Eucaristía

Se aburría en misa

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

                  

     

Me aburro en la Misa de los domingos, pero nunca falto a ella. Incluso me esfuerzo por atender. A pesar de todo, mi imaginación calenturienta me juega mala partida. A veces "despierto" de mi modorra en el momento de comulgar. Pero mi unión con Jesús resulta fría y sosa. Cuando pienso en aquellos primeros cristianos que salían del Banquete Sagrado como leones, como ardiendo en fuego divino... ¡Qué diferencia incluso de aquellas comuniones después de mi primera conversión!" Así me decía un amigo en íntima confesión de fe y sincera humildad.

Y luego razonábamos juntos: - Segunda humillación de Dios. La primera, cuando ocultó su divinidad bajo el velo de nuestra carne humana, que le llevó a la misma muerte, y una muerte de cruz. Pero ésta de quedarse entre nosotros oculto bajo las apariencias de pan, todavía implica una mayor bajeza; tan grande, que un hombre normal y creyente, como tú y como yo, llega a permanecer con aburrimiento, nada menos que en la secuencia más sublime de nuestra existencia cristiana: el encuentro de fusión con el Señor.

¡Como aquellos verdugos que mientras Jesús colgaba de la cruz, estaban jugando a los dados!

Y sólo se nos ocurría una solución: penetrar en la misma humildad del Dios hecho hombre, transformado en Eucaristía: ir a la Misa hablándole a Jesús de nuestra propia dificultad, el tedio que abruma nuestra existencia, tal vez por dar demasiado antojo a los sentidos exteriores. ¡Señor, compadécete de mí, y llévame si quieres, por aquellos senderos de dulzura, como cuando gustaba de las mieles de mi entrega a ti! Y si permites la aridez desértica, al menos que, después de la comunión, brote en mí un fuego tan vivo que incendie de amor a cuantos me rodean. Así reaccionaban los santos.

En esta sequedad provocada por el viento helador de mis apegos egoístas quiero permanecer el tiempo que Tú designes, Señor. Pero aumenta mi fe. Que la Eucaristía no es dialéctica de teólogos, sino la comida del "pobre siervo y humilde".

Mi amigo y yo salimos confortados de esta nuestra conversación que se transformó al fin en oración sincera.