En el ameno huerto deseado

Volver a empezar

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

                  

     

Un día comenzaste con gran fervor a practicar la oración. Fue en la edad esperanzadora de tu primera entrega al Señor. Jamás aflojarías. Tus delicias, permanecer junto al Sagrario horas y horas: como los grandes santos enamorados de la Eucaristía. La oración era fuente de consuelo, de apostolado generoso, de entrega a tus hermanos.Pero llegó el tiempo de la sequedad. Lo habías prometido al Señor: servirle y orar junto a Él, lo mismo en el Tabor que en el Calvario. No te dabas cuenta de la manera tan sutil de aflojar en la oración. Echar mano de un libro es normal; repetir con atención oraciones vocales, también. Pero leer revistas de disquisiciones teológicas o mascullar sin sentido plegarias aprendidas, no saciaba tu alma. Tampoco es verdadera oración.

Continuaste después en la cuerda floja. Rezar mientras paseas; matar los dos pájaros de un tiro. Vivir de las rentas. La aurora no te sorprendía ya junto al tabernáculo como antaño, sino apoltronado en el sopor matutino. ¡Qué lejos de aquella contemplación añorada tantas veces!

¿Todavía te encuentras así?

Pronto llegará el otoño. Es hora de despertar del sueño. ¡Arriba los corazones! No te humille ser eterno principiante. No te sorprenda que el Señor oculte su rostro. ¿Qué le has dado en demostración de amor? Ofrécele ahora el sacrificio de verte pequeño; de no gustar las mieles del su amistad. Entrégale obsequios de sencillas mortificaciones: dominio de la curiosidad, de palabras inútiles, de la gula y el genio pronto, servicios puntuales a tus semejantes, contrario todo ello a tu comodidad. Y comienza por madrugar más. Verás cómo volverá la alegría de la conversión. Verás cómo no te contentarás con vivir encerrado en ti mismo. Se dilata tu alma y el panorama de tu actividad apostólica. Cuaresma: retomar las riendas de la oración y mortificación.