En el ameno huerto deseado

Pruebas y aridez

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística                  

     

"Siempre tu alma rezuma fervor" - decía yo a mi fiel maestro. "Parece que el Espíritu se derrama en tu corazón en un Cenáculo permanente. Ya no hacen mella en tu sensibilidad los disgustos e inquietudes terrenales. Siempre sonríes, padre. Y ayudas en todo momento a tus hijos a mantener el contacto con Dios. ¿Cómo logras día a día este gusto sensible, hoguera ferviente que a todos calienta?"

Y el maestro contestó: "En mi juventud, cuando mi alma se entregó generosa al Señor, disfruté consuelos sin límite en le trato con mi Dios amoroso. Después, mi corazón se llenó de la amargura, y decíale a Jesús: "¿A donde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido? Como ciervo huiste habiéndome herido." Más tarde experimenté en tristeza y soledad el acíbar de la aridez en la oración y vida diaria. Semanas y meses sin que soplara la suave brisa del Consolador. Ni una gota de agua para el riego de la planta tierna de mi alma. ¿Dónde buscar remedio a tal desolación? ¿Habría de abandonar lo que con tanto empeño comencé? Y acudí al Señor desde lo más profundo de mi alma para obtener el riego en la sequía prolongada: "Señor, lo que Tú quieras. Acepto del todo mi dolor, mis pruebas y disgustos. Yo sólo deseo servirte y escalar contigo las cumbres de las altas montañas."

Desde entonces, comencé a ser feliz. Y gocé de una forma distinta. Aprendí a llevar mi propia cruz con amor."