Eucaristía

El Santo mendigo

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística                  

     

BENITO JOSE LAVRE siempre había deseado ser un santo religioso, pero la Providencia le trazó otros caminos. Llamó en tres o cuatro ocasiones a distintos monasterios y conventos, para ingresar en las filas de las almas consagras. Sin mala voluntad, pro con criterios humanos en exceso, algunos ni le abrieron las puertas, y otros, después de prueba razonable, lo despidieron. Todos los cerrojos se chirriaban a sus espaldas, para que nunca más volviera a traspasar la puerta Benito José. Alegaban algunos frailes la edad todavía inmadura; otros, la enfermedad.

El santo no se desanimó; siguió llamando por las casas de pueblo en pueblo. Ahora ya no lo hacía para pedir un cobijo junto al Altar de Dios, sino para conseguir unos mendrugos de pan y así subsistir. Se convirtió en un pordiosero. Pero su ilusión, su gran aspiración era "habitar en la casa del Señor todos los días de su vida".

Fue Benito el santo peregrino, el mendigo santo.

Los días transcurrían para él en oración junto a Jesús Eucaristía. Horas interminables con la mirada fija en el Sagrario. Noches al raso en el verano durmiendo pocas horas en algún cobertizo, para reanudar su oración el los templos y santuarios, después de conseguir varios mendrugos, y así no morir de inanición.

En Roma le llamaban el santo de las cuarenta horas. Recorría todas las iglesias en que se celebraba este culto eucarístico de exposición permanente. Sólo pensaba en adorar a Jesús, amarle, y hacer favores y limosnas a otros mendigos que encontraba en su peregrinar.

Y un día, casi sin darse cuenta, entregó su alma al Señor. Hoy continúa en el cielo amando y adorando al Dios que llenó su vida terrena.

¡dios mío! Ya que no llego estos extremos de amor, dadme junto con la admiración de tus santos adoradores, hambre y sed de ti; deseos más ardientes de imitarlos.