Domingo XV del Tiempo Ordinario, Ciclo C
“Yo quiero acercarme  a ti, Señor, y saciarme de gozo en tu presencia”

Autor: Padre José Rodrigo Cepeda

 

 

“Yo quiero acercarme a ti, Señor, y saciarme de gozo en tu presencia”


1ª Lectura: Deuteronomio 30, 10-14

Salmo: 68

2ª Lectura: San Pablo a los colosenses 1, 15-20

Evangelio: Según San Lucas 10, 25-37



“Maestro ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”


La Buena Nueva que hoy nos da Jesús, está contenida en las respuestas a dos preguntas de un letrado. Aunque le interroga para ponerlo a prueba. Jesús le contesta amablemente y nos da una lección soberana de caridad.



¿Qué hacer para ganar la vida eterna?


No es una pregunta corriente en nuestra gente. Hoy se piensa que eso de entrar en el cielo esta tirado, es decir, es un camino fácil, y es que tanto hemos insistido en la misericordia divina, que se nos ha ido olvidando la parte que nos corresponde en nuestra propia salvación, “Dios que te creo sin ti, no te salvara sin ti” Nos dirá San Agustín. Y aun mas las palabra del mismo Jesús que nos iluminan el camino “¡Que estrecha es la entrada y qué angosto el camino que lleva a la vida¡” (Mateo 7. 13)

En el fondo del corazón del hombre, sea cual fuere su condición e incluso su ideología, siempre esta la pregunta: ¿Qué sigue después de esta vida? Y si hay cielo ¿Cómo entrar en el”

Jesús responde al letrado invitándole a recordar lo que dice la Escritura: “Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo” Y Jesús aplaude la respuesta del letrado: “Bien dicho”

Desde ese momento sabemos que para Jesús el camino al cielo consiste en amar. A Dios con toda la intensidad de nuestra vida y al prójimo con el mismo cariño, con que nos amamos a nosotros.

Como a nosotros mismos. Es una medida exigente. No imposible, si contamos con Dios la vida. No se pueden separar los dos amores. Dirá San Juan: “Es mentiros quien dice que ama a Dios al que no ve, cuando odia a su hermano al que si ve”



La Cruz. Verdadero signo del amor


Los maderos que forman la Cruz es la mayor enseñanza del amor supremo. Un mástil que grita al cielo, amando de tal manera al Padre, que se le es obediente en todo, desde la muerte en cruz, y los brazos extendidos como abrazo amorosos a todos los hombres. Este es el sentido de que los católicos veamos en la cruz la suprema muestra del amor y la vivencia radical al mandato del Padre. Los dos maderos de la cruz. Mirar al cielo para llenarnos del amor del Padre y mirar a los hermanos para darles la vida. No se pueden separar los dos amores. Ya sabemos sin embargo que muchos aun se escandalizan de la cruz y les asusta. Por que le ven solo como instrumento de tortura y de muerte, pero nunca como la mayor enseñanza de Jesús a la humanidad. Amar tan profundamente al Padre que hacer su voluntad y dar la vida por sus hermanos. Los judíos llevaban en sus cabezas y en sus brazos atadas unas cajitas que contenían este primer mandamiento de la ley, lo que les recordaba esta obligación. Los católicos llevamos en nuestros pechos la Cruz para recordarnos de que manera se ama y cuanto le ha costado al Padre el amor a sus criaturas que no duda en entregarnos en redención a su propio Hijo. Y todo por amor.



“¿Quién es mi prójimo?”


Todo podía haber terminado con esa respuesta. Pero el judío quiso saber de labios de Jesús, quien era ese prójimo al que tenia que amar. ¿Solo el prójimo, el cercano, otro judío? ¿Seguía en vigor aquello de “Amaras a tu prójimo y odiaras a tu enemigo?” (Mateo 5. 43)

También podía haberle preguntado: ¿Quién es Dios? y Jesús le hubiera dado una estupenda lección sobre el Padre.

Pero el Judío quería oír hablar del amor al prójimo y Jesús le contesta con la parábola del buen samaritano. Y deja claras tres cosas:


- Todo hombre es un hermano

- Por muy religioso que sea, si no amo no estoy en la doctrina de Jesús

- Con el prójimo, “Obras son amores…”



Leyendo la Parábola



“Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó…” Robado y maltratado lo dejaron tirado en el camino.

Podría parecernos una nota más de las que llenan este diario, pasa todos los días. Pero volvamos a la Parábola. Es un hombre sin apellido. El que me sale al paso. A quien me encuentro en la vida. “Con nadie tengáis otra deuda que la del amor” (Romanos 13. 8)

Con los hombres nuestros hermanos siempre estamos en deuda, porque solo a ellos les podemos pagar el amor gratuito que Dios nos da.

“Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino…Dio un rodeo y paso de largo… y lo mismo hizo un levita…” (Algo así como un seminarista)

Dos hombres “Religiosos” pasaron de largo sin atenderle. Venían de Jerusalén. Tal vez del servicio al Templo. Frente a un hermano necesitado no cabe el rodeo. Hay que ir de frente y ayudarlo.

“Pero un samaritano… al verlo le dio lastima… le vendo sus heridas… lo cuido…”

Hizo con el herido todo lo que podía hacer. El samaritano era para un judío un proscrito, por cuestiones religiosas. Sin embargo a partir de esta parábola se ha convertido en una figura ejemplar. Llamarle a uno buen samaritano, es el mejor elogio.



“Anda, haz tu lo mismo”


Es el consejo de Jesús. Vete por la vida con los ojos bien abiertos y el corazón en la mano. Nunca des un rodeo, desentendiéndote de tus hermanos. Hazles todo el bien que puedas. No olvides que “en la caída de la tarde seremos examinados en el amor”



La Última Palabra


Es para recordarnos que el fruto primero del amor es la alegría vivida con libertad, y de allí nos viene un sin numero de virtudes que se hacen vida desde la tolerancia, hoy vivimos en un mundo dividido por ideologías. Nuestra fe no es una de ellas. Por que es más que una ideología. Es una verdadera forma de entender la vida desde el amor supremo que desde la cruz Jesús nos enseño. Y ya lo saben la cruz sigue siendo escándalo y locura, para los no entendidos en el amor.

Que Santa María, la Madre del Amor Hermoso, nos consiga de su Hijo un corazón grande de samaritano.

Con mis pobres oraciones, necesitado de las vuestras.