Eucaristía

Eucaristía, iglesias cerradas, cárceles abiertas

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

 

 

POESÍA EUCARÍSTICA

Señor, en estos últimos años los templos se han ido cerrando a la adoración eucarística. Y, mientras tanto, abren sus puertas las cárceles de España para recibir el creciente número de delincuentes que inunda nuestra península. ¡Alarmante paralelismo!

Más de doce presos por cada diez mil habitantes es la cifra que llena de asombro nuestra sensibilidad cristiana. Hemos batido el récord de todos los países europeos. ¡Vergüenza nos da! Más de cincuenta mil reclusos es nuestra población penitenciaria.

Al compás de la estadística de delincuencia, renquea el menguado fervor eucarístico. Cada día se clausuran más templos, porque disminuye la fe viva en la presencia real de Jesús en el tabernáculo. 

"¡Hora es ya de levantarnos del sueño!" Algo nos diferencia de los paganos : el sagrario, la permanencia de Cristo en todos los pueblos, en todos los barrios de las ciudades. Pero vivimos de rutina. Sin renunciar a la fe, repetimos adormilados: Nuestro Maestro está presente con su cuerpo, alma y divinidad entre nosotros. Pero es preciso despertarnos de esa modorra de tibieza sacramental.

No basta con creer: has de ser consciente de tu fe eucarística. Practicar durante horas la adoración, reparación y petición delante del sagrario.

Hace quince años, el número de reclusos en España era la mitad que hoy. Y el número de templos abiertos, casi el doble. Y si nos remontamos a tiempos preconciliares, sigue aumentando la proporción inversa.

¡Misterio de fe y de amor el regalo de Jesús en la Ultima Cena! ¡Misterio de indiferencia eucarística, el cristiano de hoy! Pero tú y yo, y con nosotros Cristo, somos mayoría aplastante. ¡A hacer palanca!



ORACIÓN Y ACTO DE CONSAGRACIÓN

Rendido a vuestros pies, oh Jesús mío, considerando las inefables muestras de amor que me habéis dado y las sublimes lecciones que me enseña de continuo vuestro adorable corazón, os pido humildemente la gracia de conoceros, amaros y serviros como fiel discípulo vuestro, para hacerme digno de las mercedes y bendiciones que generoso concedéis a los que de veras os conocen, aman y sirven.

Mirad que soy muy pobre, dulcísimo Jesús, y necesito de Vos como el mendigo de la limosna que el rico le ha de dar. Mirad, que soy muy rudo, oh soberano Maestro, y necesito de vuestras divinas enseñanzas para luz y guía de mi ignorancia. Mirad que soy muy débil, oh poderoso amparo de los flacos, y caigo a cada paso, y necesito apoyarme en Vos para no desfallecer. Sedlo todo para mí, Sagrado Corazón: socorro de mi miseria, lumbre de mis ojos, báculo de mis pasos, remedio de mis males, auxilio en toda necesidad.

De Vos lo espera todo mi pobre corazón. Vos lo alentasteis y convidasteis, cuando con tan tiernos acentos dijisteis repetidas veces en vuestro Evangelio: "Venid a mí, aprended de mí, pedid, llamad." A las puertas de vuestro Corazón vengo, pues, hoy; y llamo, y pido, y espero.

Del mío os hago, oh Señor, firme, formal y decidida entrega. Tomadlo Vos, y dame en cambio lo que sabéis me ha de hacer bueno en la tierra y dichoso en la eternidad. Amén.