Eucaristía

Eucaristía, vuelve en Pascua, si te alejaste

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

 

 

POESÍA EUCARÍSTICA

Retorna el tiempo de Pascua florida año tras año, después de un invierno largo y frío. Y qué pena da pensar en la otra frialdad, la del espíritu: el abandono de las fuentes de agua viva. ¡Vacuidad del alma, ausencia continua del amado!

Viuda era aquella madre: había de emigrar su hijo único a lugares lejanos a causa del trabajo. Antes, juntos, acudieron a recibir a Jesús. La madre se le acerca: "Dile al Señor que le amas; que no le abandonarás nunca; promételo. El es tu mejor amigo".

Pero la vida es pródiga en infidelidades y el hijo desagradecido abandonó toda práctica de religión y cayó en la incredulidad. Ni siquiera la muerte de la madre hizo regresar al hijo al buen camino por la penitencia.

Pasaron los años. La añoranza del pueblo hace volver al aquel muchacho, ya maduro, al templo de sus despedidas fervorosas. La iglesia y el sagrario de su primera juventud lo hicieron todo: lágrimas de arrepentimiento, confesión general y vuelta a aquella fe que Dios en su misericordia le regaló de nuevo.

Tú, amigo, retorna también al sagrario, si te alejaste. No lo dejes para mañana. Acude de nuevo al templo o capilla donde afirmaste con gran emoción en venturoso atardecer: "Cristo y yo, mayoría aplastante". Regresa a los lugares de tu antiguo fervor, que pascua es primavera y es renovación y es vida. ¡Pascua, conversión, Eucaristía, vuelta a las fuentes de agua viva. Este sencillo deseo de añoranza te lo pone el mismo Jesús sacramentado de tu época más carismática. Y dirás con voz entrecortada por la emoción: regreso a ti, Señor, porque ¿"a quién iremos"? Tú sólo tienes palabras de vida eterna.



ORACIÓN Y ACTO DE CONSAGRACIÓN

Rendido a vuestros pies, oh Jesús mío, considerando las inefables muestras de amor que me habéis dado y las sublimes lecciones que me enseña de continuo vuestro adorable corazón, os pido humildemente la gracia de conoceros, amaros y serviros como fiel discípulo vuestro, para hacerme digno de las mercedes y bendiciones que generoso concedéis a los que de veras os conocen, aman y sirven.

Mirad que soy muy pobre, dulcísimo Jesús, y necesito de Vos como el mendigo de la limosna que el rico le ha de dar. Mirad, que soy muy rudo, oh soberano Maestro, y necesito de vuestras divinas enseñanzas para luz y guía de mi ignorancia. Mirad que soy muy débil, oh poderoso amparo de los flacos, y caigo a cada paso, y necesito apoyarme en Vos para no desfallecer. Sedlo todo para mí, Sagrado Corazón: socorro de mi miseria, lumbre de mis ojos, báculo de mis pasos, remedio de mis males, auxilio en toda necesidad.

De Vos lo espera todo mi pobre corazón. Vos lo alentasteis y convidasteis, cuando con tan tiernos acentos dijisteis repetidas veces en vuestro Evangelio: "Venid a mí, aprended de mí, pedid, llamad." A las puertas de vuestro Corazón vengo, pues, hoy; y llamo, y pido, y espero.

Del mío os hago, oh Señor, firme, formal y decidida entrega. Tomadlo Vos, y dame en cambio lo que sabéis me ha de hacer bueno en la tierra y dichoso en la eternidad. Amén.