Eucaristía

Hemos llegado al 2000 eucaristico

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

                  

     

Sí, todavía estamos en el siglo XX; el segundo milenio da sus últimos coletazos, pero lo que de veras impresiona es el cambio de cifras: 2000, así; redondo. Cuando en mis años mozos pensaba en esta fecha, me parecía algo como de ciencia ficción, y un profundo respeto me embargaba el ánimo. ¿Cómo iba a ser posible que mis ojos vieran el año 2000? Y ha llegado; en él nos encontramos inmersos. ¡Cuánta agua ha corrido por el río! ¡Cuántas Nocheviejas al calor del Sagrario! ¡Cuánta gracia de Dios acumulada día tras día a lo largo del siglo!

Comienza el año santo; el de la verdadera acción de gracias. ¿"Qué devolveré al Señor por todo lo que me ha dado", desde que nací hasta llegar a estas fechas de bendición y santidad? La deuda de gratitud siempre la satisfaremos con la Eucaristía. Por eso acabamos de pronunciar las palabras que el sacerdote dice en su interior en el momento de comulgar. Y en un arranque de gozo, con la emoción de quien ha encontrado el modo más perfecto de dar gracias, exclamaremos: "Tomaré el cáliz de la salvación e invocaré el nombre del Señor". No existe medio más adecuado para agradecer a Dios que la Comunión. Que sea éste un año eucarístico. Por el Santísimo Sacramento llegará a nuestro pueblo la salvación.

Recordamos con añoranza las décadas cuarenta a sesenta: una ola de fervor alentaba los corazones, coreado todo por la palabra y escritos de aquel santo Obispo del Sagrario Abandonado, Don Manuel González, pronto ya en los altares. Los templos estaban abiertos a todas las horas incluso en los pueblos más diminutos. Las obras apostólicas, con el signo del Divino Sacramento, emanaban vida cristiana. Hemos de volver con el nuevo milenio, a las fuentes de agua viva que saltan hasta la vida eterna.

La ingratitud tiene por origen el olvido de Dios; ser agradecido, será cauce de nuevos beneficios. Necesitamos en los inicios del tercer milenio que el Señor nos lleve por los cauces amplios del amor eucarístico. ¡Guíanos, Señor!