El Dios de la Revelación

Autor: Padre Juan Carlos Navarro

Sitio Web: www.elescoliasta.org



7. Visión sintética de la teología trinitaria

 

Conceptos básicos

Toda la economía divina es la obra común de las tres personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola y misma operación (cf. Cc. de Constantinopla, año 553: DS 421). "El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio" (Cc. de Florencia, año 1442: DS 1331). Sin embargo, cada persona divina realiza la obra común según su propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento (cf. 1 Co 8,6): "uno es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas, un solo el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y uno el Espíritu Santo en quien son todas las cosas (Cc. de Constantinopla II: DS 421). Son, sobre todo, las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las personas divinas.

CIC 258

Cuando hablamos de la Trinidad inmanente nos referimos a Dios tal cual es en sí mismo, la Trinidad económica es Dios tal y como se ha manifestado en la historia de la salvación. El problema surge cuando se quiere comprender la relación entre ambas. Dos afirmaciones básicas nos pueden servir de punto de partida: “No hay en ningún lugar, detrás de la realidad de la revelación, otra realidad que sería Dios; la realidad que nos encuentra en la revelación es la realidad divina misma, tal y como surge de las profundidades de la eternidad.” (K. Barth). “La Trinidad ‘económica’ es la Trinidad ‘inmanente’, y a la inversa.” (K. Rahner).

En toda comprensión de la revelación trinitaria de Dios es necesario conjugar la trascendencia y la realidad de Dios en su autorrevelación. Por una parte es imposible vaciar lo infinito de Dios en la finitud de la criatura (porque entonces convertiríamos a Dios en una realidad mundana más), pero también es imposible hacer una distinción neta entre Dios en su trascendencia y Dios en su revelación (porque entonces convertiríamos la revelación en un momento secundario y superable de la relación de Dios con el mundo).

W. Kasper (1933-) propone una nueva formulación del axioma fundamental de Rahner basada en tres argumentos. La salvación del hombre no puede ser sino Dios mismo y no un mero don creado, no puede haber en Jesucristo ningún resto oscuro de un “Deus absconditus” detrás del “Deus revelatus”. En segundo lugar, a partir de la encarnación no cabe distinguir adecuadamente el envío del Logos al mundo y su procesión eterna del Padre. Finalmente la gracia es libre autocomunicación de Dios en el Espíritu Santo, y el hecho de que sea autocomunicación de Dios muestra la unidad de Trinidad inmanente y económica.

Se pueden dar posibles malentendidos en la comprensión de la identidad entre Trinidad inmanente y económica. Podemos despojar a la Trinidad soteriológica de su propia realidad histórica entendiéndola como mero fenómeno temporal de la Trinidad inmanente eterna, o disolver la Trinidad inmanente en la económica como si la Trinidad eterna se constituyera en la historia y mediante la historia. Por todo esto el «es» de Rahner no indica identidad, sino una existencia irreductible, libre, gratuita, histórica de la Trinidad inmanente en la Trinidad económica. Para expresarlo, Kasper propone una nueva formulación del axioma de Rahner: “La comunicación intratrinitaria está presente de modo nuevo en la autocomunicación soteriológica”.

La clave que nos debe orientar en todos estos problemas es que Dios se hace real en el mundo plasmando en la historia su propio ser. Dios hace real en el mundo su ser Padre en el Hijo, ya que en el mundo existe la paternidad de Dios en plenitud sólo por Jesús, el Hijo, y Dios no sería Padre sin el Hijo. Y Dios hace real en el mundo su ser Señor en el Espíritu, al establecer su reino por el Espíritu, pero esto es el reflejo de que Dios no sería él mismo sin la reunión se su ser Padre e Hijo en el Espíritu. En todo esto está en juego la relación entre Dios y el mundo, si bien Dios crea el mundo libremente, una vez creado el mundo, no puede ser Dios sin ser Dios del mundo. En la revelación se juega la realidad divina de Dios en tanto que Dios del mundo. El mundo es lugar de la realización externa del ser de Dios e invitación a la trascendencia de las criaturas en Dios.

La Iglesia utiliza el término "substancia" (traducido a veces también por "esencia" o por "naturaleza") para designar el ser divino en su unidad; el término "persona" o "hipóstasis" para designar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en su distinción real entre sí; el término "relación" para designar el hecho de que su distinción reside en la referencia de cada uno a los otros.

CIC 252

Vista la base de la comprensión trinitaria de Dios los otros conceptos básicos son los necesarios para expresar la diferencia y la unidad en el seno del ser divino. Para la diferencia el concepto clásico ha sido “persona”. La raíz de la palabra se adentra en el mundo teatral, ya que originalmente designaba a la máscara que, en el teatro clásico escondía el rostro del actor para mostrar la realidad del personaje. Esto nos lleva a la idea de que la persona define un campo de interioridad y otro de exterioridad, con lo que la coordinación de estos dos aspectos se convierte en una cuestión de verdad y confianza. Persona es posibilidad libre de manifestar la propia interioridad, en Dios esto debe ser entendido como una posibilidad absoluta de manifestación absoluta. La persona es intimidad inviolable en relación con los demás. En Dios, la idea de persona implica que el mismo ser de Dios lleva a su salir de sí mismo, y que este ir más allá de sí mismo de Dios no deja de estar enraizado en su ser divino.

Para expresar la unidad del ser divino la tradición usa los términos “naturaleza” o “esencia”. Ambos términos son correctos, pero pueden tener el problema de sugerir una esencia divina única anterior (si no temporalmente, al menos metafísicamente) a las personas. Pero la esencia divina no tiene existencia autónoma en sí fuera de las personas, por eso podría ser preferible, para designar la unidad de Dios, el término “comunión”. Esta palabra nos acerca a la idea de que la esencia divina no tiene existencia autónoma en sí misma, sino que acontece en y entre las personas. El Padre se realiza en su ser cuando se regala totalmente al Hijo poseyendo su divinidad como “dada” y recibiendo del Hijo su ser Padre. El Hijo se realiza en su ser en cuanto se recibe a sí mismo totalmente desde el Padre y le da gloria. El Espíritu se realiza en su ser en cuanto se recibe a sí mismo como el tercero a partir de la relación del Padre y del Hijo. Por tanto las tres personas no tienen existencia autónoma en oposición a las otras, sino solamente desde las otras, de modo que en la palabra “comunión” estamos incluyendo también la relación recíproca como elemento decisivo en la visión de la Trinidad de Dios.

El centro de toda doctrina trinitaria es la proposición “Dios es amor” (1Jn 4,8). Esta definición expresa al mismo tiempo la diferencia y la unidad de Dios, para que haya amor tiene que haber una distinción que al mismo tiempo es fuerza de unidad. En Dios esta distinción y esta fuerza de unidad son absolutas, de modo que no hay una prioridad de ningún tipo entre personas y esencia, el amor en Dios no es algo que se dé antes o después de la relación personal, sino el mismo acontecer de la unidad en la diferencia. La proposición “Dios es amor” no sólo es una definición de Dios, también es una definición del amor que sirve como instancia crítica frente a interpretaciones erróneas. Debe, por tanto, ser entendida dialécticamente, como una orientación que lleva a interpretar a Dios a partir del amor y el amor a partir de Dios.

Con esta visión de Dios se superan los problemas a que da lugar la doctrina clásica de las procesiones, que queda integrada en la idea de comunión. La doctrina de las procesiones da predominio a la unidad de Dios y concibe la pluralidad divina como una sucesión de personas que lleva a connotaciones subordinacionistas, sean estas en sentido temporal o metafísico. Si partimos de la comunión, las procesiones y las relaciones personales quedan integradas desde el principio en el ser propio de Dios (cf. CIC 253-256).

La unidad del Dios trinitario

La unidad de Dios no excluye, sino que incluye originariamente la diferencia, ya que todo lo que en Dios sea susceptible de diferenciación sólo lo es en relación al resto y junto al resto, de modo que la pluralidad es aquí la forma de realización de la unidad. Tampoco se trata de un resultado de la unión a partir de elementos individuales, porque si fuera así habría algo en Dios que no pertenecería a la comunión que es su esencia. No es que a pesar de haber tres personas Dios es uno, ni que a pesar de ser uno hay en Dios tres personas, sino que porque Dios es uno hay en él tres personas y porque es en tres personas es uno. La esencia de Dios consiste en que no tiene en sí mismo ningún rasgo que no se realice en la mutua relación entre las personas.

Por ser la mayor unidad pensable, la unidad de Dios encierra en sí la mayor diferencia pensable entre las personas. Existencia autónoma y ser relacional crecen en relación directa y no inversa. En la unidad divina, en sentido real, en y con cada persona, y sin que pierdan su unicidad irrepetible, están dadas las otras, de modo que cada persona posee su ser íntegro sólo a partir de y hacia las otras

Por tanto, la unidad de Dios no está antes, ni después, ni sobre, ni debajo de las relaciones de las personas, sino que se realiza justamente en ellas. La afirmación “Dios es amor” es una proposición especulativa muy precisa que nos indica que, en el acceso al ser trinitario de Dios podemos tomar como punto de partida tanto la unidad como la Trinidad, pero siempre debemos llegar de uno a otro lugar, porque es en ese movimiento donde se expresa el ser de Dios.

La diferencia de las personas

La comprensión tradicional de las personas y sus relaciones toma como punto de partida la revelación de la vida interna de Dios a partir de su manifestación en la historia. Sobre esta base, a partir del hecho de que el Hijo ha sido enviado por el Padre al mundo se concluye su origen eterno en el Padre (generación) y a partir de la donación del Espíritu su origen en el Padre y el Hijo (espiración). Estas son las procesiones que dan origen a la Trinidad, pero si Dios es amor la diferencia de personas no es sólo una relación de origen, sino un juego de intercambio entre ellas. Este intercambio personal tiene también sus reflejos en la economía de la salvación: el Hijo ha sido también “enviado” por el Espíritu, y devuelve al Padre el reino, y en la cruz el Padre y el Hijo dependen para su relación de la acción del Espíritu. Cada una de las personas está en las otras y, de alguna manera, depende da las otras para la realización de su ser propio. Veamos como se concreta esto en la visión de cada una de las divinas personas.

Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo en cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, el cual eternamente es Hijo sólo en relación a su Padre: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27).

CIC 240

El Padre es el don primordial, nunca está sin el Hijo, porque su identidad consiste en regalarse. De este modo, como origen de la Trinidad, el Padre establece de forma idénticamente originaria tanto la identidad como la diferencia. Hay un “no” originario (no ser en sí mismo, sino en el otro) que significa al mismo tiempo afirmación de sí mismo y de los otros. Las otras dos personas ven en él a su centro que al mismo tiempo no puede ser pensado sin relación a ellas (cf. CIC 238-240).

En la historia de la salvación el Padre aparece como el fundamento primordial del amor para Jesucristo (Jn 17,24), para el Espíritu (Jn 15,26) y para los hombres (Sant 1,17). Es el Padre quien entrega a Jesucristo separándolo de sí, y recibirá de Jesucristo el reino por obra del Espíritu.

Por eso los apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn 1,1), como "la imagen del Dios invisible" (Col 1,15), como "el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia" Hb 1,3).

CIC 241

El Hijo es existencia como recepción, como puro reconocimiento del don absoluto que es el Padre. En cuanto el don alcanza en la recepción su objetivo, no es solamente reflejo o duplicación del Padre, sino su interlocutor. En la recepción el don se torna verdaderamente lo otro, la imagen o palabra del Padre que hace que el Padre llegue a ser Padre. Si el Padre es centro de la comunión divina, el Hijo es la periferia, la máxima extensión de las posibilidades divinas. Por eso tanto la creación como la redención son obra del Padre por el Hijo.

En la historia de la salvación Jesucristo es la Palabra del Padre (Col 1,15) que va hasta el extremo de las posibilidades divinas (Mc 15,34) y así libera el Espíritu (Jn 19,30), el que da la gloria debida al Padre (Jn 7,18). Jesús, como Hijo, se autodiferencia del Padre a quien reconoce como mayor que él (Jn 14,28) y de quien procede su mensaje (14,24). El Padre es el único bueno (Mc 10,18), el que determina el Reino y la historia (Mc 13,32 pp.; Mt 20,23 pp.), aquel a quien se somete la voluntad de Jesús (Mc 14,36). Todos estos pasajes han sido en ocasiones interpretados como contrarios a la divinidad del Hijo, pero es precisamente en la diferencia y en la obediencia como Jesús se manifiesta como Hijo, porque él es Hijo de Dios Padre haciendo que Dios Padre reine. No es sólo que el ser Hijo de Jesús esté en completa dependencia del ser Padre de Dios, sino que ese ser Padre de Dios sólo se realiza a través de la perfecta obediencia y entrega del Hijo. El Hijo no sólo es el representante del poderío de Dios, sino su titular (Lc 10,22; Mt 28,18; Jn 5,23). El reinado del Hijo consiste en anunciar el reinado del Padre al que, por medio de su sometimiento, le da plenitud. El Padre, entregando su poder al Hijo, hace depender su reinado del Hijo, con lo que es su misma divinidad la que depende de él, ya que, una vez que existe el mundo creado libremente sería incompatible con la divinidad de Dios que Dios no tuviera dominio sobre él, y eso se realiza en la obra de Jesús, el Hijo de Dios.

El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,14). El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús (cf. Jn 7,39), revela en plenitud el misterio de la Santa Trinidad.

La fe apostólica relativa al Espíritu fue confesada por el segundo concilio ecuménico en el año 381 en Constantinopla: "Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre" (DS 150). La Iglesia reconoce así al Padre como "la fuente y el origen de toda la divinidad" (Cc. de Toledo VI, año 638: DS 490). Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del Hijo: "El Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma sustancia y también de la misma naturaleza: Por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez el espíritu del Padre y del Hijo" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 527). El Credo del concilio de Constantinopla (año 381) confiesa: "Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria" (DS 150).

CIC 244-245

El Espíritu Santo es el lazo de amor entre el Padre y el Hijo que hace valer y mantiene la diferencia entre el Padre y el Hijo y los pone en mutua relación recíproca. Tiene un doble carácter, es tanto la esencia del amor como su fruto objetivo. Este ser propio del Espíritu Santo explica algunas dificultades normales para comprender su valor. Puesto que en el Espíritu encuentra su plenitud la comunión divina, espíritu es también nombre de Dios sin más. El Espíritu puede quedar detrás del nosotros del Padre y del Hijo (Jn 17,21ss) porque es el garante de ese nosotros. Finalmente el Espíritu puede parecer en ocasiones una realidad impersonal porque es tangible en lo que obra, ya que su efecto específico es personalizar y abarcar la unidad y la diferencia del Hijo y del Padre, está caracterizado por ser vida (cf. CIC 243-248).

En la historia de la salvación el Espíritu es quien impulsa a Jesús al mismo tiempo que recibe de él (Jn 16,14) y guía siempre más allá, hacia una comunión cada vez más amplia, reflejo y sacramento de la comunión primordial que es Dios. Lo mismo que Jesús no se glorifica a sí mismo, sino al Padre, el Espíritu no se glorifica a sí mismo, sino al Hijo y, con él, al Padre. Dando testimonio de Jesús se muestra como Espíritu de la verdad distinto del Padre y del Hijo, al mismo tiempo que íntimamente unido a ellos.

En esta comunión cada una de las personas divinas realiza de manera propia la vida divina. La Trinidad es un nudo de relaciones en la que cada una de las personas es ininteligible sin las otras. El Padre no sólo engendra al Hijo, sino que le entrega su Reino para recibirlo de nuevo de él. El Hijo no sólo es engendrado, sino que es obediente al Padre glorificándolo como único Dios. El Espíritu no sólo es espirado, sino que llena al Hijo y lo glorifica en su obediencia al Padre. El Padre está orientado, como puro don, totalmente hacia el Hijo y hacia el Espíritu y está constituido en este ser-relación. El Hijo recibe la vida divina como don, es totalmente relación desde el Padre y, como quien está frente a él, su otro (Esto sólo es posible porque el Padre y el Hijo están unidos por el Espíritu). El Espíritu Santo se recibe como amor entre el Padre y el Hijo, es don común y garantía de relación. Está constituido por la relación de ambos hacia él y de él hacia ambos.

Lo propiamente esencial de Dios siempre está mediado por lo propio de las personas. Dios es omnipotente porque existe el Padre en quien se funda todo don. Dios es verdad y amor redentor porque existe el Hijo a quien el Padre se regala y en quien nos da acceso a su vida íntima. Dios es amor y lleva a plenitud porque existe el Espíritu Santo, que resume el ritmo del amor y lo lleva a plenitud. Debemos afirmar que hay una relación particular de la criatura con cada persona, sin que por ello se distribuya entre las diferentes personas las propiedades y el obrar del Dios uno, sino que es siempre el Dios uno el que existe y obra en forma personal. El Dios uno es conocido como Padre por el Hijo en el Espíritu Santo, conocer a Dios es entrar en su eterna vida de amor.

  1. Explica qué relación existe entre Trinidad inmanente y Trinidad económica y por qué esa relación es importante para el conocimiento de la realidad de Dios

  2. Haz un comentario personal de algunos de los textos de la Escritura o del Catecismo de la Iglesia Católica que se proponen en el tema

  3. Resume brevemente el significado de los términos “persona” y “comunión” y su importancia en la teología trinitaria.

  4. Busca en el Catecismo de la Iglesia Católica textos donde se ponga de manifiesto el ser propio de cada una de las divinas personas descrito en el tema