte, donde nunca antes se había celebrado una Misa, ahora quedaba en pie, como una bendición, la Santa Cruz de Misión.

Al terminar, los hombres decían:

Nos moriremos todos, pero la Cruz aquí seguirá.

Han pasado los años. Y la cruz allá sigue. Desde entonces, cada tres de mayo, día de la Santa Cruz, la buena gente de Tupátaro acude a rezar y a adornar con flores aquella hermosa Cruz de Misión que les trae recuerdos imborrables y la seguridad de que la paz es posible.