En el ameno huerto deseado

El don de la oración

Autor:  José María Lorenzo Amelibia

Pagina Web: Mística

                  

     

Pasaba aquel hombre de Dios horas y días junto al Sagrario. "Manúa" le llamaban de pequeño. De mayor, todos lo conocieron como "Padre Nieto". Era dulce y tierno por virtud. Su fina simpatía se derramaba en suave bálsamo sobre enfermos, marginados, deprimidos e indefensos. Los futuros ministros del Altar recibieron lo mejor de su alma. Entregaba a manos llenas sus cortos ingresos monetarios para remedio de miserias ajenas. Y era cauce de la generosidad de sus amigos.

Él pedía siempre al Padre el don de oración. Y lo consiguió.

Pasó por este mundo animando a todos a la santidad contemplativa en plena acción apostólica. Arrastró con su ejemplo hacia el amor a Cristo Eucaristía y a los pobres, las niñas de los ojos de Dios. Su corazón estuvo siempre en el cielo.

Yo también he suplicado al Señor el don de la oración continua. Y practico junto al Tabernáculo, la morada de Jesús, mi súplica y adoración de todos los días. A veces pienso que Cristo me ha elegido para ser uno de los suyos. Luego, al mirarme a mí mismo me lleno de vergüenza y digo: ¿cómo es posible? Es que mi alma vuela, como ave descarriada, lejos del lugar santo, y debo limitarme con frecuencia en mis ratos de sagrario a barrer distracciones y quitar telarañas a mi pobre morada.

¡ Dadme, Señor, el don de la oración !

Cuando al caer la tarde entres en el recinto silencioso de tu parroquia; cuando todavía el aroma del culto eucarístico no ha subido hacia el cielo en volutas de incienso, adéntrate en el regazo de tu Dios. Dale veinte o treinta minutos diarios de oración solitaria al Huésped divino de nuestras iglesias.

Y si tu mente vaga por los campos del quehacer cotidiano, no te enojes por tu disipación interior. Cristo desea que tú le hables de ello. No dudes en convertir tu "basurilla" en fértil abono de relación con Dios. Y pídele una y mil veces como el santo padre Nieto: "Dadnos, Señor, el don de la oración."

Tal vez, amigo, el hecho de pedirlo con insistencia, es signo de que el Señor te lo ha concedido. ¡Alégrate!