Eucaristía

Corpus del 2000

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística                

     

No me cautiva acudir a manifestaciones públicas, más bien me causa enojo. Pero todos los años tengo una cita a la que nunca he faltado, ni pienso abandonar: el Corpus Christi. Allí siempre me verás. Luciré mi mejor traje, y deseo que mi alma rime a la perfección con la solemnidad del día.

Recuerdo mis años mozos, cuando cantaba himnos al Amor de los amores en un coro bien ensayado. Más tarde me tocó presidir la procesión en el grupo de autoridades locales. Ahora me acerco como simple fiel, de todos desconocido, y quiero formar parte del puñado de granos ignorados que aglutinen después la Hostia sagrada.

He pasado horas enteras a lo largo del año en la soledad del templo adorando en silencio este misterio de amor. He escuchado decenas de veces en la intimidad de mi habitación canciones eucarísticas, que han encendido en mí un fuego que abrasa. ¿Quién no arde, repitiendo en su interior: "Cantemos al amor de los amores... ¡Dios está aquí, venid adoradores, adoremos a Cristo redentor!"... y otras cien melodías, pasto espiritual de millones de personas durante siglos pasados.

Justo es hoy dejar el "recogimiento" diario; abandonar el templo silencioso; echar las campanas a vuelo; colocar abundante incienso en el pebetero; acompañar en unión de todos los creyentes al Augusto Sacramento; cantar por las calles las glorias de la Eucaristía. Vístase de gala la naturaleza; que vibre entera en alabanzas hacia Aquel, Dueño del universo, que disfrazó su grandeza, bajo la leve apariencia de pan.