En el ameno huerto deseado

Pero no soy encina

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística                  

     

Camino por el bosque en mañana calurosa de verano del útlimo verano con pocas mañanas calurosas. Detengo mi paseo para reponer fuerzas bajo una encina, frondosa ella. Destaca señera entre todas las de su especie.

Escucho el zumbido de insectos. Admiro la grácil danza de cinco mariposas: cariño tierno de belleza ofrecido por el Creador.

Medito después bajo la sombra.

¡Mi gran encina! Ella ha logrado cumplir su misión: el plan de Dios en su existencia larga. Aguantó nuestro árbol inviernos despiadados, tormentas, nieblas y huracanes por millares. Varios siglos deben componer su larga vida. Y ahí está; siempre quieta. Firme. Centinela del bosque cumpliendo su deber. Ni siquiera encorvó su talle con el peso de los años. Las aves del cielo han tejido nidos en sus ramas. Y aguanta sin rechistar el estridente canto de la cigarra en este tórrido mediodía. Ahora nuestra dama del bosque se encuentra gestando su fruto del otoño: la bellota. Un grupo de animales, mientras yo me encuentro en el mes de dicembre en el trabajo diario, aquí hará su festín.

¡Quién pudiera ser como esta encina!, - pensaba yo - : Firme en el deber; sereno ante la tempestad y la monotonía de la existencia; prestador del cobijo fresco, en el verano de la vida; dador de los mejores frutos en el otoño de la madurez.

Pero no soy encina. No soy el árbol vigoroso. Dios me entregó otra naturaleza superior. ¡Mas por algo ha colocado la vida del vegetal en medio de nuestra existencia humana!

Sí, Señor, firme, sereno, generoso, acogedor, como la encina de mi excursión veraniega.