El Hombre a la luz de Dios

Introducción

Autor: Padre Juan Carlos Navarro

Sitio Web: www.elescoliasta.org



El título del tratado teológico que exponemos es “El hombre a la luz de Dios”. No planteamos simplemente la cuestión del ser del hombre, su valor y su sentido, sino que vemos todo esto “a la luz de Dios”, buscando iluminar la realidad humana a partir de la revelación de Dios que tiene su culminación en Jesucristo.

Esta constatación nos lleva a una primera respuesta a la pregunta sobre qué es el hombre a la luz de Dios: Jesús mismo es, de forma única e insuperable, el hombre a la luz de Dios. La persona humana de Jesús es la realización plena de todo aquello que el hombre puede hacer y esperar a partir de su relación con Dios, puesto que en él se da la máxima relación humanamente posible con Dios, la unión hipostática. Jesús no sólo es el autor, sino también el paradigma de la vida cristiana.

Pero nuestro estudio no es el de la Cristología, no se trata en nuestro caso de contemplar directamente la persona de Jesucristo como centro de la historia de la salvación, sino de estudiar al hombre en tanto que alcanzado por esa salvación. Teniendo en cuenta que sólo a la luz de Jesucristo es posible iluminar el misterio del hombre trataremos de ver cómo afecta esa nueva y definitiva humanidad realizada en él al resto de los hombres.

Intentaremos poner de manifiesto los entresijos de la experiencia cristiana, ver qué nuevos horizontes y perspectivas introduce en el ser humano la experiencia del encuentro con Jesucristo en la fe. Lo que vamos a hacer será una especie de introspección, una mirada al interior de nuestra propia experiencia de fe para descubrir qué mundo y que vida se abren paso en nosotros a través de ella.

Puesto que se trata de experiencia de fe, la pauta nos la dará un hombre de fe: Pablo de Tarso. Él es uno de los primeros testigos del cristianismo naciente, el apóstol de los gentiles. Su lugar particular en la historia tiene una doble ventaja para nosotros: por una parte pertenece a las primeras generaciones del cristianismo, por lo que nos lleva a acercarnos a las raíces más primitivas de la experiencia cristiana, por otra parte no conoció directamente al Jesús de la historia, sino que su encuentro fue con Jesucristo resucitado, por lo que está también particularmente cercano a nuestra propia forma de relación con Jesucristo, a quién tampoco nosotros hemos conocido según la carne. Además, Pablo es el teólogo que de forma más directa en el Nuevo Testamento reflexiona sobre la recepción humana de la salvación, por lo que nos resulta un guía insustituible.

Un testimonio privilegiado de la autocomprensión cristiana de Pablo lo tenemos en el capítulo 3 de la carta a los Filipenses, en el que el propio apóstol hace un resumen de lo que ha significado en su vida la fe en Jesucristo:


Lo que es yo, ciertamente tendría motivos para confiar en lo exterior, y si algún otro piensa que puede hacerlo, yo mucho más: circuncidado a los ocho días de nacer, israelita de nación, de la tribu de Benjamín, hebreo por los cuatro costados, y, por lo que toca a la ley, fariseo; si se trata de intransigencia, fui perseguidor de la Iglesia; si de ser justo por la ley, era irreprochable.

Sin embargo, todo esto que para mí era ganancia, lo consideré pérdida comparado con Cristo; más aún, todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía -la de la ley-, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos.

Filipenses 3, 4-14




El texto que hemos escogido se divide en dos partes, en la primera Pablo expone cuál era su situación antes del encuentro con Cristo: la descripción es la de un judío cumplidor que puede sentirse satisfecho tanto de lo que es, por su nacimiento, como de lo que hace, por su cumplimiento de la ley. Ha recibido una vida y un camino de justicia de los que puede sentirse orgulloso. Todos estos logros serán trastocados en el momento en que Cristo entre en su vida para convertirse en su Señor.

En la segunda parte expone el cambio que se ha producido en él. Se trata de una transformación radical de los valores, porque cuando Cristo entra en su vida todo cambia de sentido. El valor más definitivo ahora será el conocimiento de Cristo. Tengamos en cuenta que en su origen hebreo el verbo “conocer” no se refiere simplemente al saber intelectual, sino que es la forma de expresar una relación totalmente íntima, hasta el punto de ser usado para referirse al encuentro sexual del hombre y la mujer. Cristo ha entrado en su vida haciéndose Señor de ella, y una vez que esto ha ocurrido lo que tenía por ganancia y motivo de orgullo pasa a ser considerado basura.

Pablo encuentra en Cristo una nueva justicia y una nueva vida. Ahora tiene una justicia distinta de la que practicó como fariseo: la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. También ha encontrado una nueva vida que tiene su garantía, no en el nacimiento en el seno del pueblo judío, sino en la vida resucitada de Cristo que le empuja a estar unido a él hasta la muerte para participar de su resurrección. Desde una situación aparentemente satisfactoria se ha producido en la vida de Pablo un acontecimiento que lo ha cambiado todo, su vida tiene ahora nuevos valores y nuevos objetivos.

Podemos ya tener una primera perspectiva de los temas que deberán ser tratados en nuestra materia. Si nos centramos en la situación histórica concreta del hombre a partir de su relación con Dios en Cristo tendremos que plantear qué es lo que ofrece Cristo a la humanidad, en qué consisten esa vida y esa justicia de las que habla Pablo, lo cual incluye los temas de la gracia y la justificación, pero antes de esto habrá que situar al hombre como posible receptor de la gracia y de la justicia de Cristo en su realidad concreta, esa situación previa que Pablo considera basura, lo que nos lleva a tratar el pecado. Aún así, con esto no es todavía suficiente, porque la experiencia cristiana, como vida nueva que es, pretende dar respuesta al sentido global del hombre y de la historia. Por eso tenemos que ampliar nuestra perspectiva y situar tanto el origen como el destino último de la humanidad a la luz del don de Dios en Cristo.

Intentando organizar las distintas temáticas a partir de una especie de eje cronológico llegamos a una división de la materia en cuatro partes:

El hombre: La situación original del hombre como imagen de Dios. 

Pecado y pecado original: La situación histórica del hombre como pecador necesitado de salvación. 

Gracia y justificación: La nueva relación con Dios en Cristo. 

Escatología: La plenitud definitiva de la humanidad en Dios. 

En esta organización podemos observar una simetría entre las partes de que se compone nuestra materia. El núcleo está formado por los tratados de la gracia y del pecado, que ven al hombre en su realidad histórica como capacitado para una relación personal auténtica con Dios, tanto para lo bueno como para lo malo. Rodeando a ese núcleo tenemos los tratados de creación y escatología que ven al hombre en su origen y destino como fundado en Dios. Esto sin dejar de lado que el origen y valor de todas estas reflexiones está en la experiencia de transformación radical en el encuentro con Cristo de la que Pablo y nosotros somos testigos, que debe ser siempre lo que oriente y dirija nuestra reflexión.