Eucaristía

Eucaristía, en Mayo, en siglo XXI

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

 

 

POESÍA EUCARÍSTICA

Estamos en mayo en el siglo XXI; llegó hace tiempo el tercer milenio, y de veras no impresionó el cambio de cifras. Cuando en mis años mozos pensaba en estas fechas, me parecía algo como de ciencia ficción, y un profundo respeto me embargaba el ánimo. ¿Cómo iba a ser posible que mis ojos vieran el año 2004? Y ha llegado; en él nos encontramos inmersos. ¡Cuánta agua ha corrido por el río! ¡Cuántas Nocheviejas al calor del Sagrario! ¡Cuánta gracia de Dios acumulada día tras día a lo largo del siglo! 

¿"Qué devolveré al Señor por todo lo que me ha dado", desde que nací hasta llegar a estas fechas de bendición y santidad?

La deuda de gratitud siempre la satisfaremos con la Eucaristía. Por eso acabamos de pronunciar las palabras que el sacerdote dice en su interior en el momento de comulgar. Y en un arranque de gozo, con la emoción de quien ha encontrado el modo más perfecto de dar gracias, exclamaremos: "Tomaré el cáliz de la salvación e invocaré el nombre del Señor".

No existe medio más adecuado para agradecer a Dios que la Comunión. Que sea éste un año eucarístico. Por el Santísimo Sacramento llegará a nuestro pueblo la salvación.

Recordamos con añoranza las décadas cuarenta a sesenta: una ola de fervor alentaba los corazones, coreado todo por la palabra y escritos de aquel santo Obispo del Sagrario Abandonado, Don Manuel González, pronto ya en los altares. Los templos estaban abiertos a todas las horas incluso en los pueblos más diminutos. Las obras apostólicas, con el signo del Divino Sacramento, emanaban vida cristiana. Hemos de volver con el nuevo milenio, a las fuentes de agua viva que saltan hasta la vida eterna.

La ingratitud tiene por origen el olvido de Dios; ser agradecido, será cauce de nuevos beneficios. Necesitamos en los inicios del tercer milenio que el Señor nos lleve por los cauces amplios del amor eucarístico. ¡Guíanos, Señor!



ORACIÓN Y ACTO DE CONSAGRACIÓN

Rendido a vuestros pies, oh Jesús mío, considerando las inefables muestras de amor que me habéis dado y las sublimes lecciones que me enseña de continuo vuestro adorable corazón, os pido humildemente la gracia de conoceros, amaros y serviros como fiel discípulo vuestro, para hacerme digno de las mercedes y bendiciones que generoso concedéis a los que de veras os conocen, aman y sirven.

Mirad que soy muy pobre, dulcísimo Jesús, y necesito de Vos como el mendigo de la limosna que el rico le ha de dar. Mirad, que soy muy rudo, oh soberano Maestro, y necesito de vuestras divinas enseñanzas para luz y guía de mi ignorancia. Mirad que soy muy débil, oh poderoso amparo de los flacos, y caigo a cada paso, y necesito apoyarme en Vos para no desfallecer. Sedlo todo para mí, Sagrado Corazón: socorro de mi miseria, lumbre de mis ojos, báculo de mis pasos, remedio de mis males, auxilio en toda necesidad.

De Vos lo espera todo mi pobre corazón. Vos lo alentasteis y convidasteis, cuando con tan tiernos acentos dijisteis repetidas veces en vuestro Evangelio: "Venid a mí, aprended de mí, pedid, llamad." A las puertas de vuestro Corazón vengo, pues, hoy; y llamo, y pido, y espero.

Del mío os hago, oh Señor, firme, formal y decidida entrega. Tomadlo Vos, y dame en cambio lo que sabéis me ha de hacer bueno en la tierra y dichoso en la eternidad. Amén.