L A H U M I L D A D,

VIRTUD ACTUAL NECESARIA

Resumen del tratado de la Humildad del P. Alonso Rodríguez

BREVE INTRODUCCIÓN

En la década de los cincuenta fui seminarista del de Pamplona. En aquellos tiempos era un libro de lectura espiritual obligado: "Ejercicio de perfección y virtudes cristianas" del Padre Alonso Rodríguez de la Compañía de Jesús. Los estudiantes le denominábamos con cariño "El Padre Machaca". Después de cincuenta años estoy del todo convencido que este autor es una joya literaria y sobre todo un tesoro para la vida espiritual. Con gran cariño he ido elaborando un resumen amplio del tratado de la Humildad de este autor, incluyendo en él alguna pequeña adherencia de mi cosecha, y dándole un estilo más actual que el original. Ojalá produzca fruto. José María Lorenzo Amelibia.

I

VIRTUD ACTUAL

No es la humildad una virtud pasada de moda. Mantiene su encanto a través de los siglos. Jesús, el "manso y humilde de corazón" sigue atrayendo a las almas hacia esta virtud de personas grandes. Parece una paradoja, pero en realidad el hombre grande vive mejor la humildad.

Tal vez pienses que no es difícil la humildad. Quizás, mirando a Dios tu Creador, viéndote que todo lo has recibido de El, pienses: ¿Quién puede ser soberbio teniendo fe? Cuando acabes la lectura reposada de este tratado, cierra el libro. Tal vez no juzgues tan fácil esta virtud heroica, pero seguro: te la tomarás más en serio. Te darás cuenta: merece la pena profundizar en esta virtud, base de todas las demás.

 

GRAN VIRTUD

¿Quién más grande que Jesucristo? Quieren ensalzarlo como Rey y El rehusa. Cuando le afrentan y vituperan, calla y acepta. No permite alabanza, la corta. Incluso a los endemoniados les hace callar cuando pretenden ensalzarle.

"Ejemplo os he dado, para que como he obrado yo, así obréis vosotros." Fue su testamento de humildad.

Dios se anonadó al hacerse hombre. ¿Qué mejor ejemplo vivo de humildad? ¿Con qué fin, Señor, tan gran Majestad humillada? "Para que ya, de aquí adelante, no haya hombre que se atreva a ensobebercer y engrandecer sobre la tierra." (Salmo 10, 18)

El Hijo de Dios, igual al Padre, toma forma de siervo, y quiere ser humillado y deshonrado; y yo, polvo y ceniza, quiero ser tenido en mucho y estimado.

FELICES LOS HUMILDES

"Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos". (Mt. 5,3) San Agustín y Jerónimo entienden por los pobres de espíritu los humildes. Así comienza Jesús su predicación, ponderando la humildad. Y sigue enseñándola durante toda su vida, y quiere que la aprendamos de El. No dijo, afirma Agustín, aprended de mí a fabricar los cielos y la tierra, aprended de mí a hacer maravillas y milagros, a sanar enfermos, echar demonios y resucitar muertos, sino aprended de mí a ser mansos y humildes de corazón. Por aquí comienza Jesús su predicación. Mejor es el humilde que sirve a Dios que quien hace milagros. Este es el camino llano y seguro, otras vías se encuentran llenas de tropiezos y peligros.

Es preciso que todas las obras vayan bien acompañadas de la humildad, guarnecidas por esta virtud, al principio, en medio y al fin; porque si tantico nos descuidamos y dejamos entrar la complacencia vana, todo se lo llevará el viento de la soberbia. Así nos lo afirma San Agustín. Viene de repente el viento de la vanidad y da con nosotros contra la roca. Esto ocurre cuando deseamos que reconozcan nuestros méritos, que la gente se fije en nosotros.

Insisten San Bernardo y San Gregorio: Quien pretende alcanzar virtudes sin humildad, es como quien lleva polvo o cenizas contra el viento... todo se derrama; todo se lo lleva el viento.

II

HUMILDAD FUNDAMENTO DE TODAS LAS VIRTUDES

Si recorremos la patrología aparecerán por todas las partes textos de los santos padres encomiadores de la humildad. Le dan el rango de fundamento de todas las virtudes.

Fundamento de la santidad === San Cipriano.

La primera virtud de los cristianos === San Jerónimo. Fundamento y guarda de las virtudes === San Bernardo.

Raíz y origen de todas las virtudes === San Gregorio.

Así como la flor se sustenta en la raíz y cortada se seca, cualquier virtud si no persevera en la raíz de la humildad, se seca y pierde luego. "Echará raíces hacia abajo y dará frutos hacia arriba." (2 Reg. 19,30).

Cuando más humilde seas, más crecerás en virtud: en todas ellas. Santo Tomás de Aquino afirma: dos cosas se requieren para fundar bien una casa: primero echar fuera todo lo movedizo hasta llegar al firme y después ahondar en los cimientos. Poco a poco más tarde se va construyendo la casa. Algo parecido ocurre con la humildad, sí, abre las zanjas, su oficio es ahondar el cimiento y echar fuera todo el terreno movedizo. No hemos de fundar sobre nuestras fuerzas, que todo eso es arena.

No son virtudes verdaderas, sino aparentes y falsas las que no se fundan en la humildad.

Si de verdad quieres levantar muy alto el edificio de las virtudes, profundiza bien en la humildad. ¡Cuántas veces has olvidado esta verdad fundamental!

CONCRETANDO HUMILDAD - VIRTUDES

La fe pide un entendimiento humilde y rendido, "cautivando nuestro entendimiento en servicio de Cristo" (2 Cor. 10,5). Has de tener en cuenta: el entendimiento soberbio es impedimento para recibir la fe: "¿Cómo podéis vosotros creer en mí, pues buscáis ser honrados unos de otros, y no buscáis la honra que de sólo Dios viene? (Jn. 5,44)

También es necesaria la humildad para conservar la fe. La soberbia es el principio de todas las herejías y aleja de la comunión intraeclesial. Estima uno su inteligencia, juicio y parecer por encima del parecer de los Santos y de la Iglesia.

La esperanza con la humildad se sustenta; porque el humilde siente su necesidad, y entiende que no pude de sí cosa alguna, y así con gran afecto se vale de Dios y pone toda su esperanza en El.

La caridad y amor de Dios, con la humildad se aviva y enciende; porque el humilde conoce que todo lo que tiene le viene de la mano de Dios y que él está muy lejos de merecerlo. "¿Quién es el hombre, Señor, para que os acordéis de él, y pongáis vuestro corazón en él, y le hagáis tantos favores y mercedes?" (Job 7,17) ¿Yo porfiar a ofenderos cada día y Vos a hacerme mercedes cada hora? Los santos, cuanto más consideraban su indignidad y miseria, más obligados se hallaban a amar a Dios, que puso los ojos en tan gran bajeza. "Glorifica mi alma al Señor, porque puso los ojos en la bajeza de su sierva." (Lc. 46-48).

Para el amor al prójimo, ¡qué necesaria es la humildad! Porque una de las cosas que suele disminuir el amor de nuestros hermanos es juzgar sus faltas y tenerlos por imperfectos y defectuosos. El humilde tiene sus ojos puestos en las propias faltas y está acostumbrado a mirar en otros las virtudes. Todos en algo le superan a él. Si eres soberbio pensarás al revés: tú en algo superas a todos.

De la humildad nace también la paciencia. El humilde sabe callar, no quejarse: sufriré de buena gana el castigo que Dios me envía, porque he pecado contra El." (Miq. 7,9).

El soberbio, por el contrario, de todo se queja y le parece que le injurian y marginan, aunque no sea así. No le tratan como merece.

De la humildad brota también la paz. "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas.." (Mt. 11,29). Procura ser humilde y tendrás gran paz contigo y también con tus hermanos. Que entre los soberbios siempre hay roces y disgustos.

Practica con gran ilusión la costumbre de los antiguos cristianos: dar ventaja al otro, dar al hermano lo preferido. Así crece el amor y la paz.

La pobreza tiene también conexión y parentesco con la humildad. No olvides que en la pobreza de espíritu puso Jesús la primera bienaventuranza. Por otra parte, también es necesaria la humildad para estar feliz con lo que te dan, poco o mucho; y con lo peor, pues debemos amar la pobreza.

Para la castidad no digamos nada de la importancia de la humildad. El fiarse de sí mismo es fuente de toda clase de caídas. Una vez en el fondo del abismo, justifica y excusa el soberbio su pecado.

Obediencia y humildad, hermanas. Es evidente.

¿Deseas ser hombre de oración? La oración con humildad penetra los cielos, y no descansará hasta que llegue al trono del Altísimo. (Eccli. 35,21). Recuerda la parábola del Fariseo y el Publicano (Lc. 18, 13), y repite mil y mil veces, como el Publicano, como el Peregrino Ruso, "Señor, ten misericordia de mí, porque soy un pobre pecador".

III

LOS DEDICADOS AL APOSTOLADO TENEMOS MAYOR NECESIDAD

Cuantos nos dedicamos al oficio santo de extender el Reino de Dios, necesitamos en manera mayor esta virtud de la humildad porque Jesús "nos dio el ministerio de la reconciliación" (2 Cor. 5,18); "somos, pues, embajadores de Cristo."

A través de nosotros Dios habla a las almas; por nuestras lenguas de carne quiere el Señor mover los corazones de los hombres.

Por esta causa tenemos mayor necesidad que otros de la virtud de la humildad.

Los montes más altos son combatidos por vientos más fuertes, nos recuerda San Jerónimo. Nuestro trato es todo santidad y ayudar a ser buenos cristianos a todos. En ocasiones, al constatar los frutos, puede tentarnos la vanidad. Hemos de estar alerta..

¡Cuántos que parecía que como águilas iban levantados en el ejercicio de las virtudes, por soberbia quedaron hechos murciélagos!

DOS FORMAS DE SOBERBIA

San Buenaventura afirma que hay dos maneras de soberbia: una, de las cosas temporales, la soberbia carnal. Otra de las espirituales. Esta es la mayor soberbia y mayor pecado que la primera. Porque el soberbio es ladrón y comete hurto, se alza con lo ajeno contra la voluntad de su dueño. Aquí la honra y propiedad es del mismo Dios.

El soberbio roba a Dios todo lo suyo.

Cuando uno toma soberbia por la buena disposición de su cuerpo, por su inteligencia, fuerza de voluntad, es ladrón; pero si se enorgullece de los dones espirituales de gracia u santidad o del fruto que hace en las almas, ése es mayor ladrón: de la honra y gloria de Dios. Hurta las joyas más ricas: las de mayor precio.

Señor, si algo me das guárdalo Tú, que yo no me atrevo, porque soy un gran ladrón, que me alzo con vuestra hacienda. Debes andar con santo temor. No eres tan humilde como debes ser. No caigas en soberbia tan peligrosa.

 

DESCONFIAR DE SI; CONFIAR EN DIOS

Desde ahora has de saber desconfiar de ti mismo, de tu fuerza, de tus métodos, incluso de la propia prudencia y de los grandes organigramas pastorales. Aplicarlos, sí. Pero confiar en el dador de todo bien.

Decirle a Dios: Señor, haced vuestro "negocio"; la conversión de las almas negocio tuyo es. ¡Qué parte tengo tan pequeña en esto! Pero cuando confiamos en nuestros medios y nuestras fuerzas y razones, atribuyéndolo a nosotros mismos, todo se lo quitamos a Dios. San Ignacio de Loyola hablaba en Roma con palabras de extranjero y sin ningún alarde literario. Hacía tan gran fruto en las almas con aquellas palabras sencillas que, en acabando su plática, venían los oyentes, heridos los corazones de dolor, gimiendo y sollozando a los pies del santo. Apenas podían hablar de lágrimas y dolor.

¿Por qué ahora no producimos tanto fruto a pesar de la gran preparación técnica? Confiamos demasiado en nuestros medios, letras o razones, en el modo de decirlo muy pulido y elegante. Nos complacemos mucho en nosotros mismos.

Pues yo haré - dice el Señor- que cuando a vosotros os parece haberlo hecho mejor, y quedáis muy contentos y ufanos, entonces hagáis menos.

Atención: no queremos fomentar la pereza.

Todo, sí, debe estar bien preparado. Pero no basta eso. Es necesario que vaya también muy bien llorado y muy encomendado a Dios. "Siervos inútiles somos. Lo que estábamos obligados a hacer, hicimos." (Lc. 17,10).

DIOS CAUSA DEL BIEN EN LAS ALMAS

¿"Por ventura ha de gloriarse el hacha o la sierra, contra el que obra con ella diciendo: Yo soy el que ha cortado, yo quien ha aserrado el madero?" (Is. 10,15). Estima Dios tanto que no nos atribuyamos nada a nosotros mismos, que Jesús para la predicación del Evangelio eligió a doce hombres rudos, "para confundir a los sabios del mundo". ¿Sabes por qué? San Pablo nos lo recuerda: "Para que no se gloríe el hombre delante de Dios, sino el que se gloría, gloríese en el Señor". Que "no quiso Dios que fuese con sabiduría y elocuencia de palabras, para que no se menoscabase la estima de la virtud y eficacia de la cruz y pasión de Cristo." (1 Cor. 1,17)

La Sagrada Escritura está llena de ejemplos de cómo Dios escogía medios sencillos y pobres para realizar grandes proezas: Judith contra un ejército de más de ciento cuarenta mil hombres; David contra el gigante Goliat; Gedeón y otros muchos.

"Ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que da el incremento." (1, Cor. 3, 7). Dios sólo puede hacer que los hombres aborrezcan los pecados y dejen de hacer el mal.

¿Consecuencia? Desconfiemos de nosotros y pongamos nuestra

confianza en Dios. Vamos a confesarnos lo que somos, inútiles. Y por nada del mundo nos vamos a atribuir cosa alguna. Por otra parte, jamás desanimarnos viendo nuestra poquedad y miseria. Dios está con nosotros. Como lo estuvo con Moisés. El no podía acabar de creer cómo sería capaz de realizar aquella obra tan grande: sacar a los Israelitas del poder del Faraón. Dios le dijo: "yo seré contigo y te enseñaré lo que has de hablar". Y Moisés triunfó.

Recordamos lo de Isaías. Se sentía impotente. "¡Ah, ah, ah, ¿No veis, Señor, que no acierto a hablar, que soy niño?!" Y triunfó.

Dios gusta de escoger gente humilde, que no se atribuya nada a sí; por medio de ellos quiere hacer cosas grandes.

 

IV

SENTIR BAJAMENTE DE SI MISMO, PRIMER GRADO DE HUMILDAD

NO CONSISTE EN HABLAR MAL DE SI MISMO.

En opinión de San Lorenzo Justiniano, ninguno conoce bien qué es humildad, sino el que ha recibido de Dios ser humilde. Es cosa difícil de conocer. El hombre se engaña con facilidad, pero más en lo concerniente a la virtud que nos ocupa. Tal vez pienses: para ser humilde basta con decir a los demás: "soy un miserable". No. Pude esconderse dentro de esa afirmación el deseo de aparecer como sencillo, y en esto existe la vanagloria. Tampoco tomar posturas raras de mendigo o ignorante, ni palabras fingidas. Puede caber en todo lo hipocresía.

ASI HABLA SAN BERNARDO

La humildad es una virtud, con la cual, el hombre, considerando y viendo sus defectos y miserias, se tiene en poco a sí mismo. No está la humildad en palabras ni en cosas exteriores, sino en lo íntimo del corazón, en sentir bajísimamente de sí mismo, en tenerse en poco, y en desear ser tenido de los otros en baja reputación, que nazca de un profundo conocimiento propio.

V

EL PROPIO CONOCIMIENTO

Estas tres cosas ten siempre delante de los ojos: qué fuiste, qué eres, qué serás. Antes de la generación, nada fuiste. Dentro de pocos años, tu cuerpo será corrupción" "muladar cubierto de nieve". "Si alguno piensa que es algo, se engaña, que nada es." (Gal. 6,3) Y ahora, ¿qué eres? "¿Qué tienes que no hayas recibido?

El mejor medio para llegar a ser humilde es el propio conocimiento. Por eso muchos ponen el primer grado de humildad en el propio conocimiento. Ante todo saber cómo eres. Después, sentirás bajamente de ti mismo.

Si te quieres tener en más de lo que eres, serás soberbio. Es claro. Profundizar en el propio yo. Recordar la sabia frase de San Agustín: "Señor, conózcate a ti, conózcame a mí".

La humildad, sí, es la verdad. ¿Hay mayor verdad que las propias limitaciones? Si quieres andar en verdad y en humildad, debes conocerte y tenerte en lo que eres.

PARA CONOCERSE, MIRAR LOS PECADOS PROPIOS

Es preciso ahondar en la propia conciencia. Ver los propios pecados. No hay nada tan bajo ni tan apartado a los ojos de Dos como

el hombre que está en pecado mortal: desheredado del cielo, enemigo de Dios, sentenciado al infierno si no se arrepiente.

Piensa un poco. ¿Has sido alguna vez traidor a Dios, apartándote de El por el pecado? Ahora, vuelto ya a sus brazos, ¿qué desprecios no abrazarás por amor a Dios? Quien merecía estar en el infierno para siempre, ¿no será capaz, aunque sea por la más elemental ley de compensación, de recibir con gozo cualquier clase de humillaciones?

No son ideas pasadas de moda. Es una realidad. Es preciso ahora

profundizar en la fe. Ponerse delante de Dios en la propia e íntima indigencia nada afortunada. No me has castigado, Señor, como merecía. Llevaré con gran paz los castigos de humillación que la vida me depare.

San Gregorio afirma: Dios nos escondió la realidad maravillosa de la gracia para tener más asegurada la humildad. Aunque resulte para nosotros preocupante el no llegar a saber de cierto si estamos en amistad de Dios o no, en realidad fue gran misericordia de nuestro Padre, porque resulta una salvaguarda de la humildad. Así a nadie corremos peligro de despreciar, ni vivimos descuidados en los propios laureles. Sirve de espuelas para obrar bien o andar siempre con el temor de Dios santo y con profunda humildad. Compunción de corazón. Pedir perdón a Dios.

Examina tus íntimas decisiones: ¿son siempre limpias? Ves enseguida la carga humana, no limpia del todo. Cuanto más profundices en el interior, descubrirás mayor cantidad de amor propio, egoísmo...

"Caímos todos como hoja de árbol, y nuestras maldades nos arrebataron como vientos impetuosos." (Is. 64,6). Como las hojas de los árboles son combatidas y caen con el viento de otoño, así nosotros somos derribados con la tentación; no tenemos estabilidad ni firmeza en la virtud ni en los buenos propósitos.

PERO NO NOS VAMOS A DESANIMAR

Ahondar de tal manera en el conocimiento propio, pero sin llegar a desanimarse. Seguir adelante confiando del todo en Dios. Como dice San Pablo: que la tristeza por haber pecado no ha de ser tanta que cause decaimiento y desesperación: "Porque no quede ese tal consumido con la demasiada tristeza", (2 Cor. 2,7) sino ha de ser una tristeza mezclada y templada con la esperanza.

Poner los ojos en Dios y confiar en El; y de esa manera , no sólo no quedaremos desmayados, sino antes más animados y esforzados.

Tampoco siempre estaremos con esta última idea. Volver de vez en cuando a pensar en nuestros pecados e infidelidades a Dios.

SUBIR Y BAJAR: FLUJO Y REFLUJO

Flujo y reflujo: pasar de la confianza y a la compunción.

Ahondar en la compunción y volver a la esperanza.

Todos conocemos a personas muy espirituales, destacadas en el campo del apostolado. Parecía que se levantaban hasta el Cielo incluso en la oración. Y han llegado despeñarse. Algunos hasta perdieron la fe. Se aseguraron demasiado con los favores recibidos de Dios y no profundizaron en su miseria. La soberbia les ha hecho traición. Ya nos lo recordaba San Basilio: La causa de la caída del Rey David en el adulterio y homicidio fue el haber presumido de los dones recibidos de Dios. ¿Y San Pedro? ¿Por qué llegó a negar a su Maestro? También confió vanamente en sí mismo.

Nunca apartar los ojos de nosotros mismos, ni tenernos por seguros en esta vida; sino mirarnos lo que somos, andar siempre con gran temor de nosotros mismos.

Subir y bajar, como los ángeles por la escala santa. Subir al conocimiento de la bondad de Dios. No parar aquí. Bajar al conocimiento propio. Desconfiar de sí mismo. Tornar luego otra vez a Dios, Padre de las misericordias.

CONOCERSE A SI MISMO ES MUY BENEFICIOSO

Los santos dicen que el humilde conocimiento de sí mismo es el camino mejor para llegar al conocimiento de Dios.

San Bernardo habla de la más alta ciencia, la de mayor provecho, el conocimiento propio.

Cuanto más ahonde uno en su bajeza, más conocerá y echará de ver la grandeza de Dios. Grande es el Señor: conoce nuestras infidelidades y sigue enviándonos su gracia y amor. Muchos no llegan a sufrirse a sí mismos; pero Dios, en su bondad, nos espera. Y dice: "mis delicias son estar con los hijos de los hombres." (Prov. 8,31)

Señor, ¿qué has encontrado en los hijos de los hombres, para que digas que tu deleite es estar y conversar con nosotros?

Cuanto más ascendamos en el conocimiento de Dios, mejor llegaremos a conocernos a nosotros mismos.

Bella la imagen de San Buenaventura: Cuando los rayos del sol entran en un aposento, aparecen luego a los átomos. Algo semejante ocurre en el alma: ilustrada con el conocimiento de Dios, con los rayos de aquel verdadero Sol de Justicia, luego ve en sí aun las cosas mínimas, y así viene a tener por malo y defectuoso lo que, el que no tiene tanta luz, mira como bueno.

Vamos a decir como Job: "¿Por qué me has puesto contrario a ti, y a mí mismo soy pesado?" (Job 7,20)

INSISTIR EN EL ANIMO Y FORTALEZA

Cuando uno se conoce a sí mismo, llena a desconfiar en sus fuerzas, pero acto seguido pone toda su confianza en Dios. En El se encuentra fuerte y poderoso. Su lema podrá ser: Cristo y yo mayoría aplastante.

Todo lo atribuye a Dios. Nada a sí mismo. Dios toma la mano y hace suyo el negocio. Y en un alma humilde de verdad el Señor obra maravillas. No sólo en su interior, sino su obra de apostólica. Así resplandece del todo la gloria de Dios.

"La virtud de Dios se muestra más perfecta y fuerte, cuando es mayor la enfermedad y flaqueza... Te basta mi gracia." (2 Cor. 12, 9).

En lo humano sucede algo parecido: un médico adquiere más fama cuanto más difícil de curación sea la enfermedad atacada.

Nos veremos animados a exclamar con San Pablo: "Cuando estoy enfermo, entonces soy más poderoso". (2 Cor. 12,10). "Si se levantaren contra mí ejércitos, no temerá mi corazón." (Salmo 22,4). "Aunque ande en medio de las sombras de muerte y aunque llegue hasta las puertas del infierno, no temerá mi corazón, porque vos, Señor, estáis conmigo". (Salmo 17,30)

 

NUESTRA LOGICA HUMANA APRECIA LA HUMILDAD

Lo comprobamos a diario: cuando una persona desea conseguir algo de una persona con funciones de poder, no se acerca con ademanes soberbios, ni con exigencias. Todo lo contrario.

En lo humano predispone el orgullo en contra de quien algo pretende. ¿Cómo nos vamos a acercar a Dios con el corazón soberbio?

EJERCITARNOS EN EL PROPIO CONOCIMIENTO

Los buenos y los escogidos, a pesar de estar llenos de virtudes

y buenas obras, siempre ponen los ojos en lo malo que tienen, y están mirando sus faltas e imperfecciones.

Si el demonio te trae a la memoria los bienes que has hecho,

para que te estimes y ensoberbezcas, atiende el consejo de San Gregorio: Pon delante de tu imaginación tus males y pecados, como lo hacía nada menos que San Pablo, para que no se desvanecieran sus grandes virtudes. Decía: "¡Ay! que he sido blasfemo y perseguidor de los siervos de Dios y del nombre de Cristo! ¡Ay, que no soy digno de ser llamado Apóstol, porque he perseguido la Iglesia de Dios!

De San Francisco de Borja se dice que aún siendo Duque de Gandía, un santo le dio este consejo: "si quieres aprovechar mucho en el servicio de Dios, no pases un día sin pensar en el desprecio propio." Tomó el consejo muy en serio. Empleaba dos horas diarias en el conocimiento y de sí mismo. Solía menospreciar su orgullo. Todo le servía para su propia confusión. Además, al levantarse, lo primero que hacía era: arrodillarse y besar tres veces el suelo para acordarse de que era polvo y tierra.

Merece la pena imitar ejemplos bellos de hombres humildes.

RECORDAR LA PARABOLA DE LA HIGUERA INFRUCTUOSA

Quería arrancarla su dueño porque hacía tres años que no llevaba fruto. El hortelano le dice: "Señor, dejadla este año siquiera, y yo la cavaré y echaré estiércol alrededor de ella; y si con esto no diere fruto, entonces la arrancarás." Sí: cava tú esa higuera seca y estéril de tus pecados, y procura producir en adelante.

Y no es este ejercicio de sólo principiantes, sino también de santos y muy aprovechados.

¿Será triste vivir siempre en esta compunción? Todo lo contrario. Da gran paz, alegría y gozo. Recuerda lo de la escala: No te quedes en el dolor de tus pecados y soberbia, confía en Dios. Pon en El tu esperanza.

Si te miras a ti mismo, verás motivos de tristeza y casi de desesperación, pero si levantas los ojos al Padre, tu alma se llenará de fuerza, amor y esperanza.

"No confiados en nosotros, ni en nuestros merecimientos y buenas obras, nos atrevemos a levantar los ojos a Ti, y suplicarte; sino confiados, Señor, en tu gran misericordia." (Daniel 9,18).

 

 

VI

EL SEGUNDO GRADO DE HUMILDAD ¿EN QUE CONSISTE?

Desear uno ser tenido de los otros en poco; desear que no te conozcan ni estimen y que nadie haga caso de ti.

Es consecuencia de estar bien fundamentado en el primer grado de humildad. Si te consideras en poco, no se te haría muy dificultoso dar este paso segundo. Pura lógica:

Todos nos alegramos - afirma San Buenaventura- de que los demás estén de acuerdo con nuestro parecer y sientan lo mismo que nosotros sentimos. ¿Por qué, pues, no alegrarnos de que los demás nos tengan en poco? ¿Por qué? Resulta claro: nosotros no nos tenemos en poco. Todavía no hemos profundizado en el conocimiento propio.

Muchos hablan mal de sí mismos, dicen que son un pobre pecador, pero a la hora de la verdad... No lo sienten. Job sí lo sentía: "Pequé y verdaderamente he ofendido a Dios, y no me ha castigado tanto como yo merecía." (Job 33,27).

SOMOS A VECES UN TANTO RETORCIDOS

San Gregorio nos dice: Muchas veces eso es lo que pretendemos con nuestras hipocresías y humildades fingidas, y lo que parece humildad es soberbia grande. Porque con frecuencia nos humillamos por ser alabados de los hombres y por ser tenidos por buenos y humildes. Si no, pregunto yo: ¿Para qué dices de ti lo que no quieres que crean los otros?

Ya lo expresaba el libro del Eclesiástico: "Hay algunos que se humillan fingidamente, y allá en lo interior, su corazón está lleno de soberbia y engaño." (Eccli. 19,23).

¿Puede existir mayor contrasentido que desear aparecer mejor

precisamente exponiendo nuestros fallos y lagunas? Del mal que expresas quieres aparecer como bueno. ¡Retorcido! En el fondo, llevar el agua a nuestro molino sea por los cauces normales o por recovecos.

Otras veces, cuando no podemos encubrir nuestras faltas, las exponemos llanamente, para que, ya que perdimos la honra con la falta, la recobremos con la confesión humilde. San Bernardo nos lo recuerda: Exageramos nuestras faltas y decimos aún más de lo real, para que viendo los otros que no es posible ni creíble ser tanto, piensen que no debió haber nada, y lo echen todo a humildad nuestra.

PROFUNDIZAR EN EL PRIMER GRADO DE HUMILDAD

Todo esto nos viene por no estar bien fundados en el primer grado de humildad, y así estamos tan lejos del segundo. Es preciso conocer nuestra miseria y nuestra nada, y del profundo conocimiento propio ha de nacer en nosotros un sentir muy bajamente de nosotros mismos..

No basta, amigo, que te tengas en poco, y hables mal de ti, aunque lo digas de verdad y corazón. Has de procurar alegrarte. Y eso es muy difícil. Para ello, antes debes profundizar en el propio conocimiento.

 

ALGUNOS PELDAÑOS PARA LLEGAR AL SEGUNDO GRADO DE HUMILDAD

HUIR DE LA ALABANZA: PRIMER PELDAÑO

Ante todo, no desees ser alabado ni honrado por nada. Huir de toda alabanza y homenaje. Los muy principiantes necesitan para su educación positiva que otros reconozcan y ponderen sus méritos. El maduro en la fe debe rehuir la alabanza y buscar en sólo Dios el consuelo.

Jesús huyó cuando querían hacerle rey. (Jn. 6,15). Cuando manifestó su gloria y poder en la Transfiguración, ordenó a sus discípulos el secreto hasta después de la Resurrección. (Mt. 9,30). Todo para darnos ejemplo. Como El hemos de huir de la alabanza y homenaje.

SUFRIR CON PACIENCIA LOS DESPRECIOS: SEGUNDO PELDAÑO

San Anselmo nos lo aconseja: Cuando se te ofrezca la ocasión del desprecio, llévalo a bien. Este es un medio muy grande para alcanzar la humildad. Porque es claro: la alabanza nos llena de vanidad. El desprecio nos sonroja y humilla. Eso es bueno para alcanzar la virtud, si lo llevas bien.

La humildad es semejante al arroyo: en invierno lleva gran cauce. En verano, muy poco. Así la modestia: con la prosperidad se encoge, con la adversidad, crece. Es imagen de San Lorenzo Justiniano.

Obsérvate: ¿Cómo te va cuando alguien te manda con resolución, con cierto despotismo? Fíjate cómo reaccionas cuando el superior o igual te llama la atención. Nos aconseja San Doroteo: Cualquier incidente de esta clase recíbela como remedio a tu soberbia y ruega a Dios por quien te ofrece esta ocasión. Es médico de tu alma, quizás sin quererlo. Quien aborrece estas cosas, aborrece la humildad.

SUPERAR LO HUMANAMENTE AGRADABLE

Es muy humano y agradable llenarse de alegría por la alabanza, aun la más pequeña. Aunque se trate de cortesía humana, nos parece merecerlo todo. Por eso resulta tan difícil no complacerse.

Esto nos dice San Agustín: Aunque es fácil cosa carecer de alabanzas y no nos importa que no nos alaben, cuando nos llega la loa, es muy difícil dejar de vanagloriarse.

Esta diferencia existe entre soberbios y humildes: los soberbios se llenan de vanagloria al ser alabados, aunque se trate de mentira aduladora. No tienen en cuenta su manera de ser, sus faltas y pecados. El verdadero humilde, cuando le estiman y escucha alabanzas, entonces se encoge y confunde más. Recuerda lo del salmo: "Cuando me ensalzaban, entonces me humillaba yo más, y andaba con mayor vergüenza y temor." (Salmo 87,16) Teme lo dicho por Jesús en el Evangelio: "Ya recibiste en tu vida el premio de tus obras." (Lc. 16,25)

Es evidente: los soberbios toman ocasión de vanagloria de lo mismo que los humildes se humillan.

COMO EL ORO EN EL CRISOL

"Así como la plata se prueba en el lugar donde es fundida, y el oro en el crisol, así es probado el hombre en la boca de quien le alaba."(Proverbios 27,21) La plata y el oro, si son malos, se consumen en el fuego; si buenos, salen con brillo sin igual. Así se prueba el hombre con la alabanza. Si llega a envanecerse, a hincharse, no es oro de ley. Si toma ocasión para humillarse, es plata y oro finísimo.

Puede ser éste un test de que vas aprovechando, madurando en la virtud. Examínate si te pesa o halaga la lisonja. En todo caso, siempre has de ser cortés y amable con quienes por cortesía o delicadeza te proporcionan el cumplido de la alabanza.

DESEAR SER DESPRECIADOS: CUARTO ESCALON

Son palabras de San Bernardo: "El verdadero humilde desea ser tenido de los otros en poco, no como humilde, sino por vil, y gózase en eso." Y compara más tarde la humildad al nardo: hierba pequeña y aromática. Se basa en el libro del Cantar de los Cantares (1,11). "Mi nardo esparció su olor". El delicado aroma de la humildad se esparce cuando deseas que los demás te desprecien. Hoy nos resulta chocante esta afirmación. Mas merece la pena profundizar siguiendo el pensamiento del mismo santo:

Hay dos maneras de humildad: Una se tiene en poco al mirarse a sí mismo. Interiormente se da cuenta de su miseria y pecados, de sus limitaciones. Radica ésta en el entendimiento. La otra toma su asiento en la voluntad: Desear ser tenido en poco, despreciado.

En Jesucristo no pudo tener lugar la primera, la del entendimiento, porque no podía tenerse a sí mismo en poco ni digno de desprecio. Sabía que era el Hijo de Dios. "No tuvo por usurpación tenerse por igual a Dios Padre, y, sin embargo, se anonadó a sí mismo tomando forma de siervo." (Fil. 2,6). La humildad de voluntad sí hubo en Jesús. Por el gran amor que nos tuvo quiso abatirse, ser despreciado delante de los hombres. Y llegó a decir: "Aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón". (Mt. 11,29). Mirando a Jesús, comprendemos a la perfección el desear ser despreciado y tenido en poco. Es cuestión de amor.

"APRENDED DE MI"

Con qué voluntad y coraje abrazó El los desprecios y deshonras por nuestro amor. "Envió Dios a su Hijo en traje y semejanza de hombre pecador" (Rom. 8,3). No fue pecador: imposible por ser Hijo de Dios, pero asumió la forma externa, los sufrimientos, humillaciones del pecado.

Llegó Jesús a afirmar: "Con bautismo he de ser bautizado ¡y cómo vivo en estrechura hasta que se ponga por obra! (Lc.12,50). "Con gran deseo he deseado comer esta Pascua con vosotros" (Lc. 22,15). Estaba Jesús esperando los improperios y las afrentas" (Salmo 68,21). Estaba Jesús dispuesto a sufrir la humillación hasta la muerte y muerte de cruz.

Pues si el Hijo de Dios deseó la humillación y deshonra, no siendo digno de ella, no será mucho que nosotros, siendo dignos de ellas, aceptemos e incluso nos alegremos cuando nos llegan. Más cerca de Cristo, nuestro gran amor, estaremos.

ASI VIVIERON LOS SANTOS

"Por lo cual, - decía Pablo- me huelgo en las enfermedades, en las injurias, afrentas, necesidades, persecuciones y angustias por Cristo"(2 Cor. 12,10). Y leemos en el Nuevo Testamento (Hechos 4,41): Iban gozosos y regocijados cuando los llevaban presos delante de los presidentes y sinagogas y tenían por gran regalo y merced de Dios ser dignos de padecer afrentas por amor a Cristo.

Luego, los santos fueron imitando ese amor al sufrimiento y humillación. Recordemos a Ignacio de Antioquía: deseaba ser triturado por amor a su Maestro. Y cuando se dirigía al martirio exclamaba: "Ahora comienzo a ser discípulo de Cristo".

Recordamos de nuestros días al P. Nieto. Solía decir a sus seminaristas: Tenéis que tener solucionado por la aceptación el problema del dolor. Para sí mismo pedía a diario en la acción de gracias de la Misa: padecer y ser despreciado. Así debe ser nuestra postura: donde no sea ofensa de Dios ni culpa para nuestros hermanos, desear ser desestimados, preteridos; sufrir desprecios y afrentas, no dando ocasión de ello. Todo por parecernos a Cristo que sufrió por nosotros.

VII

LLEGAR A HACER LOS ACTOS DE HUMILDAD CON GUSTO

Vos, Señor fuisteis pregonado públicamente por malo y puesto entre dos ladrones como malhechor, no permitáis que yo sea pregonado por bueno, que no es el discípulo más que el Maestro (Mt. 10,24). Si a ti, Señor, te persiguieron y menospreciaron, persíganme a mí; que me desprecien, para que así aparezca como discípulo tuyo.

Una persona llega a aprender un oficio, cuando lo ejecuta con facilidad. En los comienzos le costaba. Más adelante apenas le cuesta. Al fin lo llega a realizar con agrado.

Así debe ser el modo de ejercitarnos en la humildad, en la acogida de desprecios, pretericiones y toda clase de humillaciones. Con frecuencia nuestro honor queda herido. Buscamos excusas de la necesidad de mantener nuestro prestigio. Incluso, en ocasiones, algunos llegan hasta los tribunales para defender su honor. No obró así Jesucristo.

¿Cuándo habré adquirido la virtud de la humildad? Tal vez entonces ni lo advierta. Acogeré la humillación y menosprecio con gusto y deleite.

Examínate si sientes un gozo íntimo en estas ocasiones. ¿No? Todavía estás en camino - tal vez lejano- de llegar a dominar esta virtud.

TESTIMONIO DE LOS SANTOS PADRES

Solían decir aquellos padres: lo que no se hace con gozo y alegría, no puede durar mucho tiempo. Puede ser que durante alguna temporada te encuentres centrado en algunas virtudes. Pero hasta que esto salga del interior del corazón, como espontáneamente, con suavidad, no perseverarás mucho en ello. Será como algo postizo y violento. Y nada de lo violento permanece. Por esta razón interesa sobre manera ejercitarse mucho en actos hasta que la virtud vaya arraigando en nuestra alma.

Hemos de decir (Salmo 1,2): Bienaventurado el varón para quien todo su gozo y regocijo es la ley del Señor y esos son sus deleites y entretenimientos, porque ése dará frutos de buenas obras, como árbol plantado cerca de las corrientes de las aguas.

SIEMPRE MIRAR EL EJEMPLO DE LOS SANTOS

Los hombres de Dios han mirado durante todos los siglos las honras del mundo con desprecio, porque Jesús nunca las apreció. El estilo del mundo es mentiroso y falso. No reconoce al Hijo de Dios. Y en este siglo aún menos. Nuestras virtudes cristianas las desacraliza. Y, por supuesto, no aprecia la humildad más que como virtud de súbditos para poder gobernar con mayor sosiego. El poderoso de disfraza con falsa capa de sencillez. Si arañamos un poco, suele saltar enseguida su orgullo.

Los santos aman y aprueban lo que el espíritu del mundo aborrece y desprecia. Huyen con mucho cuidado de ser alabados, y tienen por gran señal de ser amados de Cristo el ser despreciados del mundo. Por esto los santos han gustado de oprobios y deshonras.

OTRO TESTIMONIO

San Diádoco nos habla de dos maneras de humildad: la primera es la de los medianos que van aprovechando, pero están todavía en pelea. Son combatidos de pensamientos de soberbia y procuran eliminarlos. Otra humildad es la de los perfectos. A ellos comunica el Señor tanta luz y conocimiento de sí mismos que les parece imposible llegar a ser presa de la soberbia. La humildad resulta para ellos algo natural. Como el vivir. Aun obrando grandes cosas, aunque les alzaran a puestos de importancia (los aceptarían con interior reparo), siempre se tienen por el menor de todos.

En el primer caso existe gran lucha, no se experimenta la alegría, sí paciencia. Se turban ante las dificultades.

La humildad de las almas santas no lleva consigo pena ni dolor alguno. La alegría en gran paz es total. Porque cuanto podía entristecer, eso el lo que a ellos da gozo: el ser olvidados, marginados, despreciados. Estos santos han hallado el paraíso en la tierra. Así nos lo asegura San Juan Crisóstomo.

Para los tibios todo esto resulta muy difícil de entender. ASPIRAR A LO

PERFECTO

A esta perfección del segundo grado de humildad debemos aspirar. "Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para seguir sus pisadas" (1 Pedro 2,21). Recordamos una vez más el consejo de Jesús: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt. 11,29). El está siempre a punto para ayudarnos. Pedir en la oración esta humildad. ¡Besar el suelo al amanecer, pidiendo el don de la humildad!, como lo practicaba San Francisco de Borja. Con la ayuda del Señor todo lo podremos.

Vio Jacob la escala. Por ella subían y bajaban los ángeles de

Dios. En lo alto se encontraba el Todopoderoso, para dar la mano a cuantos subían. Así les ayudaba y animaba. Nosotros vamos a procurar subir por esta escala. El nos dará la mano. Con su ayuda, todo.

Y AHORA LOS MEDIOS PARA SUBIR A ESTE GRADO DE HUMILDAD

- Imitar a Jesucristo. Toda la vida de Jesús fue perfecto dechado de humildad. Recordar el lavatorio de los pies, el establo de Belén, la muerte como un malhechor, el perdón a sus enemigos, su manera de llamar la atención a Judas... Con razón pudo decir: "Ejemplo os he dado, para que como yo he obrado, así también obréis vosotros".

¿En eso están resumidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia del Padre, escondidos en Jesús? ¿Esto es lo que vamos a aprender de Vos? Sí, dice San Agustín. Tan grande es humillarse y hacerse pequeño, que si el mismo Dios no se hubiera humillado y hecho pequeño, no acabarían los hombres de intentarlo, porque no existe cosa tan metida en las entrañas como el apetito de ser honrados y estimados.

UN PENSAMIENTO DE SAN BERNARDO

Vio el Hijo de Dios que dos criaturas nobles, generosas y capaces de la bienaventuranza que Dios había creado, se perdían por pretender ser semejantes a El. Crió Dios a los Angeles y luego Lucifer quiso ser semejante a Dios. "Escalaré el cielo y sobre las estrellas de Dios levantaré mi trono...subiré sobre la altura de las nubes y seré semejante al Altísimo." (Isaías 14,13). Lucifer llevó detrás de

sí a otros. Y los ángeles aquellos quedaron convertidos en demonios. También el hombre quiso ser como Dios y se perdió. Yo - dice el Hijo- iré de tal forma que, en adelante, el que quiera ser como Yo no se pierda. Para esto bajó del cielo y se hizo hombre. ¡Profundizar en la humildad es pura lógica de fe!

Un Niño nos ha nacido, el Hijo se nos ha dado" (Isaías 9,6). Puesto que Dios siendo tan Grande se hizo por nosotros pequeño, procuremos humillarnos y hacernos pequeños. Porque "si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos."

VIII

TAMBIEN LO HUMANO AYUDA A SER HUMILDE

NO MERECE LA PENA EL TRABAJO PARA "SUPONER" ALGO

No merece la pena en lo humano tener en cuenta la estima por parte de los hombres. ¿Eres mejor por que otros te tengan por bueno? ¿Peor a causa de la desestima de los compañeros? No. "Ni al malo le hace bueno ser alabado y estimado, ni al bueno le hace malo es ser deshonrado y vituperado" (San Agustín). Lo que uno es a los ojos de Dios eso es lo importante de verdad, lo único importante. "Porque no el que a sí mismo se recomienda es aprobado por bueno, sino aquel a quien Dios recomienda." (2 Cor. 10, 18).

Así nos lo recordaba el Santo de Hipona: La soberbia y estima

del mundo no es grandeza, sino viento e hinchazón. Cuando una cosa está hinchada parece grande y no lo es. Los soberbios parecen grandes, pero no lo son porque no es grandeza aquélla, sino hinchazón. El aplauso y estima del mundo te puede hinchar, pero no logrará hacerte grande.

Mejor es ser bueno, aunque uno sea tenido por ruin, que ser ruin y ser tenido por bueno.

San Atanasio compara a los soberbios que buscan honras con los niños cazadores de mariposas. Otros los asemejan a las arañas. Tejen sus redes para cazar unos fútiles honores. ¡Cuánto tiempo perdido!

ASI AFIRMA SAN CRISÓSTOMO

Si oyes las palabras de un soberbio llegarás a dudar si se trata de un soberbio o de un loco. Nos mueven a risa. Y es mayor locura la del soberbio que la natural, porque ésta no trae consigo culpa ni pecado, y aquélla sí.

Solemos condescender con el loco para tener paz, aunque no estemos conformes con sus opiniones. ¡Está loco el pobre! Algo parecido ocurre con los soberbios. Les dejamos argumentar en sus sofismas, callamos. Que se queden con lo suyo. ¿Para qué discutir?

Los soberbios son aborrecidos de todos. "Todo hombre arrogante y soberbio es aborrecido delante de Dios." (Proverbios 16,5). Y de siete cosas que aborrece Dios la primera es la soberbia.

No sólo es aborrecido de Dios el soberbio, también de los hombres. El mismo mundo les da el pago de su orgullo. El castigo lo reciben de lo mismo que ellos pretendían.

Los mayores se hastían del pretencioso, porque se les quiere igualar. Los compañeros, porque se intenta adelantarlos. Aun los criados hablan mal de su amor cuando se excede en arrogancia.

Hemos de persuadirnos a favor de la sencillez. Fue suma sabiduría la de Jesús hecho obediente hasta al muerte. Luego la nuestra es locura. Nosotros somos los locos en hacer tanto caso a la opinión y estima de los hombres y de la honra del mundo.

 

LOS HOMBRES ESTIMAN MAS AL HUMILDE

En cualquier comunidad el más sencillo es el más estimado, aunque en apariencia no lo sea.

Resulta vergonzoso el pretender ser estimado. Salga a la luz ese deseo y verás qué bochorno. Cuando se descubren las intrigas y maniobras para conseguir el poder, qué ridículo y vilipendioso resulta.

Ya lo decía el Evangelio: Si alguno quisiera ser el primero, ha de ser el último y el servidor de todos." En la casa de Dios y en ambientes normales la sencillez es virtud de grandes. El hacerse menor que todos hace ser apreciado por todos.

LA SOBERBIA CIEGA AL HOMBRE

San Buenaventura lo afirma claramente: La soberbia ciega de tal manera el entendimiento que, muchas veces, cuanta más soberbia hay, menos se conoce, y así, como ciego, hace y dice el soberbio tales cosas que, si cayera en la cuenta, aunque no fuera por Dios ni por virtud, sino solamente por esa misma honra y estima que desea, no las dijera ni hiciera de ninguna manera.

No nos vamos a dar a la humildad para ser apreciados de la gente: eso sería soberbia refinada. Hemos de ser de verdad humildes, sin revueltas. Otra cosa es que a la larga repercuta en nuestra propia estima.

"No te hagas el grande, ni te pongas en lugar de los magnates; porque mejor es que te digan sube acá, que no ser humillado delante del príncipe." (Proverbios 25,6)

"Cuando seas convidado, no te sientes en primer lugar, porque quizás estén convidados otro más honrados, y viniendo os dirán que dejéis aquel lugar." (Lc. 14,8)

El humilde que escoge el lugar bajo y despreciado es tenido y estimado; por el contrario el soberbio que desea y pretende el primer lugar y los mejores puestos y más honrosos, es despreciado y tenido en menos.

MEDIO PARA ALCANZAR LA PAZ

Cuando Jesús nos dice: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón", añade: "y hallaréis descanso para vuestras almas". La paz interior es una de los frutos más preciados de la modestia espiritual.

El soberbio trae siempre el corazón lleno de intriga e inquietud. No saben qué cosa es tener paz; y aunque parece algunas veces exteriormente con serena tranquilidad, dentro de su corazón hay guerra. Siempre viven con amargura de corazón los malos.

La soberbia lleva siempre consigo inquietud y desasosiego. De ella nace la envidia, como hija legítima. Ellas hacen al demonio, demonio.

TAMBIEN JAVIER NOS HABLA DE HUMILDAD

¡"Oh opinión y estima de los hombres! ¡Cuántos males has hecho, haces y harás!"

Tal vez estés triste y melancólico porque te sientes arrinconado y marginado y no hacen caso de ti. Estás triste porque de donde pensabas salir con honra, no saliste con ella; más bien te quedaste afrentado. Ten en cuenta: "si hay paz en la tierra, el humilde de corazón la posee", como nos recuerda Kempis.

EJERCITARSE MAS Y MAS EN ESTA VIRTUD

Es tan grande la inclinación que tenemos de este vicio, que no bastan para dominarlo unas pocas consideraciones. Sí, te convences. Quieres, pero no lo consigues. Es preciso atacar a la vez por todos los flancos posibles.

Ocurre lo mismo que con el miedo. No es suficiente con persuadirse de no tener miedo, será necesario ejercitarse en el valor; atravesar lugares solitarios; tomar decisiones con riesgo.

Lo mismo ocurre con nuestra virtud en estudio. "Porque no son justos delante de Dios los que oyen la ley, mas los hacedores de la ley serán justificados". (Romanos 2, 13). No basta para eso oír muchas razones ni leer grandes tratados; es necesaria la práctica.

Dice Jesús: "Pues si yo, siendo vuestro Señor y Maestro, os he

lavado los pies, vosotros también unos a otros lavaos los pies." (Jn. 13, 14). Cristo se humilló. No le importó asumir trabajo destinado a esclavos. ¿Vas a reparar tú en asumir pequeñas tareas o empleos de los llamados bajos? Si quieres conquistar esta gran virtud, no desdeñes estas ocupaciones sencillas. Es agradable dirigir, lo que vulgarmente llamamos "mangonear", tomar decisiones, reductos de poder. Todos llevamos dentro esa tendencia. Es preciso desprenderse afectivamente de estos cargos. Y no aspirar a ellos más que en casos en que otros vean nuestro servicio indispensable.

¿TAMBIEN INFLUYE EL MODO DE VESTIR?

Los escritores antiguos daban mucha importancia para la humildad al modo de vestir. San Ignacio cubría su cuerpo casi con harapos, aunque limpios y bien remendados. Lo hacía para mortificar su orgullo. Nuestro padre Rodríguez afirma: entre las humillaciones exteriores, una de las principales es la del vestido pobre y vil. Por eso Francisco Javier andaba siempre muy pobremente vestido para conservarse en humildad.

Hoy, creo, no podemos seguir este criterio. Los mendigos visten de una manera parecida a todos los demás.

Fuera de casos de ostentación cualquier indumentaria que no denote distinción social, parece es buena para quien pretende la humildad. Por otra parte lo viejo y sórdido repele en cuanto a la indumentaria. Sería contraproducente.

En cambio oficios sencillos, donde se ejercita la humildad, sí merece la pena. Y si al ejercitante causan cierta repugnancia, mejor.

Humildad y humillación han de ayudarse una a la otra.

CUIDADO CON LA AUTOALABANZA

Tobías aconseja a su hijo: "Nunca permitas que la soberbia se enseñoree de tu corazón ni en tus palabras. (4,14). Y Pablo nos recuerda: "Absténgome de hablar, porque no piense alguno de mí más de lo que en mí ve, y oye de mí". (2 Cor. 12,6).

El soberbio, el arrogante, no deja pasar una ocasión en que pueda mostrar ser algo. Incluso añade y dice más de lo que es, para ser tenido y estimado en más. Sólo el verdadero humilde deja pasar estas ocasiones, y para que no le tengan en más, quiere encubrir lo que verdaderamente es. Así nos lo describe San Bernardo. Y luego nos aconseja:

"No digáis cosa de donde podáis parecer muy letrado, o muy religioso, y hombre de oración; y generalmente, cosa que pueda redundar en vuestro loor, de cualquier manera que sea, siempre os habéis de guardar de decirla, porque es cosa muy peligrosa, aunque la podáis decir con mucha verdad, y aunque sea de edificación y os parezca que la decís para bien y provecho del otro: basta ser cosa vuestra para no decirla. Siempre habéis de andar muy recatado en esto, para que no perdáis con eso el bien que por ventura hicisteis."

¡Qué difícil resulta el callar uno cuanto pueda resultar en alabanza propia! Pero es necesario vigilar y determinarse.

Hagamos caso también a San Buenaventura. "Nunca digas palabra que de a entender que sabes, o tienes habilidad o ingenio o talento particular, ni tampoco digas cosa por donde puedan los otros entender que eres o has sido "algo"."

¿PARA QUE ES BUENA LA "CATEGORIA" HUMANA?

La nobleza ¿sabes para qué es buena? Par menospreciarla. Lo mismo que la riqueza. Eso con relación a uno mismo. Respecto a los demás es buena la categoría humana para ayudar, influir, hacer bien a quien lo necesita. Una palestra de auténtica "beneficencia".

Quien personalmente se precia de sus dotes intelectuales, de sus resultados académicos o éxitos profesionales, es un varón lleno de vanidad.

Vamos a hacer caso al criterio de San Basilio: "El que ha nacido con otro nacimiento nuevo, y ha contraído parentesco espiritual y divino con Dios, y recibido poder para ser hijo suyo, se avergüenza de cualquier parentesco con la nobleza humana y olvídase de él."

Y seguimos escuchando el parecer de estos hombres de Dios. Ahora San Ambrosio. Comenta el salmo 119, 153 "Mirad, Señor, mi humildad y libradme". "Aunque uno sea enfermo, pobre, y de baja suerte, si él no se llena de soberbia ni quiere sobrepujar a otros, con la humildad se hace amar y estimar; ésa lo suple todo. Y por el contrario, aunque uno sea muy rico, noble, poderoso, y aunque sea muy letrado y tenga muchas partes y habilidades, si él se jacta y engríe de eso, viene a ser despreciado y tenido en menos, porque viene ser tenido por soberbio."

UNA RAZON HUMANA A FAVOR DE LA MODESTIA ESPIRITUAL

Nos la recuerda San Buenaventura. Es de sentido común. Apenas puede haber en ti una cosa buena y digna de alabanza que no se les trasluzca a los otros y la entiendan, aunque no lo pretendas. Si callas y la escondes, agradarás mucho más y serás más digno de alabanza. Esta es la realidad. Pero si la manifiestas y haces plato de ella, harán burla de ti. Te despreciarán y tendrán en poco.

Pero no seas de quienes buscan la propia estima con revuelta: alégrate si nadie te felicita, si a pesar de tu empeño o a causa de tu empeño por ocultarte, te mantienen oculto, marginado. Colabora desde la penumbra para el bien común. Alégrate de estar siempre oculto. ¿Difícil? Pues eso es humildad.

 

Vitoria, 05-03-2001

Resumen del Tratado sobre la Humildad del P. Alonso Rodríguez S. J.

Hecho por Josemari Lorenzo Amelibia. Gloria a Dios y veneración la Virgen María

 

IX

ORACION Y EXAMEN EN ESTE SEGUNDO GRADO DE HUMILDAD

LA ORACION

La gente de mundo ama y desea con mucha diligencia honra, fama, estima. Nosotros, si aspiramos a los bienes de arriba, deseamos y amamos cuanto pueda suponer deshonor, incluso infamia, si no es causado por el pecado. Y si lo hacen pecando, sentimos la falta moral y el mal de ellos, pero asumimos con gozo el resultado. Así nos parecemos más a Cristo Jesús. Esto tal vez no llegues a comprenderlo. Cuesta. Es un don de Dios entenderlo. Agradécele con sencillez si lo entiendes y lo deseas. Pídele fuerza para practicarlo. Haz ejercicio en pequeños asuntos. Y si no te cabe en la cabeza, si te parece tontería o tal vez fanatismo, pídele luz a Dios para conocer la locura de la cruz.

Jesús quiere para cuantos le seguimos que estemos muertos al mundo, al pecado y sus secuelas. Que nuestra vida esté "escondida con Cristo en Dios". Que vayamos destruyendo al hombre viejo y nos revistamos del hombre nuevo "en justicia y santidad de verdad". ¿Cuándo, Señor, lograré entender? ¡Qué lejos me veo de tener

aquellos vivos y encendidos deseos de los santos!: ser despreciado por el mundo. ¡Cuánto quisiera al menos querer desear!

Insiste, persevera en esta oración. Es la única manera de llegar un poco a la meta.

Pronto comenzará el Señor a darte el deseo de padecer por su amor, de hacer alguna penitencia por tus pecados. Has comenzado el enamoramiento de Cristo.

TODO ES CUESTION DE AMOR

Y si comienzas a tener estos deseos de sufrir y ser despreciado, si notas ya este amor creciente a Jesús, no está acabado el negocio. No has adquirido todavía la virtud de la humildad, ahora es cuando comienza todo. Se abren ante tu mirada horizontes sin fin. No te desalientes cuando lleguen las primeras caídas. La meta está muy lejos y es necesario levantarse.

Adelante. Hasta que llegues a gozar en el desprecio y afrenta. No es masoquismo. Tú lo sabes. Sentirás en ello tanta alegría como el hombre de mundo en esas alabanzas.

Alégrate de ir creciendo un poco en la virtud, porque así le

ofreces al Señor lo mejor de ti mismo.

Ese amor al sacrificio y a la humillación es el toque del Señor a tu obra de purificación interior. El está ahora cerca de ti. Tu palabra calará. Ese es tu gozo. Tu oración influirá muchísimo en el Cuerpo Místico de Cristo. Esa es tu alegría. "No a nosotros, no a nosotros, sino a tu Nombre da gloria."

TAMBIEN EL EXAMEN PARTICULAR

El examen particular debe hacerse tan sólo de una materia: vicio o virtud. Así se multiplica la eficacia. Y dentro de la materia es preciso hacer divisiones. No conviene interrogarse, ¿he sido soberbio? Fijarse en qué suele uno cometer faltas de soberbia. En eso luchar. Después coger otra parte.

¿Posibles temas?

- No hablar nada que pueda redundar en propia vanagloria o estima de los demás hacia ti.

- No buscar las alabanzas ni directa ni indirectamente.

- No hacer cosa alguna por ser vistos y estimados de los hombres.

- Hacer las cosas puramente por Dios.

- No hacer las obras por respetos humanos.

- Obrar siempre delante de Dios, sólo de Dios.

- No excusarse ante sí mismo.

- Cortar todo pensamiento de soberbia o vanidad.

- Tener a todos por superiores en algo.

- Buscar todas las ocasiones de humildad.

- Hacer todos los días algún acto positivo de humildad. - Llevar las cosas con paciencia.

- Levar lo ingrato incluso con alegría.

EL PORQUE DEL EXAMEN PARTICULAR

Admitamos este consejo de San Jerónimo: "Guardaos de las sirenas del mar, que encantan a los hombres y les hacen perder el juicio." Es tan dulce la música y tan suave a nuestros oídos la de las alabanzas de los hombres, que no hay sirenas que así encanten y hagan a uno salir de sí, y por eso es menester hacernos sordos y tapar los oídos.

Muy propio del ser humana es querer excusarse, encubrir la propia miseria incluso ante los ojos de uno mismo. Hemos de estar alerta con esto, pero sin caer en el escrúpulo. Con paz grande. Recordar la excusa del pecado de nuestros primeros padres. Peor es cuando uno, a la vez de ocultar lo propio, echa la culpa de sus faltas a los demás.

CERCENAR, SI, LOS PENSAMIENTOS ALTIVOS

Cuánta imaginación de cargos, de éxitos, de "si me hubieran elegido para esto, yo..." Arrojar suavemente estos sueños tontos de absurda vanagloria. Lo mismo respecto al desprecio de quienes mandan. El soberbio siempre ve incapaces a los dirigentes, en cambio él... Aquí, no sólo puede haber soberbia, sino envidia.

¡Qué diferencia cuando uno, aun dándose cuenta de sus buenas cualidades, tiene a todos por superiores en algo! Y es una realidad. El soberbio compara lo bueno suyo con lo malo de los otros. Así puede verse grande incluso el patán. Por el contrario, el hombre modesto, aun en medio del poder y del prestigio, ve sus limitaciones en campos concretos: consulta, se siente "inferior" incluso ante sus propios criados. Es cuestión de una mentalidad evangélica o demasiado humana. Si tienes a otro por superior, no le hablarás con aspereza, y mucho menos palabras que le puedan mortificar.

UNA OBJECION:

IMPOSIBLE COMPAGINAR EL PRESTIGIO PARA EL BIEN CON

EL DESEO DE SER HUMILLADO

Esta objeción ya la solucionaban San Bernardo y San Basilio. Dicen: aunque es verdad que hemos de huir de la honra y estimación de los hombres, -¡es muy peligroso!- y siempre hemos de desear ser despreciados y tenidos en poco, pero por algún buen fin del mayor servicio de Dios, se puede desear la honra y estima de los hombres.

Por nuestra parte, que ni nos conozcan. Por la causa de Dios, estar aunque sea en el candelero. Conscientes de lo del Evangelio: "Siervos inútiles somos." Vayamos en ello con gran tiento. Existe siempre el peligro de "creérselo".

Es verdad que de nuestra parte hemos de desear que los demás sientan de nosotros lo mismo que nosotros mismos, para que nos tengan en lo mismo que nosotros nos tenemos; mas muchas veces no conviene que los otros sepan esto. Y podemos lícitamente querer que no sepan nuestras faltas, por mayor bien a la gloria de Dios.

ALEGRARNOS DEL PRESTIGIO PROPIO

¿Alegrarnos de nuestro prestigio? Sí, porque podemos influir más en el Reino de Dios. No, porque nos puede envanecer. Mantenernos muy alerta cuando nuestra buena fama cunde. Recordar: es un don de Dios para servicio de su Reino.

San Ignacio de Loyola si se hubiera dejado llevar de su tendencia espiritual, habría ido por las calles emplumado para ser tenido en poco. En cambio el deseo que tenía de ayudar a los demás le obligaba a cuidar de ese prestigio humano que puede ser causa de apoyo a las cosas de Dios.

Si cuando se te ofrece la ocasión de humildad la abrazas, es buena señal. Se puede creer entonces que te alegres del propio prestigio por el Reino de Dios. En cambio cuando sucede lo contrario...

Reconoce que eres demasiado humano.

LA ESTIMA DE LOS HOMBRES, BUENA PERO PELIGROSA

Aun alabarse a sí mismo puede ser bueno, si se hace como se debe. San Pablo (2 Cor. 4, 11) comienza por alabar y contar grandezas de él mismo, refiriendo grandes mercedes que el Señor le había hecho. Afirmaba que había trabajado más que los otros Apóstoles; y continúa contando las revelaciones del Señor a él mismo.

Esta manera de obrar no era de vanagloria. Lo hacía porque convenía para la honra de Dios y para el bien de las personas, a quienes evangelizaba.

Cuando él no lo consideraba necesario, sabía decirse a sí mismo "perseguidor de la Iglesia", recordando sus años alejado de Cristo.

En general los santos - dada la enorme dificultad de saber aceptar la honra y alabanza sin envanecerse, huían de todo este peligro.

Decía San Francisco: "Si me alegro de la honra que otros me dan, mucho más me debo alegrar por mi provecho espiritual cuando me vituperan."

ALEGRARSE EN LA ENFERMEDAD E INVALIDEZ

Es fácil alegrarse cuando uno se siente con talento y cualidades para la empresa de ayudar al prójimo. ¿Por qué no te llenas de gozo, si Dios - por su gran Providencia- te quita esas cualidades por un accidente o enfermedad? Ten en cuenta: entonces crece la humildad en ti. En esto puedes dar aún mayor gloria a Dios. No te preocupes: El se servirá para llegar a más altas cotas en aquella parcela de tu labor pastoral.

¡Qué engaño tener los ojos puestos en la honra y estima del mundo! Muchos ansían los puestos altos. Piensan en su ingenuidad que ellos lo harán mucho mejor que los actuales jerarcas. Huyen de todo lo bajo y humilde. Sus aspiraciones se encuentran en lo alto, pero no de la santidad, sino del poder humano.

¡Qué distinto sería si éstos procurasen recorrer su camino en

humildad! Entonces estaría la obra de apostolado bien segura: si estuviera fundamentada en la humildad plena.

Casos como el siguiente, hoy no se suelen dar, pero sí vale el ejemplo. Un misionero en el Japón predicaba en la calle. Pasa una persona a su lado y le escupe, ante la sorpresa de los oyentes. El misionero se limpia, con paciencia, sin replicar. Uno de los asistentes a la plática queda admirado de la paciencia y humildad de aquel hombre de Dios. "Imposible -dice- que la doctrina de tanta paciencia no sea del cielo." Esto le animó a convertirse.

X

EL TERCER GRADO DE HUMILDAD EN QUE CONSISTE

Supone este grado de humildad gran virtud en todo, grandes dones de Dios. Si recibe honras y honores y es estimado por todos, no llega a vanagloriarse. Nada se atribuye a sí mismo. Todo lo refiere a la misma fuente que es Dios. De él proviene toda la virtud y todo don perfecto.

San Buenaventura nos dice que este don es de los grandes hombres espirituales. Cuanto mayores son, tanto más humildes. Gran virtud supone que el grande se muestre pequeño y el rico indigente. Rara e inmensa cualidad obrar grandes proezas y no estimarse por grande, sino por pequeño. Todos lo tienen por santo y él se considera un pecador. Los grandes hombres de Dios han poseído esta gran virtud. San Bernardo nos habla con maestría de esta forma de ser: La Virgen María, elegida para ser la Madre de Dios, sólo sabe decir: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra." Esta es la humildad del cielo.

Nos recuerda lo del Apocalipsis (4, 4): aquellos veinticuatro ancianos, postrados delante del trono de Dios, le adoraban quitando las coronas de sus cabezas y arrojándolas a los pies del trono de Dios. Eso es no atribuirse a sí mismos las victorias, sino reconocer dueño de todo a Dios, que dio fuerza y virtud para vencer.

Señor, hora es de que te demos siempre la gloria de todo, y quitemos las coronas de nuestras cabezas y las arrojemos a tus pies. "No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu Nombre da gloria."

PORQUE TODO LO HEMOS RECIBIDO DE DIOS

Siempre vamos a tener en la memoria las citas de San Pablo: (1 Cor. 4, 7) "¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?" (2 Cor. 3,5): "Que de nuestra parte no somos suficientes ni aun para tener un buen pensamiento que salga de nosotros, sino que toda nuestra suficiencia de Dios nos viene." (Fil. 2, 13): "Dios es el que obra en nosotros tanto el querer lo bueno, como el ponerlo por obra, por su buena voluntad." No podemos obrar, ni hablar, ni desear, ni pensar, ni comenzar, ni acabar cosa que sirva para nuestra salvación, sin la ayuda de Dios. De El procede toda nuestra suficiencia.

Meditamos en la comparación de Juan (15, 4): "Así como el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la vid; así nadie puede hacer obra meritoria por sí mismo, si no está unido a mí."

"Yo soy la vid; vosotros los sarmientos; quien permanece en mí, y yo en él, ése llevará mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer."

(Jn. 15, 6): "Si alguno no permanece unido conmigo, será echado fuera y se secará, y lo cogerán y será echado al fuego y arderá." (1 Cor. 15,10): "Por la gracia de Dios soy lo que soy".

Con palabras directas del Nuevo Testamento profundizamos en esta total humildad.

EN LOS COMIENZOS...

A los principiantes les parece cosa fácil no atribuirse nada a sí mismos, sino referirlo todo a Dios; pero es muy difícil en la realidad. Nos sentimos tan imprescindibles... Porque cada uno de nosotros, es cierto, ponemos algo de nuestra parte para nuestra propia santificación y para el Reino de Dios. Poco a poco, casi sin darnos cuenta, confiamos en nosotros mismos y nos va entrando la presunción y soberbia secreta. Nos parece que nuestra diligencia,

técnica y actividad, va logrando objetivos significados. Después - también casi inadvertidamente- la vanidad asoma en lo íntimo de nuestro corazón. Y, sólo al recordar la parábola del Fariseo y el Publicano, dejamos de exclamar: "Gracias, Señor, porque no soy como los demás hombres".

Mucha virtud es necesaria para superar todo esto. Quienes de verdad trabajan en su vida interior, son conscientes del peligro de esta sutil soberbia.

ANDAR ENTRE HONRAS

Esta idea es de San Juan Crisóstomo: Andar entre honras y no pegarse nada el corazón es como andar entre hermosas mujeres y no mirarlas alguna vez con ojos menos castos.

No supieron los Angeles del cielo guardar esta humildad. Así cayeron Lucifer y sus compañeros en el abismo. Y bien sabían todos que ellos venían de Dios. ¡Qué bien lo enseñó Jesús! Había mandado a sus discípulos a predicar. Cuando volvieron los setenta y dos muy contentos de su misión decían: - Oh Señor, hemos hecho maravillas. Hasta los demonios se han rendido y nos obedecían en vuestro nombre. Cristo les respondió: - (Lc. 10, 18) "Vi a Satanás caer del Cielo como un rayo."

La lección del Evangelio es clara. Ahora vamos a aplicarla a nuestras vidas.

No envanecernos cuando la obra de apostolado nos resulta bien. Dios da el incremento.

MAS DETALLES DEL TERCER GRADO DE HUMILDAD.

Este tercer grado de humildad, dicen los santos, consiste en saber distinguir entre el oro que nos viene de Dios y sus dones y beneficios; entre el lodo y miseria que somos nosotros. Dar a cada uno lo que le pertenece. A Dios, lo que es de Dios. A nosotros, lo nuestro: nada de nosotros mismos. Todo nos viene de Dios.

(1 Cor. 2,12) "Nosotros hemos recibido, no el espíritu de este mundo, sino el espíritu de Dios, para que conozcamos y sintamos los dones que hemos recibido de su mano." ¡No son estos dones algo propio nuestro! De El los hemos asumido.

Así decía Salomón: (Sabiduría 8, 21) "Conocí que no podía ser continente si Dios no me lo diera; y esto mismo era sabiduría, saber de quién procedía este don." Hemos de entender que la misma continencia no la podemos alcanzar por nosotros mismos.

Esta es la humildad de los santos. Estaban enriquecidos con dones de Dios y recibían de ello gran estima por parte de muchos hombres. Pero mirando su interior, se llenaban de humildad al considerarse por dentro muy miserables. De sí mismos nada tenían.

LA LUZ DE LOS HUMILDES

(MT. 5,16) "Su luz luce y resplandece delante de los hombres, para glorificar a su Padre que está en los Cielos." Imitan a San Pablo y a los predicadores del Evangelio, que no desean lucirse, sino difundir el mensaje de Jesucristo. Estos son buenos y fieles siervos: no buscan las comodidades de la vida, ni el poder y dinero, sino la gloria de Dios. A El todo lo atribuyen.

(Mt. 25, 21) "Alégrate, siervo bueno y fiel; porque fuiste fiel en lo poco, te constituiré sobre lo mucho".

NO QUITAMOS MERITO AL HOMBRE

obras buenas que practicamos. Eso sería ignorancia y error. Nosotros y nuestro libre albedrío concurren juntamente con Dios en las buenas obras. Libremente da el hombre su consentimiento a ellas.

Esto precisamente es lo que dificulta la humildad. Porque, por una parte, hemos de hacer todo el esfuerzo humano para corresponder a la gracia de Dios. Por otra, después del esfuerzo, hemos de desconfiar de nosotros mismos como si no hubiéramos hecho nada. Repetimos una vez más: (Lc. 17, 10) "Después de que hubiereis hecho todas las cosas que os son mandadas, decid: Siervos inútiles somos. Lo que estábamos obligados a hacer, hicimos."

Sin la gracia de Dios somos como un cuerpo sin alma. Algo muerto. Así opina San Agustín. Los ojos, aunque estén muy sanos, si no son iluminados por la luz, nada ven. El hombre, si nos es ayudado por la luz de la gracia, nada puede en el orden sobrenatural.

"Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigila el centinela." (Salmo 126,1).

DIGAMOS COMO SAN AGUSTIN EN LAS CONFESIONES

"Oh si se conociesen ya los hombres, y acabaran de entender que no tienen de qué gloriarse en sí, sino en Dios! ¡Oh si nos enviara Dios una luz del Cielo con la cual, quitadas las tinieblas, conociésemos y sintiésemos que ningún bien, ni ser, ni fuerza hay en todo lo criado más de aquello que el Señor de su graciosa voluntad ha querido dar y quiere conservar!"

En esto consiste aquella aniquilación de sí mismos, tan repetida y encomendada por los maestros de la vida espiritual; en esto consiste tenerse y confesarse por indigno e inútil para las cosas del espíritu. Debemos sentirlo como quien ve con los ojos y lo palpa con las manos: de nuestra parte sólo tenemos perdición y pecado.

Ahora podemos comprender la sinceridad de los santos cuando llegaban a decir de ellos mismos que eran los mayores pecadores.

SI: EL VERDADERO HUMILDE SE TIENE POR MENOS QUE TODOS

El ser sobrenatural que poseemos, no lo tenemos de nosotros, sino de Dios; es ser de gracia, porque es añadido a lo natural. Nacimos en pecado, "hijos de ira" (Ef. 2,3), enemigos de Dios, el cual nos "sacó de aquellas tinieblas a su admirable luz" (Pedro 2,9). Hízonos Dios de enemigos, amigos; de esclavos, hijos; de no valer nada, tener un ser agradable a los ojos del Señor. Y la causa de esto no fueron nuestros merecimientos pasados o nuestro futuro santo, sino "sois justificados de balde por la gracia de Dios, por la redención que está en Jesucristo". (Rom. 3,24)

No podíamos brotar de la nada que éramos, ni ver ni oír ni sentir, sino que todo eso fue dádiva graciosa de Dios.

No podíamos salir nosotros de las tinieblas del pecado en el que fuimos concebidos, si Dios no nos sacara. Por todo ello, digamos con claridad: NO DEBEMOS

ATRIBUIRNOS GLORIA ALGUNA.

Y decirle con toda el alma al Señor: Si me levanté es porque me disteis la mano; y si ahora estoy en pie, es porque Vos me tenéis para que no caiga. ¡En cuántos pecados hubiera yo caído, si no me hubierais librado! Conoces mi flaqueza y me has dado fuerza.

Con estas consideraciones venían los santos a confundirse y

humillarse.

Digamos con San Pablo (1 Timo. 1,15) "Nuestro Señor Jesucristo vino a este mundo a salvar a los pecadores, de los cuales el primero y principal soy yo."

UN CONSEJO DE JESUS

San Bernardo pondera el texto de Lucas (14,10): "Cuando seas convidado, siéntate en el último lugar." No dijo en el lugar mediano o entre los últimos, sino en el último lugar. No sólo no te has de preferir a nadie, ni presumir de igual a los otros, elegir ser último de todos.

Quererse anteponer a sólo uno, ser igual a sólo uno, es cosa peligrosa. Si al pasar por una puerta baja te agachas poco, puedes darte un golpe. Si te agachas mucho, imposible. Así es de peligrosa la soberbia: como la puerta baja para el hombre alto.

No basta decir mentalmente: soy el último de todos. Es necesario sentirlo con el corazón.

¿PUEDEN LOS SANTOS CON VERDAD TENERSE POR MENOS?

Sí: ponen los ojos en los defectos propios. Consideran en el prójimo los dones ocultos que tienen o pueden tener de Dios. En este sentido afirman de sí mismos que son más viles que los demás:

- Si Dios no me hubiera dado las gracias que me otorga -piensan- ¿No sería acaso peor que el mayor de los pecadores? Seguro que cualquiera hubiera aprovechado mejor que yo todos los beneficios recibidos.

Si nosotros, los que no somos santos, nos tenemos por algo: nos falta el conocimiento de Dios y el de nosotros mismos: lo esencial para el primer grado de humildad.

Estamos tan ciegos que aun las faltas notables no vemos. ¿Cómo apreciar esos átomos, visibles tan sólo cuando el sol ilumina nuestra oscuridad?

Ama Dios tanto la humildad que por esto suele muchas veces en grandes siervos suyos, a quien El hace muchas mercedes y beneficios, disfrazar tanto sus dones y comunicarlos tan secretamente que el mismo receptor no lo entiende, y piensa no tener nada.

TESTIMONIO DE SAN FRANCISCO DE ASIS

"Verdaderamente entiendo y creo que si Dios hubiera hecho con un ladrón y con el mayor de los pecadores las misericordias y beneficios que ha hecho conmigo, que fuera mucho mejor que yo, y que fuera más agradecido que yo. Y, por el contrario, entiendo y creo que, si Dios levantara su mano de mí, y no me sostuviese, yo cometería mayores males que todos los hombres y sería peor que todos ellos."

CUANTO MÁS APROVECHAS, MENOS IMPORTANTE TE SIENTES

La Providencia así lo suele disponer: Cuanto más aprovecha uno, tanto menos piensa que aprovecha. Cuando el santo escala los últimos grados de la perfección, Dios permite alguna ligera falta. Así no afloja en la humildad.

Ver la sublime sencillez de la Virgen María: sentirse la esclava del Señor. A El pertenece toda la gloria porque "ha obrado en mí maravillas".

EL TERCER GRADO DE HUMILDAD, MEDIO PARA VENCER TENTACIONES

La Sagrada Escritura promete grandes bienes a los humildes. No pienses que lo puedes conseguir por ti mismo. Que bastan tus diligencias; sino entiéndelo bien claro: ha de ser don de Dios. Ha de venir de arriba. Allí pondrás tu confianza.

"Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los albañiles. Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas". (Salmo 126,1)

LA HUMILDAD FUNDAMENTO DE LA MAGNANIMIDAD

Sobre todo es necesaria la humildad a quienes tienen altos cargos o ministerios. El problema parece insoluble a primera vista. La humildad nos hace vernos indignos de todo. Por supuesto, de los altos cargos. Y emprender uno aquello para lo que no es, parece soberbia y contrario al verdadero humilde. Sin embargo - afirma Santo Tomás- emprender y acometer cosas grandes es propio del magnánimo. No sólo no es contrario a la humildad, antes es muy propio de ella. Sólo el humilde puede hacer bien una gran obra. Si fiados de nosotros mismos emprendiéramos cosas grandes, sería presunción y soberbia. Pero el fundamento firme de la magnanimidad para acometer cosas grandes, ha de ser desconfiar de nosotros y de todos los medios humanos, y poner nuestra confianza en Dios. "Por la gracia de Dios soy los que soy, y su gracia no estuvo vacía en mí; más he trabajado que todos." (1 Cor. 15,10).

"No yo, sino la gracia de Dios conmigo". "Todo lo puedo en aquel que me conforta." (Fil. 4,13). "Con Dios haremos proezas, y El reducirá a la nada a nuestros enemigos". (Salmo 59,14)

Por todo ello afirmaba San León Papa: "El verdadero humilde, ése es magnánimo, animoso para acometer y emprender cosas grandes."

Aunque el magnánimo desee las grandes empresas, no lo quiere por

la honra humana; no es ése su fin. Ninguna cosa tiene por grande, sino la virtud. Por amor a ella se mueve y realiza grandes cosas. Desprecia del todo la honra de los hombres. Y pude exclamar: (Fil. 4,12) "Sé portarme así en la humillación como en la abundancia y prosperidad, y así en la hartura como en el hambre."

TODO VUESTRO, SEÑOR

David, después de preparar grandes materiales para la construcción del Templo exclamó: (1 Crónicas. 29,14) "Todas las cosas, Señor, son vuestras, y lo que hemos recibido de vuestra mano, eso os damos y devolvemos." Así debemos decir nosotros también: Señor, todas nuestras obras buenas son vuestras; os devolvemos lo que nos habéis dado.

Esa es vuestra bondad, Señor, y vuestra liberalidad infinita: queréis que vuestros dones y beneficios sean merecimientos nuestros. Todo es don de Dios. Todo lo hemos de devolver a El.

MAS PROVECHOS EN ESTE TERCER GRADO DE HUMILDAD

Este tercer grado de humildad es el verdadero agradecimiento a Dios. No es que digamos con la boca: gracias, Señor, por todos tus beneficios. Es menester que con nuestras obras reconozcamos que todo bien viene de Dios. Esto hace la humildad.

Esto nos dio a entender Jesús en el Evangelio: (Lc. 17, 18) "No hubo quien volviera y diese la gloria a Dios sino este extranjero."

¡El mejor agradecimiento, el sacrificio de alabanza!

Los árboles cargados de fruta bajan sus ramas. La espiga bien granada inclina su cabeza hacia el suelo. El siervo de Dios, de los pingües dones recibidos de su Señor, toma ocasión para alabar, bendecir a su Creador, que en la miseria de un pobre ha obrado maravillas.

Otro gran provecho de la humildad: El verdadero humilde a nadie desprecia, ni le tiene en poco por mucho que le vea caer en graves culpas y pecados. Más aún, al darse cuenta de todo, toma ocasión de humillarse. No hay pecado que uno tenga que otro no lo haría, dice San Agustín.

La verdadera justicia nos hace tener compasión de nuestro hermano. "Corrige con mansedumbre, mirándote a ti mismo, no suceda que también caigas tú en la tentación" (Gal. 6,1)

DIOS HACE GRANDES FAVORES Y MERCEDES A LOS HUMILDES

"Viniéronme todos bienes juntamente con ella" (Sabiduría 7,11)

Esto dice Salomón de la sabiduría. Y en el salmo 18,8 se afirma: "A los humildes da Dios sabiduría".

"Alto es Dios, y si os humilláis, desciende a vos; y si os levantáis y ensoberbecéis, huye de vos". (San Agustín).

¿Por qué Dios concederá tanto a los humildes? El humilde no se alza con nada, ni se atribuye cosa alguna, sino todo se lo entrega a Dios, dador de todo bien. Al Señor la gloria por siempre.

"Tenemos los tesoros de la gracia de Dios en vasos de barro, para que se entienda que esos tesoros son de Dios y no de nosotros". (2 Cor. 4,7). "No ha estrechado ni encogido Dios su mano" (Is. 59,1). Ni ha mudado el Señor su condición, porque Dios no se muda, sino siempre permanece en su ser. Y más gana tiene El de dar que nosotros de recibir. La falta está siempre de nuestra parte. Pero el hombre que desconfía de sí mismo y pone toda su fuerza en Dios, ése llega a las alturas de la perfección.

ACOGERNOS A LA HUMILDAD PARA SUPLIR NUESTRA IMPERFECCION

Importante el testimonio, una vez más, de San Bernardo: "Muy necio es el que confía sino en la humildad; porque, hermanos míos, todos hemos pecado y ofendido a Dios en muchas cosas, y así no tenemos derecho sino a ser castigados."

Poco nos pide Dios: que nos reconozcamos humildes. Si Dios nos pidiera grandes ayunos o grandes penitencias, alguien pudiera excusarse por falta de fuerza. Para ser humildes no existe ninguna dificultad insuperable. Basta el acto de voluntad. El reconocimiento.

Dios aborrece la soberbia de tal manera que permite caídas, en pecados veniales e imperfecciones, en cosas bajas, para que nos demos cuenta de lo poco que somos.

Si nos detenemos y miramos cosas que nos quitan con frecuencia la paz y sosiego interior, nos damos cuenta de que se trata de asuntos triviales, sin apenas importancia. Esto suele ocurrir: desasosiego porque me han llamado la atención, a mí, persona mayor; indignación porque no han contado conmigo para tomar una decisión, ¡yo marginado -; tristeza por haber perdido relación a causa de algo insignificante.

¡En el fondo amor propio y soberbia!

DIOS ABORRECE LA SOBERBIA

De tal manera aborrece Dios la soberbia - dicen los santos- que suele permitir, por oculto y secreto designio, incluso la caída en pecado mortal a trueque de que se alcance la humildad su hijo y siervo.

De esa manera algunos -¡sólo de esa manera!- han sanado de su

soberbia. "Me atrevo a decir que les es útil y provechoso a los soberbios que les deje Dios caer en algún pecado exterior y manifiesto para que se conozcan y comiencen a humillarse y desconfiar de sí los que, por estar muy contentos y pagados de sí mismos, ya interiormente habían caído por soberbia, aunque no lo habían sentido, conforme aquello del Sabio (Proverbios 16, 18) "Al quebrantamiento precede la soberbia, y antes de la ruina se ensalza el espíritu." " (San Agustín).

ORACION PARA PEDIR LA HUMILDAD

Señor, castigadme con castigo de padre; curad mi soberbia con trabajos, enfermedades, deshoras y afrentas y con cuantas humillaciones pongas en mi vida. No permitas que yo caiga en pecado mortal. Antes me ponga el demonio como otro Job, si esta es tu voluntad. Pero no le des licencia para que me toque en el alma. Que no os apartéis de mí, ni yo me aparte de Vos. Amén.

En Vitoria, a 29 Noviembre 1992. Primer Domingo de Adviento.

Resumen del Tratado de la Humildad del P. Alonso Rodríguez de la Compañía de Jesús. Resumen hecho por José María Lorenzo Amelibia.