En el ameno huerto deseado

Mi amigo optó por la soledad

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística                  

     

Mi amigo Bernardo Maisterra, en su madurez, optó por la soledad cuasi eremítica, dedicado a la contemplación de Dios. Pasará el resto de sus días en un estrecho valle, en la hondonada de dos altas montañas, admirando el verdor de la creación, dirigiendo su mirada a Jesús Eucaristía, al cielo azul, que asoma entre los riscos y a sus hermanos más próximos o muy lejanos. Todos caben en su amplio corazón.

Tres días durante el verano pasé en su compañía. Austera la existencia de nuestro sacerdote ermitaño; sin concesiones a la comodidad, sin disponer de los medios modernos de comunicación, sin tiempo libre para el ocio. Su vida es trabajo y mirada amorosa Dios, como los monjes de San Benito, pero en una mayor soledad. Como Foucauld o Francisco de Asís o casi como el mismo Abad San Antonio.

No se oye a la madrugada el aviso del reloj, ni el esquileo del ganado... Todavía las estrellas de Julio alumbran con tenue luz, y mi amigo ya se encuentra en su oración eucarística. Quieto permanecerá junto al altar durante cuatro horas, antes de comenzar las tareas humildes de la casa.

¿Cuánto tiempo dedicará después a la contemplación divina, a la súplica por los problemas de la humanidad...? Dios lo anota en el libro de la vida.

La Iglesia necesita hoy más que nunca de grandes orantes.

La casa de mi ermitaño es oasis en medio del desierto alborotado de la humanidad. Muchas personas a lo largo de los meses visitan esta morada de paz y acogida. Desean imitar durante algunas jornadas a este hombre austero, amigo de Dios y de todo ser humano. A todos abraza con afecto y alegra con una sonrisa. Con todos comparte su mesa, su altar y su vida interior.

¡Señor, multiplica en nuestros días estos reductos de santidad y silencio, para bien de nuestro mundo agitado, con olvido de trascendencia!